6.19. Niebla repentina
- José Carlos Mariátegui
1El horizonte parlamentario se ha oscurecido de repente. Esa candidatura del señor Echenique a la presidencia del Senado, que en tan buen pie estaba, se ha tambaleado un poco. Parece que los senadores liberales no la quieren. Parece más todavía. Parece que los senadores liberales desean que la presidencia del Senado sea para ellos. Para ellos o para nadie.
Un calofrío recorre las filas civilistas del senado. ¡Cómo! ¿Los liberales no se conforman con la presidencia de la Cámara de Diputados? ¿Prefieren la presidencia de la Cámara vieja? ¿Echan por tierra la inteligencia concebida por los civilistas? Las interrogaciones se suceden en las filas civilistas. Y no encuentran respuesta. El propio señor Echenique no acierta a darla.
El porqué del juego liberal, sin embargo, está muy claro.
Los liberales desean la presidencia del Senado porque saben que pueden obtenerla. Las fuerzas del Senado son cuatro. Una, los votos civilistas. Otra, los votos liberales. Otra, los votos leguiístas. Y otra, los votos sin filiación. Candidato de los votos civilistas es el señor Echenique, persona dueña devastas influencias y de cordiales simpatías. Candidato de los votos leguiístas es el señor Cornejo, orador y maestro insigne. Candidato de los votos sin filiación es el señor Bernales, contendor victorioso del señor Echenique en otra oportunidad. Los votos liberales bastan para dar mayoría a los votos civilistas o a los votos leguiístas. Luego tienen que ser solicitados por unos y otros.
Ahora bien.
Puede ocurrir que, si los votos liberales se mantienen impertérritamente aislados, se les sumen los votos leguiístas para ayudarlos a derrotar a los civilistas. Puede ocurrir fácilmente. Primero, porque los leguiístas, una vez que se convenzan de que no son mayoría en el Senado, tienen que limitar su aspiración a esto: tirar abajo al candidato gobiernista. Segundo, porque el hecho de que no sean ellos quienes derroten al gobierno no puede importarles. Lo único que puede importarles es que el gobierno salga derrotado. Cuestión de estrategia.
Los liberales, por esto, se niegan a contraer desde hoy un compromiso. Existe la expectativa de que la presidencia del Senado sea para ellos. Es lógico que ellos no renuncien espontáneamente a esta expectativa. Que a esta expectativa se la lleve el viento, en buena hora. Pero que ellos mismos la derriben de un manazo, para robustecer una expectativa ajena, de ningún modo.
Las gentes se ríen.
—¿Quiere decir que la candidatura del señor Echenique va a fracasar por tercera vez?
Y los senadores protestan unánimemente:
—No. ¡El señor Echenique no va a fracasar por tercera vez! ¡Va a triunfar por tercera! ¡Los senadores van a elegirlo, por tercera vez, tesorero!
Un calofrío recorre las filas civilistas del senado. ¡Cómo! ¿Los liberales no se conforman con la presidencia de la Cámara de Diputados? ¿Prefieren la presidencia de la Cámara vieja? ¿Echan por tierra la inteligencia concebida por los civilistas? Las interrogaciones se suceden en las filas civilistas. Y no encuentran respuesta. El propio señor Echenique no acierta a darla.
El porqué del juego liberal, sin embargo, está muy claro.
Los liberales desean la presidencia del Senado porque saben que pueden obtenerla. Las fuerzas del Senado son cuatro. Una, los votos civilistas. Otra, los votos liberales. Otra, los votos leguiístas. Y otra, los votos sin filiación. Candidato de los votos civilistas es el señor Echenique, persona dueña devastas influencias y de cordiales simpatías. Candidato de los votos leguiístas es el señor Cornejo, orador y maestro insigne. Candidato de los votos sin filiación es el señor Bernales, contendor victorioso del señor Echenique en otra oportunidad. Los votos liberales bastan para dar mayoría a los votos civilistas o a los votos leguiístas. Luego tienen que ser solicitados por unos y otros.
Ahora bien.
Puede ocurrir que, si los votos liberales se mantienen impertérritamente aislados, se les sumen los votos leguiístas para ayudarlos a derrotar a los civilistas. Puede ocurrir fácilmente. Primero, porque los leguiístas, una vez que se convenzan de que no son mayoría en el Senado, tienen que limitar su aspiración a esto: tirar abajo al candidato gobiernista. Segundo, porque el hecho de que no sean ellos quienes derroten al gobierno no puede importarles. Lo único que puede importarles es que el gobierno salga derrotado. Cuestión de estrategia.
Los liberales, por esto, se niegan a contraer desde hoy un compromiso. Existe la expectativa de que la presidencia del Senado sea para ellos. Es lógico que ellos no renuncien espontáneamente a esta expectativa. Que a esta expectativa se la lleve el viento, en buena hora. Pero que ellos mismos la derriben de un manazo, para robustecer una expectativa ajena, de ningún modo.
Las gentes se ríen.
—¿Quiere decir que la candidatura del señor Echenique va a fracasar por tercera vez?
Y los senadores protestan unánimemente:
—No. ¡El señor Echenique no va a fracasar por tercera vez! ¡Va a triunfar por tercera! ¡Los senadores van a elegirlo, por tercera vez, tesorero!
Referencias
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Publicado en la La Razón, Nº 41, Lima, 28 de junio de 1919. ↩︎