1.7. La villa de los presidentes - Escenografía

  • José Carlos Mariátegui

La villa de los presidentes1  

         La revelación de la candidatura inminente del señor Tudela y Varela, echada a los cuatro vientos por las “Voces” ha tenido sensacional repercusión. Todo el mundo ha asediado y ha ajochado al Sr. Tudela y Varela. Todo el mundo le ha interrogado. Todo el mundo le ha hecho bromas. Le hemos conseguido al señor Tudela y Varela más adhesiones que las que han podido conquistarle sus sonrisas, sus genuflexiones y sus cumplidos. El señor Tudela y Varela tiene una deuda muy grande con nosotros. Si algún día lo vemos de presidente de la república, vamos a creer que nosotros le hemos hecho tal. Vamos a estar de ello más convencidos que el señor Pardo de lo mismo. Y es el colmo.
         Un amigo nos ha hecho notar una casualidad interesante a propósito de la candidatura inminente:
         —El señor Tudela y Varela tiene todas las seguridades posibles de éxito.
         —Ajá.
         —Efectivamente. El señor Tudela y Varela vive en Miraflores. Un candidato presidencial residente en Miraflores tiene que triunfar de todos modos.
         —¿De veras?
         —Auténtico. Fíjense Uds., no más. El señor Pardo vive en Miraflores, tiene que triunfar de todos modos.
         —¿De veras?
         —Auténtico. Fíjense Uds. no más. El señor Benavides vivía en Miraflores. El señor Leguía vivía también en Miraflores. Ahora, el señor Tudela y Varela, candidato en marcha, es también de Miraflores.
         Y nosotros hemos exclamado:
         —¡Qué curioso!
         Y nuestro amigo, al despedirnos, nos ha dicho:
         —Yo me mudo a Miraflores.
         Ya no se discute la exactitud de las posibilidades presidenciales del señor Tudela y Varela. Ya no se duda de las complacencias clandestinas que con este proyecto de sucesión tiene el señor Pardo. Las gentes curiosas y avizoras siguen investigando en el horizonte. Siguen haciendo largavista con una mano y cerrando el ojo derecho para escrutar con el izquierdo. Y ahora dicen más fuerte que nunca:
         —¡Sí! La que viene ahí es la candidatura del señor Tudela y Varela. Y ya se sabe que Miraflores tiene buena sombra. Es la villa de los presidentes. En ella piensa construir el señor Pardo un gran palacio solariego que será el palacio de su dinastía. A Miraflores se va a mudar todo Lima. Miraflores es casi una tierra de promisión. No debemos tardar en trasladar a Miraflores nuestros domicilios. En Miraflores tendremos alguna esperanza de llegar tal vez a presidentes de la república. Por lo menos, a candidatos, que es ya algo.

Escenografía  

         El señor Pardo presidente no ha perdido ninguna de sus particularidades, ninguna de sus características, ninguno de sus distintivos. El señor Pardo sigue siendo el mismo de hace seis años. Su buen gusto es el mismo, su aristocracia es la misma, su distinción es la misma, su corrección de esnob es la misma. Y el señor Pardo sigue siendo un obseso del decorativismo. Se muere por la elegancia, por el lujo, por la fastuosidad. Y su gobierno sigue siendo un gobierno decorativista. Ahora mismo le preocupa gravemente la reparación del palacio de gobierno. A todos sus visitantes les interroga su parecer sobre el nuevo piso de parqué. Ha llegado al extremo de olvidarse por completo del empréstito frustrado. Ya no recuerda al señor Montero y Tirado. Ya no recuerda a los prestamistas yanquis. Ya no recuerda al petróleo.
         Hace dos años, el señor Billinghurst, que también gustaba de la elegancia, hizo reparar el palacio de gobierno. Los cronistas palatinos escribieron entonces así: “El palacio ha quedado como nuevo”. Se celebró al Sr. Billinghurst, se elogió el buen gusto del señor Billinghurst, se dijo la excelencia de la discreta y severa suntuosidad de la obra del señor Billinghurst. Ahora el señor Pardo ha hecho remozar el palacio. Y los cronistas palatinos han vuelto a escribir: “El palacio ha quedado como nuevo”. Parece, pues, que el palacio de gobierno se pone viejo cada dos años.
         El señor Pardo mismo ha intervenido en los trabajos:
         —No. Ese papel no. El tono es muy oscuro. Uno más discreto. Parqué aquí. Parqué allí. ¿Cómo han podido subsistir ahí esos vidrios de color? Ya eso no se usa. Miren ustedes, el color marrón ha pasado ya de moda. En Londres no se usa ni en las oficinas bursátiles. El gabinete del secretario presidencial ha quedado de muy buen gusto. Muy chic.
         El señor Pardo se encanta con estas preocupaciones. Goza mirando a los tapiceros, a los pintores, a los vidrieros. Si llega el señor Amador del Solar, absorbido por la cuestión de la presidencia del Senado, lo interroga enseguida:
         —¿Ha visto usted cómo está quedando Palacio?
         El señor del Solar se desespera y tiene que decir que ha visto todo, que le ha encantado todo, que está admirable todo.
         Y el Sr. Pardo sonríe, satisfecho de que se alabe su buen gusto. Si no se lo alabase sería su resentimiento mucho mayor que si se le hablase mal del empréstito. Entre el presupuesto y la ornamentación del salón de los pasos perdidos, le interesa más la ornamentación del salón de los pasos perdidos. El presupuesto es cosa vulgar y mecánica. Todos los años se hace igual. Se coge el del año corriente y se enmienda algunas partidas, nada más. En cambio, una ornamentación tiene complicados preparativos. Una ornamentación es siempre distinta.
         Todo esto es un síntoma de que el señor Pardo no pierde sus devociones por el decorativismo. Un edificio debe ser elegante… Un funcionario debe ser buen mozo. Un decreto debe estar escrito con hermosa caligrafía. Cuando va al teatro, le preocupan sobre todo el decorado, el mobiliario, el attrezzo. Y es por eso, sin duda, que parece que a su gobierno no le importara su gestión administrativa, que es como quien dice su “argumento”, sino exclusivamente su decoración y su ornato. En las obras gubernativas del señor Pardo todo es cuestión de escenografía. De este régimen podrán discutirse muchas cosas. Pero su aristocracia y distinción no habrá forma de discutirlas. Será tal vez —por culpa de la ingratitud de los peruanos—, un régimen malo. Pero es, indudablemente, un régimen esnob. Y ya es bastante.


Referencias


  1. Publicada en El Tiempo, Lima, 22 de julio 1916. ↩︎