7.10.. Compás de espera
- José Carlos Mariátegui
1Los liberales de las derechas y los liberales de las izquierdas tienen puestos los ojos en el doctor Durand. Aguardan impacientes el instante en que el leader de todos los líderes liberales tome la palabra para señalar la orientación del partido. Y analizan y escrutan cada palabra, cada sonrisa y cada gesto del doctor Durand para ver si contienen algún anhelo revelador de sus propósitos.
Naturalmente, el doctor Durand no adelanta, por ahora, una opinión definitiva. Nadie puede pedírsela aún. El doctor Durand está todavía en una hora de cortesías sociales. Todo es alrededor de él, generalmente, congratulaciones, parabienes, galanterías. Las gentes que se acercan al doctor Durand no quieren, por supuesto, que las crea interesadas en informarse sobre su pensamiento político. Quieren que las crea interesadas en informarse sobre su salud, sobre su convalecencia, sobre su curación.
Pero esto no impide, desde luego, que en torno al doctor Durand no se hable sino de política. Los liberales discuten, sin tregua, los dos decretos históricos del señor Leguía. Y estudian la posición de su partido frente a ellos.
El señor Curletti enreda a los contertulios en sus hilos sutiles. Lucha por inocular optimismo e ilusión en los descorazonados y en los escépticos. Sostiene su idea de que el partido liberal no solo no debe considerarse desalojado del poder sino, antes bien, consolidado en él.
Y exclama convencido:
—¡Aquí los únicos caídos son los civilistas! ¡Los liberales hemos triunfado!¡Los liberales no hemos caído con el civilismo!¡Hemos triunfado con el señor Leguía! ¡Qué otra cosa representa esta renovación del Congreso, esta reforma de la Constitución y esta iniciativa de los congresos regionales! ¿No han sido los liberales revolucionarios siempre? ¿No han sido los que reiteradamente se han echado al hombro una carabina en defensa de la libertad y de la democracia? ¿No han sido los que han pedido respeto para los derechos de las provincias? ¿No han sido los que han enarbolado más de una vez la bandera del regionalismo?
Una voz le interrumpe:
—¿Y esta ley electoral del doctor Cornejo garantiza ese mínimo de libertad y de democracia que los liberales hemos reclamado en todos los tiempos?
Y el señor Curletti continúa:
—¡Qué importa la ley electoral! ¡Qué importa que el gobierno tenga en sus manos el mecanismo de la elección! ¡Al gobierno, por lo mismo que dispone de tanto poder, no le conviene usarlo en su beneficio! ¡Solo son autoritarios y abusivos los gobiernos débiles! ¡Los gobiernos fuertes son respetuosos! ¡Su fuerza no es un peligro para los ciudadanos: es una garantía!
Pero si el doctor Durand se acerca al coro el Dr. Curletti, se calla. Demasiado discreto para complicar al doctor Durand en una discusión episódica, el doctor Curletti suspende rápidamente su discurso. Y sagazmente despista al doctor Durand respecto del tema de la conversación:
—¡Estos liberales, doctor, son muy lisos! ¡Me llaman su maestro para que las gentes se imaginen que soy más viejo que ellos!
Naturalmente, el doctor Durand no adelanta, por ahora, una opinión definitiva. Nadie puede pedírsela aún. El doctor Durand está todavía en una hora de cortesías sociales. Todo es alrededor de él, generalmente, congratulaciones, parabienes, galanterías. Las gentes que se acercan al doctor Durand no quieren, por supuesto, que las crea interesadas en informarse sobre su pensamiento político. Quieren que las crea interesadas en informarse sobre su salud, sobre su convalecencia, sobre su curación.
Pero esto no impide, desde luego, que en torno al doctor Durand no se hable sino de política. Los liberales discuten, sin tregua, los dos decretos históricos del señor Leguía. Y estudian la posición de su partido frente a ellos.
El señor Curletti enreda a los contertulios en sus hilos sutiles. Lucha por inocular optimismo e ilusión en los descorazonados y en los escépticos. Sostiene su idea de que el partido liberal no solo no debe considerarse desalojado del poder sino, antes bien, consolidado en él.
Y exclama convencido:
—¡Aquí los únicos caídos son los civilistas! ¡Los liberales hemos triunfado!¡Los liberales no hemos caído con el civilismo!¡Hemos triunfado con el señor Leguía! ¡Qué otra cosa representa esta renovación del Congreso, esta reforma de la Constitución y esta iniciativa de los congresos regionales! ¿No han sido los liberales revolucionarios siempre? ¿No han sido los que reiteradamente se han echado al hombro una carabina en defensa de la libertad y de la democracia? ¿No han sido los que han pedido respeto para los derechos de las provincias? ¿No han sido los que han enarbolado más de una vez la bandera del regionalismo?
Una voz le interrumpe:
—¿Y esta ley electoral del doctor Cornejo garantiza ese mínimo de libertad y de democracia que los liberales hemos reclamado en todos los tiempos?
Y el señor Curletti continúa:
—¡Qué importa la ley electoral! ¡Qué importa que el gobierno tenga en sus manos el mecanismo de la elección! ¡Al gobierno, por lo mismo que dispone de tanto poder, no le conviene usarlo en su beneficio! ¡Solo son autoritarios y abusivos los gobiernos débiles! ¡Los gobiernos fuertes son respetuosos! ¡Su fuerza no es un peligro para los ciudadanos: es una garantía!
Pero si el doctor Durand se acerca al coro el Dr. Curletti, se calla. Demasiado discreto para complicar al doctor Durand en una discusión episódica, el doctor Curletti suspende rápidamente su discurso. Y sagazmente despista al doctor Durand respecto del tema de la conversación:
—¡Estos liberales, doctor, son muy lisos! ¡Me llaman su maestro para que las gentes se imaginen que soy más viejo que ellos!
Referencias
-
Publicado en la La Razón, Nº 60, Lima, 17 de julio de 1919. ↩︎