3.2. Paréntesis - Besamanos - !Palabra! - Entre Bastidores

  • José Carlos Mariátegui

Paréntesis1  

         Ayer nos aburrimos. Animado, bullicioso y festivo para todos el día, para nosotros soporífero, sombrío y antipático. En la mañana, ir y venir de las damas que hacían piadosa visita a los templos y formación disciplinada de los pollos que atisbaban a las damas en atrios y umbrales smart. En la tarde, desfile de coches ocupados por familias burguesas que paseaban o por caballeros vestidos de grave etiqueta que hacían visitas de cumplidos. En la noche iluminación, cohetes, tráfico de coches y automóviles, marejadas de gentes a pie que paseaban con sencillo e ingenuo espíritu de divertirse. En los teatros, democrático concurso, ambiente de polvos de “terciopelina”, de bisutería y de similor. Ni toros, con la algarabía plebeya y colorista de los tendidos rebosantes; ni carreras, con la cortesanía mesurada y reverente de las rondas del paddock. Ni sesión en las cámaras, con discurso del señor Borda o del señor Torres Balcázar o del señor Salazar y Oyarzál. Nada. Nada.
         Porque este 1° de enero ha tenido indudablemente una circunstancia fatal. La de ser inoportuno. Sin él, ayer habríamos tenido nuevos y bulliciosos incidentes en la cámara joven. La mayoría se habría puesto en sus trece para aprobar el presupuesto. Y la minoría, en una de esas posturas heroicas tan suyas en que el señor Torres Balcázar se inflama, el señor Borda se yergue, el señor Secada golpea la carpeta, el señor Salazar Oyarzábal se crece y el señor Ruiz Bravo pierde el juicio, se habría parado enterita, unánime, indomable, para decir que esa no es una mayoría ni tiene conciencia porque a ella, que es la minoría, no le deja hacer lo que quiere. ¡Ha visto el lector! Una mayoría tan intransigente, tan intolerable, tan cerrada, que se permite tomar acuerdos que a veces disgustan a la minoría.
         Y en perspectiva estos nuevos incidentes, estas nuevas protestas, estos nuevos clamores, el día de ayer ha marcado un paréntesis. Un paréntesis que se extiende al de hoy. Apenas si las promesas de la tarde taurina son relativamente reparadoras.

Besamanos  

         Nosotros tenemos la virtud de olvidarnos de todo. En los tiempos que corren es una gran virtud, indudablemente. Vemos pasar en coche, de levita y chistera, al señor Tudela y preguntamos:
         —¿A dónde va el señor Tudela? Y nos contestan:
         —Al besamanos.
         Y vemos pasar al señor Peña Murrieta, también en coche y de levita y chistera:
         —¿A dónde va el señor Peña Murrieta? Y nos contestan:
         —Al besamanos.
         Y vemos pasar al señor Manzanilla:
         —¿A dónde va el señor Manzanilla? Y nos contestan:
         —Al besamanos.
         Y vemos pasar al señor Balbuena:
         —¿A dónde va el señor Balbuena?
         Y nos contestan:
         —Al besamanos.
         Y el señor Balbuena nos hace un saludo desmesurado, un saludo que a nosotros se nos antoja que se descuelga hasta el sardinel, como diciéndonos que sí.
         Siguen pasando coches, chisteras y levitas con jubiloso rumbo a Palacio. Es el primer besamanos de la administración actual. Están ahí todos los funcionarios, todos los políticos, todos los altos personajes. Y con ellos muchos cuerpos y muchos espíritus genuflexos. Reverencias, apretones de manos, sonrisas.
         Después, desfile de los visitantes de S.E. que se desparraman por la vía central, poniendo en ella la nota ceremoniosa de sus trajes de etiqueta. Coches que ruedan con un estrépito grosero de cascos y de fustas. Automóviles que marchan, aristocráticos y luminosos y que concilian y orquestan el sigilo de sus llantas con el grito traicionero de sus bocinas.
         En una esquina, el señor Escardó y Salazar (don Enrique) se encuentra con un amigo que viene del besamanos.
         —¿Y usted, doctor, no ha ido al besamanos?
         El señor Escardó, melancólico, chico, dolorido, contesta:
           —¿Pero no sabe usted amigo lo que yo dije ayer? ¡Los diputados de la minoría no vamos nunca a Palacio!… Y yo soy consecuente…
         Y luego, se queda sonámbulo, taciturno y repite:
         —¡Nosotros los diputados de la minoría!…
         Toda una profesión de fe.

¡Palabra!…  

         —Este que viene por la acera del frente es casi un apóstol. Es el señor Capelo. Es el presidente de la Pro indígena.
         —Ajá.
         —Viene del besamanos.
         —¡El señor Capelo!
         Nos restregamos los ojos y gritamos:
         —¡Mentira! ¡No es el señor Capelo!
         —¡Ustedes están locos, pobres hombres! ¡Es el señor Capelo!
         —¡No viene entonces del besamanos!
         —¡Viene del besamanos!
         —¡No es entonces el heroico líder oposicionista del Senado!
         —¡Es el heroico líder oposicionista del Senado!
         —No lo creemos.
         —Pregúntenselo ustedes.
         Volvemos en nosotros mismos. Es, efectivamente, el señor Capelo. Y viene de Palacio. Y viene del besamanos. Y viene de cumplimentar a S.E. La nostalgia de Palacio lo mata. Desde que fue ministro, sueña con la faja ministerial que un día ciñera su cintura. Sueña con el ministerio de fomento. Sueña con el camino del Pichis. Sueña con la funesta reforma que le echó encima, convertido en un energúmeno, a todo el gremio profesional. Y no sueña con el señor Zulen, porque el señor Zulen no es como para un sueño…

Entre Bastidores  

         Hemos buscado por todo Lima al señor Borda y al señor Torres Balcázar. Pero no los hemos buscado para entrevistarlos, ni para foto grafiarlos. Los hemos buscado para verlos no más. Al despertarnos esta mañana, se nos ocurrió que no habrían amanecido iguales. Que estarían más altos. Que les habría salido barba. Que se habrían puesto calvos. Que exhibirían cualquier otro síntoma de inmortalidad. Chifladuras nuestras que explican cómo somos casi siempre pueriles, ingenuos y sencillos. Las mil y una noches y El ratoncito Pérez se dan la mano en nuestras almas ingenuas.
         Y hemos encontrado al señor Borda y al señor Torres Balcázar. Estaban juntos. Los vimos ufanos, engreídos, orgullosos. Pero no los vimos ni más grandes, ni barbudos, ni calvos. Nos acercamos de puntillas a ellos para mirarlos de cerca. Y los encontramos perfectamente iguales. Ha sido una desilusión.
         Y entonces, viéndolos se nos ha antojado que semejan dos actores fuera de la escena. Dos actores de tragedia. Nos rectificamos. Solo el señor Torres Balcázar es actor de tragedia. Su talento pide a gritos coturno y zueco. Tiene el ademán, tiene la solemnidad, tiene la entonación, tiene el misterio de los héroes de Esquilo, de Sófocles y de Shakespeare. En cambio, el señor Borda es actor de comedia. Fino, elegante, exquisito, nos parece encontrarlo en el escenario de la última farsa francesa. Nadie como él haría un mutis. Sobre todo, un mutis. El público quiere verlo en mutis cuanto antes…
         Hoy son los actores a la moda. Salen a la calle y las mujeres los miran. Y los hombres los envidian. Y todo el mundo los guapea. El señor Borda que tiene viejas arrogancias donjuanescas, se siente en la gloria, se almibara, prende un puro, tose, tira la flor que se le marchita en el ojal y se pone otra. El señor Torres Balcázar, siente que en la cabeza se le forma una almáciga de paradojas, de figuras retóricas, de párrafos rotundos y gesticula. Pensamos nuevamente en que todo en él pide coturno y zueco.

Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 2 de enero de 1916. ↩︎