2.23. El destino avieso

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El coronel Cateriano creía que iba a dejar el Ministerio de Guerra sin pasar por el trance de una nueva interpelación parlamentaria. Y tenía demasiada razón para creerlo. El gabinete estaba aguardando, con la dimisión en el bolsillo, que el señor Pardo resolviese la crisis. No había, pues, motivo para suponer que se le ocurriese a alguna de las Cámaras solicitar la asistencia del ministro de Guerra a sus deliberaciones.
         Eran muy grandes, por ende, la tranquilidad y el contento con que el coronel Cateriano veía aproximarse el término de su estada en el Ministerio de Guerra. Se refocilaba con la certidumbre de que no lo amenazaba ninguna llamada legislativa. Solo una interpelación había turbado el sosiego de su labor ministerial. Y había salido de ella con ventura.
         Pero el destino, coludido con los enojos chilenos, conspiraba contra la felicidad burocrática, honesta y recatada del coronel Cateriano. Y, anteayer, el señor Salazar y Oyarzábal fue su instrumento. Reluciente de solemnidad, de patriotismo y de cosmético, el señor Salazar y Oyarzábal se irguió en su escaño para formular esta demanda.
         —Pido que mañana venga el ministro de Relaciones Exteriores.
         Y para completarla así enseguida:
         —Y pido que mañana venga también el ministro de Guerra.
         Y el señor Pinzás, dominado por las sugestiones de la atmósfera, no pudo contenerse:
         —Yo me adhiero, señores diputados, al pedido del señor Salazar y Oyarzábal.
         El anuncio de la llamada resonó inmediata y trágicamente en el marcial despacho del ministro de Guerra. No era aguardado. No era sospechado. No era temido siquiera. El coronel Cateriano vivía muy dichoso con su satisfacción de haber unido el título de ministro de Guerra a sus demás pundonorosos títulos de coronel del ejército.
         Ante el anuncio intempestivo se preguntó con un gesto de desagrado infinito:
         —¿Interpelaciones ahora? ¿Ahora que estoy con un pie en el ministerio y otro pie en mi hogar?
         Y descargó el puño ilustre y denodado sobre un papel secante del escritorio.
         No era para menos.
         El coronel Cateriano se encargó del Ministerio de Guerra con muy poca gana de permanecer largo rato bajo el peso de sus responsabilidades. Aceptó el ministerio porque como soldado no podía negarse a prestarle a su patria un servicio eminente e indispensable. Lo aceptó con la condición tácita de que su presencia en el gobierno era accidental, interina y precaria. Lo aceptó sin comprometerse a solucionar graves problemas ni a practicar arduos estudios. Lo aceptó por razones de disciplina, de obediencia y de heroísmo profesionales.
         Puede decirse, por consiguiente, que desde que recibió en sus manos de soldado antiguo la cartera de Guerra empezó a pensar en el momento de depositarla en otras manos. En otras manos menos ilustres, pero más ambiciosas que las suyas.
         Para lustre, gloria y decoración de su biografía, no hacía falta que fuese ministro de Guerra por mucho tiempo. No hacía falta que fuese ministro de Guerra en circunstancias trascendentales. No hacía falta que fuese ministro de Guerra en obsequio a una necesidad pública. No hacía falta, sino que fuese ministro de Guerra. La faja ministerial, una faja primorosa con flecos de oro, bastaba para eterno timbre de la historia militar del coronel Cateriano.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de noviembre de 1918. ↩︎