6.1. Empieza junio

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Nuestra ilustre, voluptuosa y castiza ciudad recupera, poco a poco, todos sus aspectos normales. Cesan las descargas, enrarecen los tiros, se abren las bocacalles de la Plaza de Armas, toma descanso el ejército durante las horas del día, reabren sus puertas los teatros, los cinemas y las confiterías, y reaparece en las tertulias el comentario político. No parece que hasta anteayer hubiéramos vivido entre tiros y pedradas. No parece que siguiera latente la protesta del proletariado. Y es que nuestra ciudad sabe convalecer muy pronto de sustos y sacudidas. Está acostumbrada a amanecer con un motín ya anochecer con un jolgorio. La tragedia nunca deja huella en sus viejas y románticas calles. No en vano su historia es la historia de una ciudad revolucionaria.
         Ahora, por ejemplo, comienza a encenderse otra vez la discusión política. Vuelve a interesar a las gentes la cuestión de las elecciones. Y suenan de nuevo los nombres de los candidatos.
         Inicia el debate una pregunta:
         —Bueno. ¿Y cómo va a solucionarse el problema presidencial? ¿Quién va a ser el sucesor del señor Pardo?
         Los leguiístas responden atropellándose:
         —¡El problema presidencial está resuelto! ¡El señor Leguía ha sido elegido presidente por los pueblos de la república!
         Y los aspillaguistas responden también:
         —¡El problema presidencial está ya resuelto! ¡El señor Aspíllaga ha sido elegido presidente por los pueblos de la república!
         Pero el efecto de las dos afirmaciones ya no es el mismo de antes. Ya estas afirmaciones no encienden polémicas entre las gentes neutrales. Las gentes neutrales casi no se acuerdan de que, en el mes de mayo, en los días dieciocho y diecinueve, ha habido elecciones en la república. Casi no se acuerdan de que el señor Leguía ganó la mayoría de votos en la capital y el señor Aspíllaga ganó la mayoría de votos de las provincias. No obstante que el señor Leguía, según sus partidarios, era el candidato del regionalismo y el señor Aspíllaga, según ellos igualmente, el candidato del centralismo.
         Las gentes mueven la cabeza sonriendo:
         —¡Qué va a estar resuelto el problema! ¡Qué va a ser cierto que los pueblos han elegido presidente de la República! ¡Qué va a ser cierto!
         Y contestan algunos políticos sagaces:
         —¡Claro! El problema no está resuelto. Los pueblos no han elegido presidente. Por consiguiente, debe elegirlo el congreso. Y debe elegirlo entre los que han obtenido votos.
         Mas las gentes mueven otra vez la cabeza y otra vez sonríen:
         —¿Solución transaccional del congreso? ¿Eso es lo que esperan ustedes? ¿Sí? Pues bien. Esa solución no es posible. Ninguno de los dos bandos parlamentarios concurrirá al Congreso, sin la seguridad de vencer.
         Y aquel que se sienta en minoría frustraría la instalación de las Cámaras. ¿Qué argumentan ustedes ahora? ¿Que la influencia del gobierno podría obtener la solución? Están ustedes equivocados. ¿No ven ustedes que la solución del problema es superior a las fuerzas del señor Pardo?
         ¿No ven ustedes que el señor Pardo no tiene autoridad para resolver el problema? El señor Pardo puede destruir cualquier solución mala; pero no puede construir ninguna solución buena.
         La ciudad entera se inquieta.
         —¿Y entonces cómo va a resolverse el problema?
         —Callan todas las voces…


Referencias


  1. Publicado en la La Razón, Nº 15, Lima, 1 de junio de 1919. ↩︎