6.9. El gran tribunal
- José Carlos Mariátegui
1La Corte Suprema tiene imanada la atención pública. Mañana debe ocuparse de la clausura de El Tiempo. El sábado debe ocuparse del proceso electoral de Canta. El lunes debe ocuparse del proceso electoral del Callao. Es natural, por ende, que las miradas de los pueblos se hallen pendientes de los graves y ancianos varones de ese alto, austero y majestuoso tribunal.
Los leguiístas predicen una tormenta:
—¡Es inminente el conflicto entre el poder ejecutivo y el poder judicial! ¡La Corte Suprema va a tomar una resolución muy enérgica! ¡Va a exigir del gobierno que cumpla el fallo de la Corte Superior!
Y no faltan leguiístas que añaden, con el convencimiento de que sueltan una noticia emocionante:
—¡Y no solo eso! ¡La Suprema va, además, a decir al gobierno que, si no acata su sentencia, no revisará los procesos electorales!
Pero, en seguida, reaccionan:
—Aunque, ¡mejor no! ¡Qué más querría el gobierno! Si la Suprema no revisase los procesos electorales, vendría el caos. ¡Y eso es lo que desean los enemigos de Leguía! ¡Primero el caos que Leguía!
Y ratifican su decisión:
—¡Mejor es que la Suprema revise los procesos electorales!
Intervienen entonces las gentes neutrales:
—¿Pero ustedes cuentan a la Suprema como una cosa propia? ¡La Suprema es imparcial! Por lo menos el país supone que lo es.
Y los leguiístas no hacen caso:
—¡Aquí nadie es imparcial! ¡Todo el mundo es leguiísta!
El hecho es que alrededor de la Suprema, de las blancas cabezas calvas de la Suprema y de la severa jurisprudencia de la Suprema, giran actualmente los comentarios, las murmuraciones, las expectativas y hasta los chistes de las conversaciones políticas. Apenas si se habla de la exhumación de la frase leguiísta de que el orden público está encima de la constitución y de las leyes. Apenas si se habla de la dureza agresiva del comportamiento gubernamental. Apenas si se habla del brío temerario con que las autoridades del señor Pardo cierran imprentas, rompen papeles y derriban chivaletes. Para las gentes lo único interesante es la proximidad de una solemne serie de fallos, actitudes y posturas de la Suprema.
Las gentes se preguntan si es cierto que los candidatos gobiernistas van a recusar al señor Leguía y Martínez; si es cierto que el señor Leguía y Martínez se va a eliminar orgullosa y voluntariamente del juzgamiento de los procesos; si es cierto que el señor La Torre González, segundo vicepresidente del señor Leguía, tiene que eliminarse de toda suerte; si es cierto que la Suprema mira con un poco de ojeriza la política del gobierno; si es cierto, en fin, que la mayoría de los vocales supremos se propone tratar despiadadamente las credenciales, las actas, los escrutinios y los sufragios del señor del Solar, candidato a la diputación por Canta.
Todo se vuelve interrogaciones acerca de las intenciones de la Suprema, de las facultades de la Suprema, del pensamiento de la Suprema.
No seremos nosotros, pobres periodistas, sin perspicacia y sin malicia, quienes nos atrevamos a responder la más inocente de esas interrogaciones…
Los leguiístas predicen una tormenta:
—¡Es inminente el conflicto entre el poder ejecutivo y el poder judicial! ¡La Corte Suprema va a tomar una resolución muy enérgica! ¡Va a exigir del gobierno que cumpla el fallo de la Corte Superior!
Y no faltan leguiístas que añaden, con el convencimiento de que sueltan una noticia emocionante:
—¡Y no solo eso! ¡La Suprema va, además, a decir al gobierno que, si no acata su sentencia, no revisará los procesos electorales!
Pero, en seguida, reaccionan:
—Aunque, ¡mejor no! ¡Qué más querría el gobierno! Si la Suprema no revisase los procesos electorales, vendría el caos. ¡Y eso es lo que desean los enemigos de Leguía! ¡Primero el caos que Leguía!
Y ratifican su decisión:
—¡Mejor es que la Suprema revise los procesos electorales!
Intervienen entonces las gentes neutrales:
—¿Pero ustedes cuentan a la Suprema como una cosa propia? ¡La Suprema es imparcial! Por lo menos el país supone que lo es.
Y los leguiístas no hacen caso:
—¡Aquí nadie es imparcial! ¡Todo el mundo es leguiísta!
El hecho es que alrededor de la Suprema, de las blancas cabezas calvas de la Suprema y de la severa jurisprudencia de la Suprema, giran actualmente los comentarios, las murmuraciones, las expectativas y hasta los chistes de las conversaciones políticas. Apenas si se habla de la exhumación de la frase leguiísta de que el orden público está encima de la constitución y de las leyes. Apenas si se habla de la dureza agresiva del comportamiento gubernamental. Apenas si se habla del brío temerario con que las autoridades del señor Pardo cierran imprentas, rompen papeles y derriban chivaletes. Para las gentes lo único interesante es la proximidad de una solemne serie de fallos, actitudes y posturas de la Suprema.
Las gentes se preguntan si es cierto que los candidatos gobiernistas van a recusar al señor Leguía y Martínez; si es cierto que el señor Leguía y Martínez se va a eliminar orgullosa y voluntariamente del juzgamiento de los procesos; si es cierto que el señor La Torre González, segundo vicepresidente del señor Leguía, tiene que eliminarse de toda suerte; si es cierto que la Suprema mira con un poco de ojeriza la política del gobierno; si es cierto, en fin, que la mayoría de los vocales supremos se propone tratar despiadadamente las credenciales, las actas, los escrutinios y los sufragios del señor del Solar, candidato a la diputación por Canta.
Todo se vuelve interrogaciones acerca de las intenciones de la Suprema, de las facultades de la Suprema, del pensamiento de la Suprema.
No seremos nosotros, pobres periodistas, sin perspicacia y sin malicia, quienes nos atrevamos a responder la más inocente de esas interrogaciones…
Referencias
-
Publicado en la La Razón, Nº 25, Lima, 11 de junio de 1919. ↩︎