6.11. Palabras, palabras, palabras
- José Carlos Mariátegui
1El señor Pardo continúa barajando proyectos sobre las subsistencias. Proyectos de todas las categorías, de todos los linajes y de todos los abolengos. Proyectos científicos y proyectos empíricos. Proyectos ilustres y proyectos humildes. Proyectos gubernamentales, proyectos parlamentarios y proyectos municipales. Proyectos de diversos colores y tamaños.
Según los cronistas de Palacio, el señor Pardo se ocupa seriamente de los problemas de la carestía. No es la clausura de las imprentas leguiístas, no es la conservación del orden social, no es la Escuela de Bellas Artes, ni es la defensa de la hegemonía del civilismo lo único que llena su pensamiento y su actividad. No. El señor Pardo, según los buenos cronistas de Palacio, se propone de veras abaratar los alimentos.
Es que los cronistas de Palacio ven que un día entran al Ministerio de Fomento los agricultores para estudiar el modo de abastecer de legumbres baratas a la ciudad, y que otro día entran al Ministerio de Fomento los caseros, para buscar la manera de rebajar los alquileres. Y que otro día el señor Pardo conversa con el alcalde sobre la feria de la Alameda Grau. Y que otro día el señor Pardo conversa con el ilustre gerente de la Salinera, señor Montero y Tirado, sobre las menestras y el carbón de palo. Y que otro día el señor Pardo conversa con los señores Bernales y Miró Quesada, personeros del comité pro-Abaratamiento, sobre el pliego de iniciativas que le presentaron.
Y esto les basta para aseverar que el señor Pardo procura remediar la carestía.
Pero la verdad es que el señor Pardo no hace hasta ahora sino barajar proyectos. Leerlos con una cara muy seria. Ponerse a meditar acodado sobre ellos con la cabeza entre las manos. Cambiarlos de sitio en su escritorio. Consultarlos al ministro de Hacienda señor Escardó y Salazar, que, naturalmente, no quiere que le hablen sino de ferrocarriles.
Ahí están, por eso, los señores Bernales y Miró Quesada redactando una nota al comité pro—abaratamiento en que dan por terminada su misión. Ahí están eligiendo los términos más sagaces y las palabras más leves para manifestarle al comité que han colocado su suerte y la de las subsistencias en manos del gobierno. Ahí están rompiendo borrador tras borrador para que no se les escape ninguna palabra que pueda acusarlos a ellos de poco celo. Y ninguna palabra que pueda acusar al gobierno de poca atención.
Los señores Bernales y Miró Quesada consideran cumplido su encargo. El gobierno casi no ha hecho más que gestionar que en adelante se siembre hortalizas y legumbres en los alrededores de la ciudad. Los trabajadores no han sido aún llamados, como en Inglaterra, a discutir con el gobierno y los industriales las bases de una solución. No han obtenido siquiera la libertad que reclaman para deliberar a su gusto. Pero esto no es culpa de los señores Bernales y Miró Quesada. Los señores Bernales y Miró Quesada han ido a Palacio las veces necesarias para exponer al señor Pardo sus puntos de vista, sus puntos acápites y sus puntos suspensivos.
El señor Pardo revisa, numera y ordena las iniciativas, las peticiones y los memoriales. Forma con ellos un cerro. Coloca sobre su cúspide un pisapapeles.
Y, finalmente, bosteza recordando que demasiado próximo está el fin de su gobierno para que se desvele resolviendo un problema tan intrincado, tan complejo.
Que no es el único problema intrincado y complejo que tiene delante.
Según los cronistas de Palacio, el señor Pardo se ocupa seriamente de los problemas de la carestía. No es la clausura de las imprentas leguiístas, no es la conservación del orden social, no es la Escuela de Bellas Artes, ni es la defensa de la hegemonía del civilismo lo único que llena su pensamiento y su actividad. No. El señor Pardo, según los buenos cronistas de Palacio, se propone de veras abaratar los alimentos.
Es que los cronistas de Palacio ven que un día entran al Ministerio de Fomento los agricultores para estudiar el modo de abastecer de legumbres baratas a la ciudad, y que otro día entran al Ministerio de Fomento los caseros, para buscar la manera de rebajar los alquileres. Y que otro día el señor Pardo conversa con el alcalde sobre la feria de la Alameda Grau. Y que otro día el señor Pardo conversa con el ilustre gerente de la Salinera, señor Montero y Tirado, sobre las menestras y el carbón de palo. Y que otro día el señor Pardo conversa con los señores Bernales y Miró Quesada, personeros del comité pro-Abaratamiento, sobre el pliego de iniciativas que le presentaron.
Y esto les basta para aseverar que el señor Pardo procura remediar la carestía.
Pero la verdad es que el señor Pardo no hace hasta ahora sino barajar proyectos. Leerlos con una cara muy seria. Ponerse a meditar acodado sobre ellos con la cabeza entre las manos. Cambiarlos de sitio en su escritorio. Consultarlos al ministro de Hacienda señor Escardó y Salazar, que, naturalmente, no quiere que le hablen sino de ferrocarriles.
Ahí están, por eso, los señores Bernales y Miró Quesada redactando una nota al comité pro—abaratamiento en que dan por terminada su misión. Ahí están eligiendo los términos más sagaces y las palabras más leves para manifestarle al comité que han colocado su suerte y la de las subsistencias en manos del gobierno. Ahí están rompiendo borrador tras borrador para que no se les escape ninguna palabra que pueda acusarlos a ellos de poco celo. Y ninguna palabra que pueda acusar al gobierno de poca atención.
Los señores Bernales y Miró Quesada consideran cumplido su encargo. El gobierno casi no ha hecho más que gestionar que en adelante se siembre hortalizas y legumbres en los alrededores de la ciudad. Los trabajadores no han sido aún llamados, como en Inglaterra, a discutir con el gobierno y los industriales las bases de una solución. No han obtenido siquiera la libertad que reclaman para deliberar a su gusto. Pero esto no es culpa de los señores Bernales y Miró Quesada. Los señores Bernales y Miró Quesada han ido a Palacio las veces necesarias para exponer al señor Pardo sus puntos de vista, sus puntos acápites y sus puntos suspensivos.
El señor Pardo revisa, numera y ordena las iniciativas, las peticiones y los memoriales. Forma con ellos un cerro. Coloca sobre su cúspide un pisapapeles.
Y, finalmente, bosteza recordando que demasiado próximo está el fin de su gobierno para que se desvele resolviendo un problema tan intrincado, tan complejo.
Que no es el único problema intrincado y complejo que tiene delante.
Referencias
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Publicado en la La Razón, Nº 28, Lima, 14 de junio de 1919. ↩︎