1.16. Apertura rápida
- José Carlos Mariátegui
1El Congreso no ha permanecido cerrado ni un día siquiera. Un campanillazo clausuró a las once de la noche de anteayer sus sesiones ordinarias. Y otro campanillazo inauguró a las cinco de la tarde de ayer sus sesiones extraordinarias. No ha habido, pues, sino un intermedio de horas entre legislatura y legislatura. El mismo intermedio habitual que hay entre sesión y sesión.
La convocatoria de la legislatura extraordinaria salió a la calle antes de que hubieran concluido las sesiones finales de la legislatura ordinaria. Llegó a las imprentas muy temprano. Y le dijo tácitamente a la ciudad que al gobierno le corría mucha prisa que comenzasen de una vez las nuevas sesiones. Porque no en vano aconseja la sabiduría de un refrán que a mal que no tiene remedio se le ponga buena cara.
Este congreso extraordinario, efectivamente, es un síntoma.
El señor Pardo habría querido pasársela sin él. El control de las cámaras le molesta. No porque sea control realmente sino porque al fin y al cabo se llama control. Y, como el señor Pardo es un hiperestésico, basta para desasosegarlo la pronunciación de la palabra control. No le importa que sea entre nosotros, tratándose del control parlamentario, una palabra vana, mendaz e ilusoria.
Sin embargo, el señor Pardo ha tenido que transigir con la convocatoria. Ha tenido que avenirse con ella. Ha tenido que firmarla, asistido por su consejo de ministros y hostilizado por la gripe y el catarro, en su residencia de Miraflores.
Ocurre, pues, que el señor Pardo siente ya la imposibilidad de hacer lo que le venga en gana. Su querer, que era antes un querer todopoderoso, es ahora, en ciertos casos, un querer impotente. Anda muy decaída, muy empequeñecida y muy maltrecha la omnipotencia de su autoridad. Las gentes empiezan a objetar sus palabras, a contrariar su pensamiento y a cercenarles las alas a su capricho. El señor Pardo decide que no lo suceda en la presidencia el señor Leguía. Y las gentes, por darle en la cabeza, proclaman enseguida la candidatura del señor Leguía a la Presidencia de la República. El señor Pardo recomienda, apadrina y demanda la convención. Y los partidos, unos con un no y otros con un sí, se la imposibilitan. El señor Pardo pretende que se anulen las elecciones que separan en la Cámara de Diputados un escaño para el señor don Jorge Prado y Ugarteche y otro escaño para el señor don Luis Miró Quesada. Y el primer ademán encolerizado del señor Miró Quesada domina a la mayoría pardista de la Cámara.
Los días no pueden ser más malos para el señor Pardo.
Esa legislatura que se inauguró en la tarde de ayer, por ejemplo, es un embarazo para los propósitos políticos del señor Pardo. Mientras el Congreso funcione el señor Pardo no puede tomar la ofensiva contra el señor Leguía y sus aliados. No puede más que mantenerse en la defensiva. Y la defensiva en esta oportunidad es casi la certidumbre de la derrota.
Las Cámaras, así como son, así como funcionan, así como piensan, así enfermas, pálidas, desganadas, ramplonas y marchitas, con solo reunirse todas las tardes durante los cuarenta y cinco días de la nueva legislatura, le prestarán al país un servicio grandísimo. Un servicio en obsequio al cual se les puede perdonar hasta otro aumento de sus sueldos. Aunque acontece una cosa. Que es un servicio inadvertido por ellas. Muy inadvertido.
También que tiene que ser inadvertido para que lo presten.
La convocatoria de la legislatura extraordinaria salió a la calle antes de que hubieran concluido las sesiones finales de la legislatura ordinaria. Llegó a las imprentas muy temprano. Y le dijo tácitamente a la ciudad que al gobierno le corría mucha prisa que comenzasen de una vez las nuevas sesiones. Porque no en vano aconseja la sabiduría de un refrán que a mal que no tiene remedio se le ponga buena cara.
Este congreso extraordinario, efectivamente, es un síntoma.
El señor Pardo habría querido pasársela sin él. El control de las cámaras le molesta. No porque sea control realmente sino porque al fin y al cabo se llama control. Y, como el señor Pardo es un hiperestésico, basta para desasosegarlo la pronunciación de la palabra control. No le importa que sea entre nosotros, tratándose del control parlamentario, una palabra vana, mendaz e ilusoria.
Sin embargo, el señor Pardo ha tenido que transigir con la convocatoria. Ha tenido que avenirse con ella. Ha tenido que firmarla, asistido por su consejo de ministros y hostilizado por la gripe y el catarro, en su residencia de Miraflores.
Ocurre, pues, que el señor Pardo siente ya la imposibilidad de hacer lo que le venga en gana. Su querer, que era antes un querer todopoderoso, es ahora, en ciertos casos, un querer impotente. Anda muy decaída, muy empequeñecida y muy maltrecha la omnipotencia de su autoridad. Las gentes empiezan a objetar sus palabras, a contrariar su pensamiento y a cercenarles las alas a su capricho. El señor Pardo decide que no lo suceda en la presidencia el señor Leguía. Y las gentes, por darle en la cabeza, proclaman enseguida la candidatura del señor Leguía a la Presidencia de la República. El señor Pardo recomienda, apadrina y demanda la convención. Y los partidos, unos con un no y otros con un sí, se la imposibilitan. El señor Pardo pretende que se anulen las elecciones que separan en la Cámara de Diputados un escaño para el señor don Jorge Prado y Ugarteche y otro escaño para el señor don Luis Miró Quesada. Y el primer ademán encolerizado del señor Miró Quesada domina a la mayoría pardista de la Cámara.
Los días no pueden ser más malos para el señor Pardo.
Esa legislatura que se inauguró en la tarde de ayer, por ejemplo, es un embarazo para los propósitos políticos del señor Pardo. Mientras el Congreso funcione el señor Pardo no puede tomar la ofensiva contra el señor Leguía y sus aliados. No puede más que mantenerse en la defensiva. Y la defensiva en esta oportunidad es casi la certidumbre de la derrota.
Las Cámaras, así como son, así como funcionan, así como piensan, así enfermas, pálidas, desganadas, ramplonas y marchitas, con solo reunirse todas las tardes durante los cuarenta y cinco días de la nueva legislatura, le prestarán al país un servicio grandísimo. Un servicio en obsequio al cual se les puede perdonar hasta otro aumento de sus sueldos. Aunque acontece una cosa. Que es un servicio inadvertido por ellas. Muy inadvertido.
También que tiene que ser inadvertido para que lo presten.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de octubre de 1918. ↩︎