1.6. Hacia las cumbres - Telefonazo

  • José Carlos Mariátegui

Hacia las cumbres1  

         El señor del Solar, tendría acaso razón para temer que un acuerdo de última hora, lo dejase sin la presidencia del senado, a pesar de todas las seguridades de la hora presente. El señor Manzanilla, dueño de la unanimidad siempre que sea candidato, tendría acaso razón para temer lo mismo. El único que no tendría ya razón alguna para poner en duda su elección de vicepresidente de la Cámara de Diputados es el señor Peña Murrieta. Toda la cámara lo apoya. La mayoría lo quiere. La minoría lo admira. El coronel Bedoya, militarmente disciplinado, le ofrece su voto. Todo el mundo lo patrocina. La elección del señor Peña Murrieta será una elección unánime. Habrá champaña, habrá ovaciones y habrá brindis del señor Peña Murrieta.
         Hace más de un año que el señor Peña Murrieta camina hacia la gloria. Hacia las cumbres, como dice Belisario Roldán, que además de orador es poeta de abanico y además de poeta de abanico, dramaturgo, cosa ya bastante grave. El señor Peña Murrieta está en plena exaltación. Si nosotros fuésemos Segura o hiciésemos como Segura acopio de refranes y dicharachos diríamos que el señor Peña Murrieta “se va arriba”, que “se pone las botas”, que “más vale caer en gracia”, que “a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga”. Y lo diríamos en verso y hasta en sainete.
         Un día inmortal, el señor Peña Murrieta adquirió sin esfuerzo la celebridad. Fue el día de la promulgación de la libertad de cultos. La reforma lleva la firma del señor Peña Murrieta. Dentro de cincuenta años los historiadores escribirán: “La libertad de cultos fue promulgada en día memorable por el señor Rodrigo Peña Murrieta”. Y al señor Peña Murrieta lo ayuda hasta el nombre (Es castizamente español y legendario: Don Rodrigo). Y lo ayuda el continente. Es apuesto y robusto. Y lo ayuda el carácter. Es bondadoso y afable. Y lo ayuda la profesión. Es médico y cirujano. Y lo ayuda la voz. Y lo ayuda el ademán. Y lo ayuda el denuedo. Y lo ayuda el énfasis. Y lo ayuda la verbosidad. Sus discursos son rotundos. Grandilocuentes. Sus metáforas son todas profesionales. El país necesita tónicos y reconstituyentes; la empleomanía es una grave dolencia; hay que aplicar buenos cauterios al organismo nacional; tal político es un verdadero caso patológico; la mentalidad partidarista se halla seriamente afectada. Una verdadera revolución en la oratoria. El señor Peña Murrieta es todo un innovador.
         Las únicas que no transigen por nada de este mundo con el Sr. Peña Murrieta son las damas. Y con las damas los miembros de la juventud católica. Y los niños de las escuelas religiosas. Las damas limeñas le guardan rencor muy hondo al señor Peña Murrieta. No quieren perdonarlo. El señor Peña Murrieta se ofrece a hacer penitencia. Reverente y galante dice que acepta hasta que le pongan en berlina como en los juegos de prendas. Hasta la pena de escribirles versos en sus abanicos. Pero las damas limeñas, tiránicas e inflexibles, no hacen caso de contrición. Le niegan la salvación de su alma. De nada le sirve que se humille, de nada le sirve que implore absolución, de nada le sirve que haga propósito de enmienda. El señor Peña Murrieta, hecho inmortal con una rúbrica y un gesto airado, está excomulgado de la simpatía de las damas. Y el señor Peña Murrieta se venga diciéndoles a las más bonitas requiebros y chicoleos por las calles, igual que un chico travieso.
         Pero, con todo, el señor Peña Murrieta es un triunfador. El porvenir es suyo. Su lectura predilecta es El carácter y el éxito de Mr. Teodoro Roosevelt. Profesor de energía, le dice el señor Balbuena, que siempre tiene una frase feliz y amable para cada persona.

Telefonazo  

         Estamos consternados. Estamos afligidos. Estamos con el alma en un hilo. Y no es para menos. El público nos acoge bondadoso, los políticos nos sonríen benévolos, los palatinos nos leen y nos comentan curiosos; pero hay alguien a quien no hemos caído en gracia y que nos hostiliza y nos pone mala cara. Es el Sr. don Carlos Forero. El Sr. Forero nos detesta. Hemos tenido la mala suerte de serle antipáticos acaso porque en nuestro primer número, y en esta misma sección “Voces”, nos ocupamos de la persona de su señoría sin todas las reverencias que merece. Tuvimos para su persona todos los respetos debidos al mencionarla, pero pecamos sin duda de escasa devoción y humildad al ocuparnos de ella. El señor Forero nos repudia, nos desampara, nos echa de su casa con cajas destempladas. Es una lástima. Estamos desolados.
         El señor Forero ha querido hacernos ostensible y ruidosa su antipatía. Ha querido decírnosla a nosotros mismos. Nuestros empleados de administración, laboriosos y obsecuentes, recibían avisos, anotaban direcciones, rotulaban sobres, cuando sonó el timbre del teléfono.
         —Aló! ¿El Tiempo?
         —Sí. El Tiempo.
         —De parte del señor Forero, que no quiere la suscripción. ¡Que lo borren!…
         Nosotros habíamos tenido el pecado de enviar nuestro diario al señor Forero, igual que a otras personas de su importancia, antes de que lo solicitase. Son menudos hábitos de las empresas periodísticas que el señor Forero conoce. Pero el señor Forero no quiere vernos ni pintados y nos prohíbe que entremos a su casa. No volverá a poner los ojos en este periódico.
         Todo pudo imaginársenos. El desagrado del señor Pardo, el desdén del señor Riva Agüero, el gesto agrio del señor García y Lastres, hasta la molestia del señor Manzanilla, que es la persona más amable que conocemos, pero nunca pudimos pensar en que iba a caernos encima la mala voluntad del señor Forero. Y es que tenemos en altísimo concepto al señor Forero, es que lo sabemos persona culta y educadísima, es que conocemos sus estadas en Europa, es que no ignoramos su respeto por todos los derechos, es que tenemos noticia de su entusiasmo por las libertades de París, la capital que él ama. Y esperábamos que el señor Forero, demócrata otrora, no podía hostilizar nunca la libertad de expresión de un diario.
         No podía sucedernos cosa más grave. Hemos caído en desgracia en el favor del señor Forero. Es una lástima, muy grande.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de julio, 1916. ↩︎