3.6. Tiempo Perdido
- José Carlos Mariátegui
Tiempo Perdido1
La belicosa, corajuda y heroica minoría está cabizbaja. No levanta los ojos del sardinel y camina sonámbula por las calles y se tropieza con los viandantes inofensivos. Rehúye la interrogación y se escapa a carrera abierta ante la posibilidad del reportaje. A duras penas pudimos parar ayer al señor Salazar y Oyarzábal.
El señor Salazar y Oyarzábal se afirmó los lentes y nos dijo con pesadumbre:
—Ustedes dirán.
—Si queremos que usted sea quien nos diga. Usted que es el líder.
A ver. ¿Qué hay? ¿Qué pasa?
El señor Salazar y Oyarzábal movió la cabeza tristemente:
—No pasa nada.
—¿Y el retiro del empréstito? ¿Y el inevitable receso parlamentario?
El señor Salazar y Oyarzábal suspiró con hondísima pena:
—¡Ay! ¡El empréstito! ¡Si ustedes supieran, jóvenes!
Nuestra curiosidad eterna se soliviantó. Y atizamos el inminente desborde de las confidencias del señor Salazar y Oyarzábal:
—¡A ver, señor! ¡Espontanéese! ¿Tiene usted una pena? ¿Le ha pasado a usted algo? ¡Cuéntenos!
El señor Salazar y Oyarzábal nos miró agradecido. Y se puso tan triste que creímos que ahí mismo nos iba a cantar un yaraví. Pero no. El señor Salazar y Oyarzábal nos hizo una confidencia:
—¿Qué me ha pasado? ¡A mí nada! A la minoría de diputados. A Torres Balcázar, a Borda, a Ruiz Bravo, a Secada, a todos los de la minoría. A mí también. Estamos desolados.
—¿………?
—¡Claro! ¿Cree usted poco pasarse una semana enterita preparando discurso tras discurso para combatir el empréstito y que luego lo retiren? ¡Nos han defraudado!
Y se marcha. Se marcha de prisa sin hacer caso de nuestras preguntas sucesivas. Afortunadamente nos tropezamos enseguida con el señor Ruiz Bravo, como siempre risueño, rozagante, afable, pagado de su suerte, seguro de que las gentes salen a aguaitarlo y admirarlo a las ventanas:
—¿Qué les parece? —nos pregunta—; el señor Ruiz Bravo es periodista y no se resigna jamás a ser interviuvado—. ¿Qué les parece? Nos han tenido miedo.
—Ajá. ¿Usted también preparaba un discurso?
—¿Yo? ¡Claro! Un discurso que iba a durar una semana. Me iba a quedar afónico de seguro, pero qué importaba.
¡Todo por la patria!
Y se puso en jarras, erguido, arrogante, gallardo, marcial como si hubiera oído zafarrancho.
Aventuramos una exclamación complaciente:
—¡Qué lástima!
—De veras. ¿Pero, a quién se le ocurriría el retiro del proyecto? No acierto.
Aventuramos otra exclamación:
—¡Quién sabe!
Y el señor Ruiz Bravo se dio de pronto una palmada tan tremenda en la frente que lo vimos vacilar la cabeza:
—¡Ya sé! ¡Ya sé quién es el responsable!
Y le preguntamos ansiosos, sin adivinar que la obsesión del señor Ruiz Bravo va a surgir una vez más:
—¿Quien?
—¡El ministro de guerra, hombres de Dios! ¡Si está más claro!
El señor Salazar y Oyarzábal se afirmó los lentes y nos dijo con pesadumbre:
—Ustedes dirán.
—Si queremos que usted sea quien nos diga. Usted que es el líder.
A ver. ¿Qué hay? ¿Qué pasa?
El señor Salazar y Oyarzábal movió la cabeza tristemente:
—No pasa nada.
—¿Y el retiro del empréstito? ¿Y el inevitable receso parlamentario?
El señor Salazar y Oyarzábal suspiró con hondísima pena:
—¡Ay! ¡El empréstito! ¡Si ustedes supieran, jóvenes!
Nuestra curiosidad eterna se soliviantó. Y atizamos el inminente desborde de las confidencias del señor Salazar y Oyarzábal:
—¡A ver, señor! ¡Espontanéese! ¿Tiene usted una pena? ¿Le ha pasado a usted algo? ¡Cuéntenos!
El señor Salazar y Oyarzábal nos miró agradecido. Y se puso tan triste que creímos que ahí mismo nos iba a cantar un yaraví. Pero no. El señor Salazar y Oyarzábal nos hizo una confidencia:
—¿Qué me ha pasado? ¡A mí nada! A la minoría de diputados. A Torres Balcázar, a Borda, a Ruiz Bravo, a Secada, a todos los de la minoría. A mí también. Estamos desolados.
—¿………?
—¡Claro! ¿Cree usted poco pasarse una semana enterita preparando discurso tras discurso para combatir el empréstito y que luego lo retiren? ¡Nos han defraudado!
Y se marcha. Se marcha de prisa sin hacer caso de nuestras preguntas sucesivas. Afortunadamente nos tropezamos enseguida con el señor Ruiz Bravo, como siempre risueño, rozagante, afable, pagado de su suerte, seguro de que las gentes salen a aguaitarlo y admirarlo a las ventanas:
—¿Qué les parece? —nos pregunta—; el señor Ruiz Bravo es periodista y no se resigna jamás a ser interviuvado—. ¿Qué les parece? Nos han tenido miedo.
—Ajá. ¿Usted también preparaba un discurso?
—¿Yo? ¡Claro! Un discurso que iba a durar una semana. Me iba a quedar afónico de seguro, pero qué importaba.
¡Todo por la patria!
Y se puso en jarras, erguido, arrogante, gallardo, marcial como si hubiera oído zafarrancho.
Aventuramos una exclamación complaciente:
—¡Qué lástima!
—De veras. ¿Pero, a quién se le ocurriría el retiro del proyecto? No acierto.
Aventuramos otra exclamación:
—¡Quién sabe!
Y el señor Ruiz Bravo se dio de pronto una palmada tan tremenda en la frente que lo vimos vacilar la cabeza:
—¡Ya sé! ¡Ya sé quién es el responsable!
Y le preguntamos ansiosos, sin adivinar que la obsesión del señor Ruiz Bravo va a surgir una vez más:
—¿Quien?
—¡El ministro de guerra, hombres de Dios! ¡Si está más claro!
Referencias
-
Publicado en La Prensa, Lima, 17 de enero de 1916. ↩︎