1.4. En la obscuridad - Statu quo
- José Carlos Mariátegui
En la obscuridad1
Parece que no pasa nada. Parece que no ocurre nada. Parece que no sobrevendrá nada. Y, sin embargo, nos da en la nariz que hay algo en la sombra. Creemos que la procesión anda por dentro, como dicen los viejos. Y queremos vernos cara a cara con la política. Pero la cara de la política es ahora cara de comedia. Es plácida, es apacible, es risueña, es mansa, es franciscana. Tras ella hay algo que se oculta, que se mistifica, que se esconde.
Nadie niega que hay paz y tranquilidad en el reparto de los cargos en las mesas parlamentarias. Pero sobran indicios de que mientras en el escenario todo tiene aspecto risueño, entre bastidores se teje algún conato de farsa dramática. Buscando estos indicios nos echamos a la calle.
Hallamos a un amigo maledicente e incapaz de conformarse nunca con la verdad. Es incrédulo, escéptico. Lo abordamos:
—A ver Ud., ¿qué dice? ¿Verdad que aquí todo es calma? ¿Verdad que todo está arreglado?
—No es cierto. No hay que creerlo, la procesión anda por dentro.
—Pero si nadie discute, si nadie intriga, si nadie murmura.
—No importa. Hay intereses, hay farsas, hay ajetreos.
—Pero si la paz es absoluta. Octaviana. Si parece que fuera a regresar al mundo el Mesías, solo por visitarnos. ¡Si somos el remanso del mundo!
—¡No sean cándidos! ¡No sean simplones! ¡Abran los ojos! ¡Agucen los oídos!
—Ud. es muy pesimista.
—Soy avisado. ¡Aquí hay enredo! ¡Aquí hay intriga! ¡Aquí habrá toletole!
—Cuéntenos Ud. ¿Qué sabe Ud.? ¿Qué sospecha Ud.?
—¿Ustedes creen que la composición de las mesas está arreglada definitivamente?
—A pie juntillas. ¿Puede ocurrir que no sea elegido presidente de la Cámara de Diputados el señor Manzanilla? ¿Puede ocurrir que no sea elegido presidente del Senado el señor del Solar?
—El señor Manzanilla será elegido. Eso es indiscutible. El señor del Solar será elegido también.
—¿Qué puede ocurrir entonces? ¿Que no sea elegido el doctor Flórez, vicepresidente? No puede ser.
—Puede ser.
—No puede ser.
—¡Ustedes están en Babia! ¡Ustedes son unos inocentes! ¿Saben ustedes por qué es candidato el señor Forero?
—Por darle gusto a sus distinguidos amigos independientes.
—¡Ingenuos! ¡Porque hay gato encerrado! ¡Porque hay intriga!
—Los civilistas apoyan al doctor Flórez. Los liberales lo sostienen a capa y espada. El doctor Durand lo impone. El señor Pardo lo ampara.
—¿Están Uds. absolutamente seguros de que el señor Pardo ampara al doctor Flórez?
—Absolutamente.
—Bueno. Entonces no me sigan preguntando…
Nuestro amigo se despidió de nosotros. Quisimos detenerlo. Pero no nos hizo caso. Se marchó de prisa. Le gritamos. Le imploramos. Nos pusimos a mitad de la calzada para llamarlo agitando el sombrero. Despectivo e imperturbable se alejó y se perdió de vista.
No hemos encontrado mejor informante. Quisimos reportear al señor Balbuena, pero el señor Balbuena nos dijo solo: —¡Ya están ustedes en la calle! ¡Bravo!
La opinión honesta dice que el acuerdo de las mayorías parlamentarias es absoluto, pero el chisme volandero y la información subrepticia dicen que en el fondo de las cosas se agitan intereses dudosos y solapados.
Y el automóvil del doctor Flórez pasa de rato en rato con vocinglero son de bocina que es como un toque de zafarrancho y con nebulosa humareda de bencina que es como la humareda de una salva…
Nadie niega que hay paz y tranquilidad en el reparto de los cargos en las mesas parlamentarias. Pero sobran indicios de que mientras en el escenario todo tiene aspecto risueño, entre bastidores se teje algún conato de farsa dramática. Buscando estos indicios nos echamos a la calle.
Hallamos a un amigo maledicente e incapaz de conformarse nunca con la verdad. Es incrédulo, escéptico. Lo abordamos:
—A ver Ud., ¿qué dice? ¿Verdad que aquí todo es calma? ¿Verdad que todo está arreglado?
—No es cierto. No hay que creerlo, la procesión anda por dentro.
—Pero si nadie discute, si nadie intriga, si nadie murmura.
—No importa. Hay intereses, hay farsas, hay ajetreos.
—Pero si la paz es absoluta. Octaviana. Si parece que fuera a regresar al mundo el Mesías, solo por visitarnos. ¡Si somos el remanso del mundo!
—¡No sean cándidos! ¡No sean simplones! ¡Abran los ojos! ¡Agucen los oídos!
—Ud. es muy pesimista.
—Soy avisado. ¡Aquí hay enredo! ¡Aquí hay intriga! ¡Aquí habrá toletole!
—Cuéntenos Ud. ¿Qué sabe Ud.? ¿Qué sospecha Ud.?
—¿Ustedes creen que la composición de las mesas está arreglada definitivamente?
—A pie juntillas. ¿Puede ocurrir que no sea elegido presidente de la Cámara de Diputados el señor Manzanilla? ¿Puede ocurrir que no sea elegido presidente del Senado el señor del Solar?
—El señor Manzanilla será elegido. Eso es indiscutible. El señor del Solar será elegido también.
—¿Qué puede ocurrir entonces? ¿Que no sea elegido el doctor Flórez, vicepresidente? No puede ser.
—Puede ser.
—No puede ser.
—¡Ustedes están en Babia! ¡Ustedes son unos inocentes! ¿Saben ustedes por qué es candidato el señor Forero?
—Por darle gusto a sus distinguidos amigos independientes.
—¡Ingenuos! ¡Porque hay gato encerrado! ¡Porque hay intriga!
—Los civilistas apoyan al doctor Flórez. Los liberales lo sostienen a capa y espada. El doctor Durand lo impone. El señor Pardo lo ampara.
—¿Están Uds. absolutamente seguros de que el señor Pardo ampara al doctor Flórez?
—Absolutamente.
—Bueno. Entonces no me sigan preguntando…
Nuestro amigo se despidió de nosotros. Quisimos detenerlo. Pero no nos hizo caso. Se marchó de prisa. Le gritamos. Le imploramos. Nos pusimos a mitad de la calzada para llamarlo agitando el sombrero. Despectivo e imperturbable se alejó y se perdió de vista.
No hemos encontrado mejor informante. Quisimos reportear al señor Balbuena, pero el señor Balbuena nos dijo solo: —¡Ya están ustedes en la calle! ¡Bravo!
La opinión honesta dice que el acuerdo de las mayorías parlamentarias es absoluto, pero el chisme volandero y la información subrepticia dicen que en el fondo de las cosas se agitan intereses dudosos y solapados.
Y el automóvil del doctor Flórez pasa de rato en rato con vocinglero son de bocina que es como un toque de zafarrancho y con nebulosa humareda de bencina que es como la humareda de una salva…
Statu quo
El señor Pardo es enemigo de las fórmulas violentas. Las situaciones definitivas le desagradan. Gusta del statu quo. Su política diplomática fue siempre una política de statu quo. statu quo con Bolivia, statu quo con el Brasil, statu quo con Colombia, statu quo con todo el mundo. El señor Pardo detesta la responsabilidad y no se explica cómo puede haber hombres tan necios que se resuelvan alguna vez a afrontarla, cuando casi siempre es tan fácil rehuirla. Y en política es también el statu quo la fórmula ideal para el señor Pardo. El señor Pardo opina probablemente que mejor que abordar una solución es aplazarla.
Y, político avezado a orillar el peligro, tiene naturalmente grandes facultades para presentirlo. Es como el albatros. Sabe cuándo la tempestad se avecina. Tiene ojos de vidente, que es como quien dice tiene ojos de gitana nómade. Solo que no dice nunca la buena ventura. Es un egoísta de su videncia. Inquiere el peligro para él solo. Y sabe alejarlo mediante la fórmula del statu quo.
El señor Pardo vio en lontananza el peligro de un conflicto con motivo de las elecciones municipales. Los amigos del señor Osores, presidente del cacerismo y candidato posible lo mismo a la Presidencia de la República que a la Presidencia del Senado, pusieron los ojos en la Alcaldía de Lima para el senador por Cajamarca. Y los amigos del doctor Durand, que no transigen con el señor Osores, pensaron inmediatamente en prepararse para enfrentarle la candidatura de su ilustre jefe. El doctor Durand, desde su egregio bufete de periodista, sonrió plácidamente a la idea de sus amigos. Y se escuchó aclamado y loado. Y se vio conducido por la unanimidad de los sufragios limeños al cargo burocrático y distinguido de burgomaestre.
Hubo aprestos de los estados mayores respectivos. El eco de las voces de mando llegó hasta el gabinete del señor Pardo. Y el señor Pardo se alarmó ante la proximidad de una lucha, que lo iba a colocar en el duro trance de ordenar una difícil y comprometedora cancha libre. El doctor Durand es temible. Recordándolas, al señor Pardo le pareció ver escritas dos fechas en el techo —como el monarca asirio en su fantástica y deshonesta orgía, en la pared—: “4 de febrero”, “15 de mayo”. El señor Pardo pensó que estas eran dos fechas inconvenientes.
Del devaneo presidencial, surgió la idea de postergar las elecciones municipales. Para evitar el conflicto, bastaba que no hubiese elecciones. Sin elecciones, seguiría el actual concejo cuidando del aseo y bienestar de la ciudad. El señor don Luis Miró Quesada, ascendería a alcalde, por obra y gracia de su afabilidad, de sus finas maneras, de su tolerancia y de su discreción. Los amigos del señor Miró Quesada quedarían complacidos de la prudencia y tino del señor Pardo.
Y el plan se lleva a cabo. No habrá elecciones municipales. Se vencerán los plazos, transcurrirán las fechas y pasarán los días y los meses. Los limeños somos muy olvidadizos y muy ociosos y no estamos para trajines electorales. Cuando nos demos cuenta de que nos quedamos sin elecciones, pensaremos que no nos va mal con el actual concejo. Somos devotos de refranes, adagios y consejos, como los dramaturgos argentinos. Y nos decimos siempre: “No hay que dejar lo viejo por lo bueno”.
Lo único inquietante para el señor Pardo era la posibilidad de que siguieran en el concejo algunos delegados distritales, que están muy distanciados de él. Bajo un régimen pardista, no se concibe sino un municipio pardista. El señor Pardo por lo menos piensa así. Y debe tener razón. Pero esa posibilidad está alejada. Los concejos distritales se renovarán y elegirán nuevos delegados. Los nuevos delegados serán por supuesto amigos del señor Pardo. Todo, como consecuencia de un plan admirable y sencillo. Al señor Pardo, que como su antecesor literato don Felipe ama a los clásicos, le place “la difícil facilidad”.
No habrá osado que niegue la habilidad del plan. Sería una lástima que se echase a perder. Una lástima grande. Si el fracaso sobreviniese, tendríamos inevitables bullicios electorales, gritos, algazaras y expansiones democráticas, todo lo cual es del peor gusto y de la más alarmante vulgaridad. Un gobernante esteta no puede consentir tales cosas.
Y luego no habrá quien niegue que el señor Pardo es un mandatario previsor. Eminentemente. Podría no prever una dificultad hacendaria o una calamidad agropecuaria. Pero la angustia de una situación comprometedora y de mal gusto, la prevé enseguida…
Y, político avezado a orillar el peligro, tiene naturalmente grandes facultades para presentirlo. Es como el albatros. Sabe cuándo la tempestad se avecina. Tiene ojos de vidente, que es como quien dice tiene ojos de gitana nómade. Solo que no dice nunca la buena ventura. Es un egoísta de su videncia. Inquiere el peligro para él solo. Y sabe alejarlo mediante la fórmula del statu quo.
El señor Pardo vio en lontananza el peligro de un conflicto con motivo de las elecciones municipales. Los amigos del señor Osores, presidente del cacerismo y candidato posible lo mismo a la Presidencia de la República que a la Presidencia del Senado, pusieron los ojos en la Alcaldía de Lima para el senador por Cajamarca. Y los amigos del doctor Durand, que no transigen con el señor Osores, pensaron inmediatamente en prepararse para enfrentarle la candidatura de su ilustre jefe. El doctor Durand, desde su egregio bufete de periodista, sonrió plácidamente a la idea de sus amigos. Y se escuchó aclamado y loado. Y se vio conducido por la unanimidad de los sufragios limeños al cargo burocrático y distinguido de burgomaestre.
Hubo aprestos de los estados mayores respectivos. El eco de las voces de mando llegó hasta el gabinete del señor Pardo. Y el señor Pardo se alarmó ante la proximidad de una lucha, que lo iba a colocar en el duro trance de ordenar una difícil y comprometedora cancha libre. El doctor Durand es temible. Recordándolas, al señor Pardo le pareció ver escritas dos fechas en el techo —como el monarca asirio en su fantástica y deshonesta orgía, en la pared—: “4 de febrero”, “15 de mayo”. El señor Pardo pensó que estas eran dos fechas inconvenientes.
Del devaneo presidencial, surgió la idea de postergar las elecciones municipales. Para evitar el conflicto, bastaba que no hubiese elecciones. Sin elecciones, seguiría el actual concejo cuidando del aseo y bienestar de la ciudad. El señor don Luis Miró Quesada, ascendería a alcalde, por obra y gracia de su afabilidad, de sus finas maneras, de su tolerancia y de su discreción. Los amigos del señor Miró Quesada quedarían complacidos de la prudencia y tino del señor Pardo.
Y el plan se lleva a cabo. No habrá elecciones municipales. Se vencerán los plazos, transcurrirán las fechas y pasarán los días y los meses. Los limeños somos muy olvidadizos y muy ociosos y no estamos para trajines electorales. Cuando nos demos cuenta de que nos quedamos sin elecciones, pensaremos que no nos va mal con el actual concejo. Somos devotos de refranes, adagios y consejos, como los dramaturgos argentinos. Y nos decimos siempre: “No hay que dejar lo viejo por lo bueno”.
Lo único inquietante para el señor Pardo era la posibilidad de que siguieran en el concejo algunos delegados distritales, que están muy distanciados de él. Bajo un régimen pardista, no se concibe sino un municipio pardista. El señor Pardo por lo menos piensa así. Y debe tener razón. Pero esa posibilidad está alejada. Los concejos distritales se renovarán y elegirán nuevos delegados. Los nuevos delegados serán por supuesto amigos del señor Pardo. Todo, como consecuencia de un plan admirable y sencillo. Al señor Pardo, que como su antecesor literato don Felipe ama a los clásicos, le place “la difícil facilidad”.
No habrá osado que niegue la habilidad del plan. Sería una lástima que se echase a perder. Una lástima grande. Si el fracaso sobreviniese, tendríamos inevitables bullicios electorales, gritos, algazaras y expansiones democráticas, todo lo cual es del peor gusto y de la más alarmante vulgaridad. Un gobernante esteta no puede consentir tales cosas.
Y luego no habrá quien niegue que el señor Pardo es un mandatario previsor. Eminentemente. Podría no prever una dificultad hacendaria o una calamidad agropecuaria. Pero la angustia de una situación comprometedora y de mal gusto, la prevé enseguida…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 19 de julio de 1916 ↩︎
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