3.18. Carrilano siempre
- José Carlos Mariátegui
1No crean ustedes que la presencia del señor Escardó y Salazar en el Ministerio de Hacienda indica un cambio de programa, de doctrina y de tendencia en ese grande y buen amigo de los ferrocarriles. El señor Escardó y Salazar no ha ido al Ministerio de Hacienda para quebrarse la cabeza con los problemas de las subsistencias, con los problemas del comercio, ni con los problemas de la tributación. El señor Escardó y Salazar ha ido al Ministerio de Hacienda para abrirle camino a su política ferrocarrilera. Resulta, en buena cuenta, un ministro de Fomento encargado interinamente del Ministerio de Hacienda.
El señor Escardó y Salazar entró la vez pasada en el gobierno con el objeto de hacer ferrocarriles. Esta era su orientación sustantiva, cardinal, única casi. No quería el señor Escardó y Salazar que se le hablase de recursos, de créditos, ni de nombramientos. No quería que se le hablase sino de ferrocarriles. Se había sistematizado en esta frase:
—¡Rieles y adentro y adentro!
El progreso del Perú era, a juicio del señor Escardó y Salazar, una obra de carrilano. Y él estaba resuelto a ser ese carrilano. No sin contradicciones. Cortaba enérgicamente todo conato de refutación con su frase famosa:
—¡Rieles y adentro y adentro!
Pero luego se enteró de que para tender rieles no bastaba ser ministro de Fomento. No bastaba ser carrilano. Él, por ejemplo, deseaba construir muchos ferrocarriles; pero tropezaba con una dificultad que no estaba en su mano remediar: no había plata. Mal de su agrado, tuvo que vetar una ley ferrocarrilera que creaba una partida ferrocarrilera superior a las débiles fuerzas del Estado. Y, a renglón seguido, hubo de abandonar el gobierno. Y anduvo a punto de marcharse del país.
Abundaron, por eso, quienes se asombraron últimamente de que el señor Escardó y Salazar hubiese aceptado un ministerio:
—¿El señor Escardó y Salazar, ministro otra vez? —exclamaron. ¡No puede ser! ¡El señor Escardó y Salazar se halla muy desencantado! ¡Desencantado del gobierno! ¡Desencantado del congreso! ¡Desencantado del pueblo!¡Desencantado del partido nacional democrático! ¡Desencantado de todo! ¡Se halla dolorosamente convencido de que aquí no es posible construir ferrocarriles! ¡Y de que, por consiguiente, estamos perdidos!
Y es que se ignoraba una cosa.
Se ignoraba que el señor Escardó y Salazar no podía asumir nuevamente el Ministerio de Fomento; pero sí el Ministerio de Hacienda. En el Ministerio de Fomento no encontró la plata necesaria para hacer ferrocarriles. En el Ministerio de Hacienda podía encontrarla. Por lo menos podía buscarla.
Resplandeciente de optimismo, lo dice ahora el señor Escardó y Salazar a las gentes que acuden a felicitarlo:
—¡Yo soy el mismo de antes! ¡Siempre carrilano! ¡Carrilano siempre!
El señor Escardó y Salazar entró la vez pasada en el gobierno con el objeto de hacer ferrocarriles. Esta era su orientación sustantiva, cardinal, única casi. No quería el señor Escardó y Salazar que se le hablase de recursos, de créditos, ni de nombramientos. No quería que se le hablase sino de ferrocarriles. Se había sistematizado en esta frase:
—¡Rieles y adentro y adentro!
El progreso del Perú era, a juicio del señor Escardó y Salazar, una obra de carrilano. Y él estaba resuelto a ser ese carrilano. No sin contradicciones. Cortaba enérgicamente todo conato de refutación con su frase famosa:
—¡Rieles y adentro y adentro!
Pero luego se enteró de que para tender rieles no bastaba ser ministro de Fomento. No bastaba ser carrilano. Él, por ejemplo, deseaba construir muchos ferrocarriles; pero tropezaba con una dificultad que no estaba en su mano remediar: no había plata. Mal de su agrado, tuvo que vetar una ley ferrocarrilera que creaba una partida ferrocarrilera superior a las débiles fuerzas del Estado. Y, a renglón seguido, hubo de abandonar el gobierno. Y anduvo a punto de marcharse del país.
Abundaron, por eso, quienes se asombraron últimamente de que el señor Escardó y Salazar hubiese aceptado un ministerio:
—¿El señor Escardó y Salazar, ministro otra vez? —exclamaron. ¡No puede ser! ¡El señor Escardó y Salazar se halla muy desencantado! ¡Desencantado del gobierno! ¡Desencantado del congreso! ¡Desencantado del pueblo!¡Desencantado del partido nacional democrático! ¡Desencantado de todo! ¡Se halla dolorosamente convencido de que aquí no es posible construir ferrocarriles! ¡Y de que, por consiguiente, estamos perdidos!
Y es que se ignoraba una cosa.
Se ignoraba que el señor Escardó y Salazar no podía asumir nuevamente el Ministerio de Fomento; pero sí el Ministerio de Hacienda. En el Ministerio de Fomento no encontró la plata necesaria para hacer ferrocarriles. En el Ministerio de Hacienda podía encontrarla. Por lo menos podía buscarla.
Resplandeciente de optimismo, lo dice ahora el señor Escardó y Salazar a las gentes que acuden a felicitarlo:
—¡Yo soy el mismo de antes! ¡Siempre carrilano! ¡Carrilano siempre!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de diciembre de 1918. ↩︎