Mariátegui se dio cuenta de que las primeras décadas del siglo XX no solo traían consigo un gran conjunto de cambios económicos y políticos, sino que también las observó como un momento de crisis generalizada. Por eso subrayó la necesidad de transformar “un estado de ánimo en un estado de conciencia” (Mariátegui, J. C. (1974b). Temas de educación. Biblioteca Amauta.), y, para lograrlo, propuso que no había otra receta que acompañar los cambios políticos y económicos con verdaderas reformas educativas. I
¿Cómo educar a la población? Para Mariátegui, el periodismo, el arte y la promoción cultural cumplían una función decisiva al respecto. De hecho, sus emocionados artículos sobre Lunatcharsky —el comisario de la educación pública de los sóviets— y José Vasconcelos J —el secretario de educación pública en México— son relevantes para subrayar las potencialidades que una educación popular podría traer consigo. Solo desde ahí se podría “modelar una humanidad nueva e incubar un nuevo porvenir” (Mariátegui, J. C. (1985b). La escena contemporánea. Biblioteca Amauta.).
Para Mariátegui, en efecto, la escuela no podía ser entendida como el único lugar educativo. Una verdadera mejora en la calidad educativa requería de mejores medios de comunicación y de una real democratización de la producción cultural. Mariátegui entendió las políticas culturales siempre al interior de políticas educativas. De hecho, la escuela, el periodismo, el sindicato, las organizaciones obreras y los propios partidos políticos eran entendidos, —por él—, como instancias destinadas a cumplir una función educativa en la sociedad. Es decir, Mariátegui no se refería a ellos como simples instancias de reclamo coyuntural, sino que las veía, sobre todo, como “centros culturales”, vale decir, como lugares para articular un proyecto de transformación diferente al de la sociedad hegemónica. Estas organizaciones debían ser capaces de proponer cambios en las ideas y en la sensibilidad para contribuir la construcción de una nueva cultura socialista. Rochabrún, G. (s. f.). Capturar a Mariátegui [Texto inédito]. ha señalado que Mariátegui nunca “vivió la política como búsqueda y ejercicio inmediato de poder, sino como aprendizaje y pedagogía de la vida colectiva”1.
El cambio social con el que Mariátegui se sentía comprometido necesitaba de la construcción de una sensibilidad nueva destinada a gestar una nueva cultura. En sus ideas, difundir el arte era, por tanto, una tarea esencial para la reforma educativa y para producir ciudadanos más informados ante la realidad social (Mariátegui, J. C. (1985b). La escena contemporánea. Biblioteca Amauta.). Al igual que Trotsky, Mariátegui entendió el arte “como el más alto testimonio de la vitalidad y del valor de una época” (1985b, p. 92). El arte —afirmó también— debe tener la capacidad de “encender en muchas almas la llama de una fe y crispar muchos puños en un gesto de rebeldía” (Mariátegui, J. C. (1985b). La escena contemporánea. Biblioteca Amauta.).
El proyecto educativo implicaba un trabajo en la difusión crítica del conocimiento y en la formación de nuevas estéticas. “Las botellas, los vasos y las manzanas no han variado en cinco siglos; pero la sensibilidad de los hombres sí” (Mariátegui, J. C. (1986b). El artista y la época. Biblioteca Amauta.), sostuvo en un momento. Mariátegui sabía bien que el arte se descubre y se aprende en continua relación con él y, por lo tanto, la construcción de nuevos públicos fue siempre un objetivo central en su propuesta. “El gusto no es sino el resultado de un largo proceso de educación”, sostuvo además (Mariátegui, J. C. (1974b). Temas de educación. Biblioteca Amauta.).
Desde una opción verdaderamente cosmopolita, promovió las traducciones de obras en otros idiomas y fue un entusiasta divulgador “en la trama de conexiones transculturales que daban cuerpo a una esfera global de intercambios literarios” (Bergel, M. (2016, noviembre-diciembre). Tentativas sobre Mariátegui y la literatura mundial. Nueva Sociedad, (266), 168-179. https://static.nuso.org/media/articles/downloads/EN_Bergel_266.pdf). Hay en él siempre una voluntad universalista. Mariátegui, por ejemplo, reseñó a los nuevos novelistas rusos, escribió sobre el poeta bengalí Rabindranath Tagore y comentó con emoción la novela Manhattan Transfer, de John Dos Passos. Su vocación por elevar el nivel educativo, por democratizar el acceso a la cultura, por construir nuevos públicos, por reforzar la práctica de leer y por intervenir en la esfera pública, puede notarse en la decisión de publicar el boletín llamado Libros y Revistas que aparecía en todos los números de Amauta. En el primer número, a modo de presentación, Mariátegui escribió lo siguiente:
Cumplimos uno de los puntos de programa editorial Minerva iniciando la publicación de esta revista bibliográfica, que aspira a llenar una función animada por el espíritu de la época en el desarrollo de la cultura peruana. “Libros y Revistas” estudiará y reseñará el movimiento literario contemporáneo. En sus comentarios y en sus noticias, reflejará, con toda la amplitud posible, el movimiento bibliográfico nacional y extranjero. Se esforzará por ser una verdadera guía del lector peruano […]. En esta revista no nos limitaremos a una labor meramente bibliográfica. No lograríamos, si nos impusiésemos ese límite, ofrecer a nuestros lectores una imagen viva del mundo de las letras en nuestro tiempo. “Libros y Revistas” informará a su público sobre todas las instituciones, movimientos, corrientes, tendencias y grupos que constituyan una expresión interesante del trabajo, o de la crisis, de la inteligencia. Y publicará fragmentos escogidos de las otras de escritores de otros idiomas que, no obstante, su valor representativo o su interés polémico, no sean aún bien conocidos en nuestro idioma (Imprenta y Editorial Minerva. (1926). Presentación de la Editorial Minerva. Libros y Revistas: Bibliografía, Crítica, Noticias Literarias, Científicas y Artísticas, 1(1), 1-2. http://hemeroteca.mariategui.org/index.php/Detail/objects/54).
No solo ello. Mariátegui se dio cuenta, además, de que no había ni un espacio ni un mercado para las artes visuales en aquellos años. Para Majluf y Kusunoki (2021), Mariátegui fue “el gran articulador de un espacio para la plástica peruana” y Amauta fue también pensada como una especie de vitrina para que los artistas plásticos puedan exponer sus trabajos. A contracorriente de lo que existía, Mariátegui siempre se propuso abrir nuevos espacios para las artes en general.
Digamos, entonces, que su concepción de cultura no se limitaba a subrayar la importancia de los objetos simbólicos, sino que además proponía un conjunto de intervenciones para alimentar la esfera pública, para proponer nuevas estéticas y para neutralizar las relaciones de poder dentro del propio campo cultural. De sus escritos y su labor editorial se desprende una imagen de la cultura como un poder simbólico, pero también una forma de vida, que debía ser transformada. El debate sobre libros e ideas podía, en efecto, contribuir a comenzar a cambiar la sociedad.
Notas
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Eagleton lo frasea así: “Tomar el poder político es una meta a corto plazo; transformar las costumbres, las instituciones y los hábitos de sentimiento de una sociedad lleva mucho más tiempo. Se puede socializar la industria por decreto, pero la legislación no puede producir por sí sola hombres y mujeres que sientan y se comporten de una manera diferente a sus abuelos y abuelas. Para esto último se necesita un gradual proceso de educacióny cambio cultural” (Eagleton, T. (2011). Por qué Marx tenía razón. Península.). ↩︎
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A los dos meses de fundado, pasó a llamarse Círculo de Periodistas y luego dio nacimiento, el 21 de julio de 1928, a la Asociación Nacional de Periodistas. ↩︎