3.5. Opio

  • José Carlos Mariátegui

Opio1  

         En la Cámara joven, no hay forma de divertirse. Todo es yermo. Todo es desierto, todo es llanura pelada y escueta. No hay un oasis. No hay una gota de agua. No hay una palmera. Los discursos son homeopáticos, incoloros y amoríos. Se intercalan entre votaciones sonoras como sinfonías de carpetas.
         El señor Gamarra (don Abelardo) escribe en su pupitre artículos sobre Pelagatos, del más sabroso estilo criollo. El señor Uceda se siente en su medio y se refocila:
         —¡Este es un parlamento! ¡Catay!
         El señor Escardó Salazar (don Enrique) protesta:
         —¡Qué va a ser! Aquí no lo dejan hablar a uno. Yo tenía pensando un discurso de dos días.
         Y el señor Balbuena pregunta, a modo de una acotación malévola y risueña:
         —¿Lo sabían cuando guillotinaron el debate?
         Los ayudantes se duermen en sus asientos delante de la mesa presidencial. Inmóviles, esfíngicos, simulan dos leones de basalto. Los periodistas murmuran y hacen garabatos. Nosotros salimos corriendo. Y nos vamos al Senado.
         En el Senado, el ambiente es igualmente soporífero. Por poco no nos quedamos dormidos. Nuestros insomnios de nocherniegos profesionales van a curarse a este paso.
         El señor Barrios oficia en la presidencia, hundido en un sillón solemne. Y habla con voz que apenas se oye:
         —Al archivo. A la orden del día. Se va a votar. Aprobado.
         Y se calla luego, soñoliento, silencioso. Su señoría se pasa la vida en perpetuo sueño. Es senador desde hace veinte años.
         Y seguirá siéndolo por otros veinte. Porque su señoría tiene en Moquegua prestigios de patriarca. En Moquegua creen todavía en el derecho divino que lo asiste. Hay, sin embargo, gentes jóvenes, irrespetuosas, osadas, que echan ya la simiente de la rebelión contra el señor Barrios. Luciferes impávidos que se ríen de él en sus barbas y le hacen huesillo. El señor Barrios, que gusta de la mitología, sueña que es un Eleusis omnipotente. Y se imagina que Vulcano forja ya el rayo olímpico con que ha de hacer pavesas a los pobres mortales que le enseñan los puños desde los viñedos de Moquegua, que en este sueño mitológico se le antojan al señor Barrios viñedos de Dionisios.

Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 9 de enero de 1916. ↩︎