XI. Conclusiones

  • José-Carlos Mariátegui
  • Víctor Vich

Como hemos visto, Mariátegui fue un intelectual atento de las políticas culturales del Estado, pero fue además un gestor cultural absolutamente involucrado en un proyecto de transformación social. No solo produjo nuevos contenidos para la cultura peruana, sino también nuevas formas de gestión desde lo que hoy llamamos la “sociedad civil”. Mariátegui entendió las políticas culturales como una profunda articulación de iniciativas del Estado, la sociedad civil y el mercado. Para él, los objetos culturales nunca debían proponerse como productos aislados, sino incorporados dentro de un proyecto político mayor. Las nuevas tecnologías y el establecimiento de una red de contactos tuvieron, en su propuesta, una función central en la difusión de todos sus proyectos, tanto a escala nacional como internacional.

Mariátegui siempre desconfió del pensamiento alejado de la acción y por eso no se cansó de subrayar que su época reclamaba “un idealismo más práctico, una actitud beligerante” y que, por lo mismo, se trataba mucho más “de la lucha que de la contemplación” (). Por eso, realizó una apología de aquellos gestores que sabían planificar, administrar y obtener resultados en el marco de un trabajo siempre involucrado con la justicia social. Así, fue un gran admirador de la capacidad de gestión de Trotsky, Lunatcharsky y de Dzerzhinsky, piezas claves en la revolución bolchevique. También celebró el trabajo de Luther en Alemania, de Eugenio Debs en los Estados Unidos, de Katayama en el Japón y de Krassin en la Rusia soviética. De este último dijo lo siguiente: “A los Soviets no les hace falta literatos ampulosamente elocuentes ni pisaverdes encantadoramente imbéciles. Les hacen falta técnicos de comercio y finanzas como Krassin” (). Y luego añadió algo muy importante:

En el ambiente de los negocios, es raro que un hombre conserve un amplio horizonte humano, un vasto panorama mental. Por lo general, muy pronto lo aprisionan y lo encierran los muros de un profesionalismo tubular o de un egoísmo utilitario y calculador. Para saltar estas barreras, hay que ser un espíritu de excepción. Krassin lo era incontestablemente. ()

Mariátegui, en suma, fue un intelectual que percibió las condiciones materiales e ideológicas de su tiempo y diseñó novedosas formas de intervención en ellas. Fue, sin duda, un intelectual que supo hacerle frente al advenimiento de la cultura de masas en la medida en que se propuso democratizar viejos paradigmas de producción cultural (). En su búsqueda de audiencias cada vez más amplias, procuró articular sus proyectos editoriales con diversas organizaciones sociales.

Coincidimos con Beigel en afirmar que fueron entonces cinco las áreas donde Mariátegui desplegó todo su proyecto editorial: la revista Amauta, el periódico Labor, las ediciones de autores nacionales y extranjeros, la Biblioteca Amauta y la Oficina del Libro (). En cada una de ellas buscó concatenar la creación de nuevos contenidos con una amplia distribución nacional e internacional, que permitiera sostenibilidad y cumpliera con un objetivo social. Por si fuera poco, en el cuidado de todas las ediciones Mariátegui siguió apostando por la producción de un trabajo que conservara su dimensión artesanal, creativa y no alienada.

Entonces, ¿qué era el socialismo para Mariátegui? Podemos decir que lo entendió como una simultaneidad: cambio económico, cambio político y cambio cultural. Para él, una sociedad socialista no podía construirse aplicando solamente nuevas recetas económicas. Se trataba, además, de trabajar en la construcción de una nueva hegemonía basada en nuevos imaginarios y, sobre todo, en una sensibilidad distinta a la capitalista. El proyecto mariateguiano de vincular cultura y política se revela entonces, no solo en todo su dinamismo, sino en su condición ejemplar y asombrosa: “El socialismo tiene que ser el resultado de un tenaz y esforzado trabajo de ascensión”, sostuvo sin miedo (). A Mariátegui lo económico y lo político le parecían decisivos, pero nunca menos que lo simbólico. Pensar y trabajar en el marco de la totalidad social fue siempre su objetivo: “La revolución que será para los pobres no solo la conquista del pan, sino también de la belleza, del arte, del pensamiento y de todas las complacencias del espíritu” ().