1.5. Horóscopo - Film Callejero
- José Carlos Mariátegui
Horóscopo1
Los peruanos tenemos una gran virtud que aún nadie ha enaltecido, loado y glorificado como se merece. Nosotros querríamos hacerlo. Los peruanos tenemos la gran virtud de ocuparnos solo de los asuntos del porvenir y del pasado y de olvidarnos por completo del presente. Lo pretérito y lo futuro nos absorben. Nos pasamos la vida haciendo comentarios de lo que fue y adivinanzas de lo que será. Las mujeres y los varones, desde menorcitos, van a las casas de las cartomantes para que les digan el destino. Las niñas interrogan a un oráculo inocente y de pega en las noches de las veladas familiares. Las gitanas hacen aquí su agosto o nos amenazan con el tracoma. Hay una pitonisa a la vuelta de cada esquina. El que no consulta a las cartas, se pasa las horas muertas leyendo la historia del Perú, aunque sea la del doctor Nemesio Vargas. El presente, en cambio, no nos interesa. A los peruanos nada se nos da que sea presidente el señor Pardo. En cambio, nos preocupa gravemente que lo haya sido el señor Billinghurst, cómo llegó a serlo el señor Leguía y si será posible que lo sea algún día el señor Cornejo. Avizorando el porvenir y escrutando el pasado, nos pasamos las horas de la mañana, de la tarde y de la noche.
Ahora mismo, ya no hay quien no tenga puestos los ojos en el horizonte, para distinguir quiénes comienzan a aparecer como probables candidatos a la presidencia de la república. A lo lejos, se ve muy chiquitas y borrosas unas siluetas. Las gentes se preguntan de quiénes serán esas siluetas. ¿Esa que parece pequeña y delgada será la del señor Prado? ¿Esa que parece mediana y un tanto gruesa será la del doctor Durand? ¿Esa que desde ahora simula traer la cabeza calva será la del señor Osores? ¿Esa discreta y sigilosa, tan incógnita, será la del señor Tudela y Varela?
Y las gentes se hacen un largavista con una mano y afirman bulliciosas y alborozadas como quien hace un descubrimiento sensacional:
—Sí, sí. ¡Ese es el señor Tudela y Varela!
A nosotros nos entretienen mucho logogrifos y enigmas. E interrogamos a las gentes:
—¿El señor Tudela y Varela?
Y las gentes deshacen sus largavistas y nos contestan:
—Sí. El señor Tudela y Varela.
Y nosotros que somos porfiados:
—¿El señor don Francisco Tudela y Varela? Y las gentes que son convencidas:
—El señor don Francisco Tudela y Varela.
Ya lo sabe el lector. El señor Tudela y Varela es candidato a la presidencia de la república. Lo es ya. Desde que supimos su inminencia candidatorial nos pusimos a observarlo. Y vimos que el señor Tudela y Varela no era el mismo. Siempre fue amable. Siempre fue ceremonioso. Siempre fue cortés. Pero nunca fue tan amable como ahora, tan ceremonioso como ahora, ni tan cortés como ahora. Su continente fue más bien un tanto adusto. Hoy es hasta risueño. Hace venias, hace genuflexiones, hace cumplidos. Un hombre público peruano tan afable y sonriente, si no es el señor Manzanilla o el señor Balbuena, tiene que ser un candidato a la presidencia de la república. Y el señor Tudela y Varela, es, sin duda alguna, candidato a la presidencia de la república. No hay, sino que mirarlo desde lejos para convencerse de su calidad de pretendiente.
Algo se nos alcanza de que el señor Tudela y Varela era ya candidato a la presidencia de la república, cuando gobernaba las sesiones de la Cámara de Diputados. Ya se acentuaban en él la amabilidad, la política, la cortesanía. Ya era obsecuente y gentilísimo con las oposiciones. Felicitaba al señor Ulloa, abrazaba al señor Químper, le cedía la acera al señor Borda, celebraba al señor Torres Balcázar.
El señor Vivanco, campechano y dicharachero, le decía:
—Lo cortés no quita lo valiente. Diga usted, doctor.
Y el señor Tudela y Varela se sonreía con sonrisa que solo ahora nos venimos a dar cuenta de que era sonrisa de candidato presidencial. Sí. No podía ser otra suerte de sonrisa. Igual sonrió el señor Leguía, igual sonrió el señor Pardo, igual sonrió hasta el señor Billinghurst que en materia de sonrisas fue un poco intransigente.
Ya tenemos noticia de que el señor Pardo se encanta con la candidatura del señor Tudela y Varela. La encuentra deliciosa, la mima, la arrulla, la acaricia, la ampara bajo cuerda para que no se den por resentidos los demás candidatos en ciernes. La esconde como un pecado muy dulce, muy rico, muy plácido. Tiene con ella complacencias clandestinas. Se encierra en su gabinete a solas, completamente a solas, para poner un retrato del señor Tudela encima de su escritorio y abobarse contemplándolo. Se encierra a piedra y lodo. Antes nadie sabía explicarse estos encierros del señor Pardo. Se tejían suposiciones. Un ingenuo dijo que el señor Pardo fumaba opio. Casi matan al ingenuo. Pero nadie llegó a dar con el verdadero culto secreto del señor Pardo. Nadie llegó a descubrir que se quedaba a solas con un proyecto suyo muy escondido y muy misterioso. Nosotros somos los únicos que lo hemos descubierto. Y queremos propalarlo a los cuatro vientos.
El señor Pardo, sin duda alguna, peruano como el que más, se olvida completamente del presente para pensar en el futuro y añorar el pasado. Mentalmente pasará revista a todos los candidatos posibles. Y se dirá: “¿Fulano? Fulano, no. Es muy feo. ¿Zutano?; no: es muy viejo. ¿Mengano?; no: viste un poco cursi”. Y entonces se detendrá en el señor Tudela. Y se dirá: “Tudela, sí. Tudela es buen mozo. Tudela es de la familia”. Con el señor Tudela se consolida la tendencia dinástica del señor Pardo y se tiene otro presidente de buen tipo.
Y como el señor Tudela y Varela fue un correctísimo presidente de la Cámara de Diputados, el señor Pardo piensa acaso que necesariamente sería también un correctísimo presidente de la república.
Con mucha razón los que avizoran en el horizonte político, haciendo largavista con una mano y cerrando un ojo, exclaman:
—Ese que viene por ahí es el señor Tudela y Varela…
Ahora mismo, ya no hay quien no tenga puestos los ojos en el horizonte, para distinguir quiénes comienzan a aparecer como probables candidatos a la presidencia de la república. A lo lejos, se ve muy chiquitas y borrosas unas siluetas. Las gentes se preguntan de quiénes serán esas siluetas. ¿Esa que parece pequeña y delgada será la del señor Prado? ¿Esa que parece mediana y un tanto gruesa será la del doctor Durand? ¿Esa que desde ahora simula traer la cabeza calva será la del señor Osores? ¿Esa discreta y sigilosa, tan incógnita, será la del señor Tudela y Varela?
Y las gentes se hacen un largavista con una mano y afirman bulliciosas y alborozadas como quien hace un descubrimiento sensacional:
—Sí, sí. ¡Ese es el señor Tudela y Varela!
A nosotros nos entretienen mucho logogrifos y enigmas. E interrogamos a las gentes:
—¿El señor Tudela y Varela?
Y las gentes deshacen sus largavistas y nos contestan:
—Sí. El señor Tudela y Varela.
Y nosotros que somos porfiados:
—¿El señor don Francisco Tudela y Varela? Y las gentes que son convencidas:
—El señor don Francisco Tudela y Varela.
Ya lo sabe el lector. El señor Tudela y Varela es candidato a la presidencia de la república. Lo es ya. Desde que supimos su inminencia candidatorial nos pusimos a observarlo. Y vimos que el señor Tudela y Varela no era el mismo. Siempre fue amable. Siempre fue ceremonioso. Siempre fue cortés. Pero nunca fue tan amable como ahora, tan ceremonioso como ahora, ni tan cortés como ahora. Su continente fue más bien un tanto adusto. Hoy es hasta risueño. Hace venias, hace genuflexiones, hace cumplidos. Un hombre público peruano tan afable y sonriente, si no es el señor Manzanilla o el señor Balbuena, tiene que ser un candidato a la presidencia de la república. Y el señor Tudela y Varela, es, sin duda alguna, candidato a la presidencia de la república. No hay, sino que mirarlo desde lejos para convencerse de su calidad de pretendiente.
Algo se nos alcanza de que el señor Tudela y Varela era ya candidato a la presidencia de la república, cuando gobernaba las sesiones de la Cámara de Diputados. Ya se acentuaban en él la amabilidad, la política, la cortesanía. Ya era obsecuente y gentilísimo con las oposiciones. Felicitaba al señor Ulloa, abrazaba al señor Químper, le cedía la acera al señor Borda, celebraba al señor Torres Balcázar.
El señor Vivanco, campechano y dicharachero, le decía:
—Lo cortés no quita lo valiente. Diga usted, doctor.
Y el señor Tudela y Varela se sonreía con sonrisa que solo ahora nos venimos a dar cuenta de que era sonrisa de candidato presidencial. Sí. No podía ser otra suerte de sonrisa. Igual sonrió el señor Leguía, igual sonrió el señor Pardo, igual sonrió hasta el señor Billinghurst que en materia de sonrisas fue un poco intransigente.
Ya tenemos noticia de que el señor Pardo se encanta con la candidatura del señor Tudela y Varela. La encuentra deliciosa, la mima, la arrulla, la acaricia, la ampara bajo cuerda para que no se den por resentidos los demás candidatos en ciernes. La esconde como un pecado muy dulce, muy rico, muy plácido. Tiene con ella complacencias clandestinas. Se encierra en su gabinete a solas, completamente a solas, para poner un retrato del señor Tudela encima de su escritorio y abobarse contemplándolo. Se encierra a piedra y lodo. Antes nadie sabía explicarse estos encierros del señor Pardo. Se tejían suposiciones. Un ingenuo dijo que el señor Pardo fumaba opio. Casi matan al ingenuo. Pero nadie llegó a dar con el verdadero culto secreto del señor Pardo. Nadie llegó a descubrir que se quedaba a solas con un proyecto suyo muy escondido y muy misterioso. Nosotros somos los únicos que lo hemos descubierto. Y queremos propalarlo a los cuatro vientos.
El señor Pardo, sin duda alguna, peruano como el que más, se olvida completamente del presente para pensar en el futuro y añorar el pasado. Mentalmente pasará revista a todos los candidatos posibles. Y se dirá: “¿Fulano? Fulano, no. Es muy feo. ¿Zutano?; no: es muy viejo. ¿Mengano?; no: viste un poco cursi”. Y entonces se detendrá en el señor Tudela. Y se dirá: “Tudela, sí. Tudela es buen mozo. Tudela es de la familia”. Con el señor Tudela se consolida la tendencia dinástica del señor Pardo y se tiene otro presidente de buen tipo.
Y como el señor Tudela y Varela fue un correctísimo presidente de la Cámara de Diputados, el señor Pardo piensa acaso que necesariamente sería también un correctísimo presidente de la república.
Con mucha razón los que avizoran en el horizonte político, haciendo largavista con una mano y cerrando un ojo, exclaman:
—Ese que viene por ahí es el señor Tudela y Varela…
Film Callejero
Comienzan a llegar los representantes a congreso. Hemos visto por esas calles al señor Octavio Alva, al señor Hoyos Osores, al señor Vivanco. Se ha embarcado ya el señor Ezequiel Luna que nunca falta a la inauguración del parlamento ni a su clausura, aunque tiene el buen sentido de desdeñar la oratoria.
El señor Octavio Alva se lamenta por haber llegado tarde para las ubicaciones en la mesa directiva. Aspiraba a la subsecretaría modestamente. Tenía el propósito de conchabarse con los secretarios para que le dejaran algunas sesiones. Se ha encariñado con la mesa de su cámara y con las reverencias de los conserjes.
Los comedores del Cardinal y del Maury, reúnen a diario cenáculos amables de diputados risueños y provincianos que se hacen confidencias, que comentan la política, que dogmatizan sobre las obras argentinas y sobre el pericón, que encuentran delicioso el teatro de Segura y que parten de un comité. Todo es allí yantar apacible, honesto, copioso, híbrido, ecléctico y sazonado. Todo es ahí sobremesa plácida, pícara, chistosa, amable y fecunda. Se debate desde el trascendental asunto del empréstito frustrado hasta el nimio asunto de la última moda en el calzado para caballeros.
Mientras tanto, el ambiente político se anima. Hay en la atmósfera callejera una agradable humedad de pulverizador para la barba. Los chismes se multiplican, como los panes y los peces del milagro evangélico, sin necesidad de conjuro divino de ninguna clase:
—Hay trajines.
—Hay temores.
—Hay comentarios.
—Hay chistes.
—Hay soplones.
Y las gentes desocupadas se ríen a carcajadas de sus propias invenciones y las celebran y las glosan.
En automóvil pasan el señor Amador del Solar y el señor Rafael Villanueva.
—¿Por qué pasan en automóvil el señor Amador del Solar y el señor Rafael Villanueva?
El señor del Solar y el señor Villanueva van a Palacio.
—¿Por qué van a Palacio el señor del Solar y el señor Villanueva?
El señor Pardo les ha dicho, patriarcalmente: “Haya paz entre los príncipes cristianos”.
—¿Por qué el señor Pardo les ha dicho príncipes cristianos al señor Solar y al señor Villanueva?
El señor Pardo quiere la paz. Si fuera multimillonario, fundaría otro Instituto Carnegie. O mandaría a Europa una caravana para predicar la paz, igual que la fábrica de automóviles Ford. Profesa las doctrinas de León Tolstoi. Hay quien dice que va a proponer la mediación del Perú en la conflagración europea.
Pero todas estas son calumnias. Cosas que “le levantan” al señor Pardo. El señor Pardo no se preocupa de asuntos tan grandes. El hace cumplimientos. Visita a los enfermos, da condolencias y felicita a las damas que celebran sus onomástico…
El señor Octavio Alva se lamenta por haber llegado tarde para las ubicaciones en la mesa directiva. Aspiraba a la subsecretaría modestamente. Tenía el propósito de conchabarse con los secretarios para que le dejaran algunas sesiones. Se ha encariñado con la mesa de su cámara y con las reverencias de los conserjes.
Los comedores del Cardinal y del Maury, reúnen a diario cenáculos amables de diputados risueños y provincianos que se hacen confidencias, que comentan la política, que dogmatizan sobre las obras argentinas y sobre el pericón, que encuentran delicioso el teatro de Segura y que parten de un comité. Todo es allí yantar apacible, honesto, copioso, híbrido, ecléctico y sazonado. Todo es ahí sobremesa plácida, pícara, chistosa, amable y fecunda. Se debate desde el trascendental asunto del empréstito frustrado hasta el nimio asunto de la última moda en el calzado para caballeros.
Mientras tanto, el ambiente político se anima. Hay en la atmósfera callejera una agradable humedad de pulverizador para la barba. Los chismes se multiplican, como los panes y los peces del milagro evangélico, sin necesidad de conjuro divino de ninguna clase:
—Hay trajines.
—Hay temores.
—Hay comentarios.
—Hay chistes.
—Hay soplones.
Y las gentes desocupadas se ríen a carcajadas de sus propias invenciones y las celebran y las glosan.
En automóvil pasan el señor Amador del Solar y el señor Rafael Villanueva.
—¿Por qué pasan en automóvil el señor Amador del Solar y el señor Rafael Villanueva?
El señor del Solar y el señor Villanueva van a Palacio.
—¿Por qué van a Palacio el señor del Solar y el señor Villanueva?
El señor Pardo les ha dicho, patriarcalmente: “Haya paz entre los príncipes cristianos”.
—¿Por qué el señor Pardo les ha dicho príncipes cristianos al señor Solar y al señor Villanueva?
El señor Pardo quiere la paz. Si fuera multimillonario, fundaría otro Instituto Carnegie. O mandaría a Europa una caravana para predicar la paz, igual que la fábrica de automóviles Ford. Profesa las doctrinas de León Tolstoi. Hay quien dice que va a proponer la mediación del Perú en la conflagración europea.
Pero todas estas son calumnias. Cosas que “le levantan” al señor Pardo. El señor Pardo no se preocupa de asuntos tan grandes. El hace cumplimientos. Visita a los enfermos, da condolencias y felicita a las damas que celebran sus onomástico…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de julio de 1916 ↩︎