1.15. Papeles, papeles, papeles…
- José Carlos Mariátegui
1El partido futurista quiere concierto a todo trance. Acabamos de ver en los periódicos, que debían ser los suscritos por el señor don José de la Riva Agüero, atiborrados de la palabra concierto. Y donde pongamos los ojos nos encontraremos con la misma palabra sistemática y tesonera.
Oyéndolos pedir concierto con tanta pertinacia, nos convencemos todos, hasta los más reacios, de que es muy grande el lirismo de los futuristas. Y pensamos que están en su papel al recomendarnos concierto, concierto y concierto.
Son muy injustas, sin duda alguna, las gentes que hallan en su romántica afición al concierto un motivo para reírse del futurismo.
Y para pronunciar un comentario netamente criollo:
—¡Qué tanto concierto! ¿Este es un partido político o es una sociedad filarmónica? ¡No estamos para concierto ahora!
Son muy injustas las gentes.
Lo que pasa probablemente es que al partido futurista la palabra convención le parece demasiado desacreditada. Y la palabra asamblea le parece muy desacreditada también. Y, en cambio, la palabra concierto le parece extraordinariamente bonita. No se fija, enamorado tiernamente de ella, en que es una palabra que no entusiasma al público. En que para que una palabra le plazca y acomode al público se necesita que sea una palabra que le soliviante. Revolución verbigracia.
Además, no tenemos ahora humor de concierto. Nos han anunciado lucha en los carteles y en los programas de la temporada electoral. Y no podemos conformarnos con que arreglos inesperados entre los empresarios de la política nos defrauden sorpresivamente.
Exigimos a gritos riña y drama.
El partido futurista pierde, pues, su tiempo y su literatura aconsejándonos nuevamente una transacción. Las posibilidades de una transacción eran muy débiles. Y muy pronto se han desvanecido y volatilizado. Hoy los partidos de la oposición no se avienen con fórmula conciliadora alguna. Se muestran dispuestos a la paz.
Pero se niegan a que se le desconozca su derecho a la victoria. Y, por otra parte, son como Wilson. Al señor Pardo no le aceptan sino la rendición incondicional.
Las gentes saben muy bien por tales circunstancias, que el proyecto de la convención está muerto. Absolutamente muerto. Irremediablemente muerto. Que nadie puede insuflarle vida ni inocularle salud. Que apenas si hace falta que una mano caritativa la inhume. Y que otra mano caritativa le ponga una cruz y un epitafio.
Porque, vamos a ver, ¿cuál partido será capaz de reconsiderar su pensamiento sobre la convención? ¿El partido civil que, de buen o de mal grado, tiene que guardarle alguna consideración a su jefe y candidato el señor Aspíllaga? ¿El partido constitucional que cree que antes que la bondad de la convención debe asegurarse la moralidad de las elecciones? ¿El partido demócrata que mira en la convención un medio de vestir de autoridad artificial un conchabamiento de intereses desvinculados del sentimiento ciudadano? ¿El partido leguiísta que no puede apartarse por ningún motivo de la voluntad del señor Leguía, resueltamente enemiga de toda convención? ¿El partido liberal que se recata, esconde y escurre cauta y redomadamente aguardando antes de definirse que se definan todos los demás?
El esfuerzo futurista es baldío.
Apenas si han tenido una eficacia curiosa sus dos últimos papeles: la de extirpar de raíz la probabilidad de la candidatura del señor don Enrique de la Riva Agüero a la Presidencia de la República.
El doctor Osores nos la subraya así:
—¿No ven ustedes claramente que bajo el ala del gobierno no puede surgir una candidatura fuerte? ¿No ven ustedes que todas las que aparecen se caen solas enseguida?
Y se ríe estruendosamente.
Oyéndolos pedir concierto con tanta pertinacia, nos convencemos todos, hasta los más reacios, de que es muy grande el lirismo de los futuristas. Y pensamos que están en su papel al recomendarnos concierto, concierto y concierto.
Son muy injustas, sin duda alguna, las gentes que hallan en su romántica afición al concierto un motivo para reírse del futurismo.
Y para pronunciar un comentario netamente criollo:
—¡Qué tanto concierto! ¿Este es un partido político o es una sociedad filarmónica? ¡No estamos para concierto ahora!
Son muy injustas las gentes.
Lo que pasa probablemente es que al partido futurista la palabra convención le parece demasiado desacreditada. Y la palabra asamblea le parece muy desacreditada también. Y, en cambio, la palabra concierto le parece extraordinariamente bonita. No se fija, enamorado tiernamente de ella, en que es una palabra que no entusiasma al público. En que para que una palabra le plazca y acomode al público se necesita que sea una palabra que le soliviante. Revolución verbigracia.
Además, no tenemos ahora humor de concierto. Nos han anunciado lucha en los carteles y en los programas de la temporada electoral. Y no podemos conformarnos con que arreglos inesperados entre los empresarios de la política nos defrauden sorpresivamente.
Exigimos a gritos riña y drama.
El partido futurista pierde, pues, su tiempo y su literatura aconsejándonos nuevamente una transacción. Las posibilidades de una transacción eran muy débiles. Y muy pronto se han desvanecido y volatilizado. Hoy los partidos de la oposición no se avienen con fórmula conciliadora alguna. Se muestran dispuestos a la paz.
Pero se niegan a que se le desconozca su derecho a la victoria. Y, por otra parte, son como Wilson. Al señor Pardo no le aceptan sino la rendición incondicional.
Las gentes saben muy bien por tales circunstancias, que el proyecto de la convención está muerto. Absolutamente muerto. Irremediablemente muerto. Que nadie puede insuflarle vida ni inocularle salud. Que apenas si hace falta que una mano caritativa la inhume. Y que otra mano caritativa le ponga una cruz y un epitafio.
Porque, vamos a ver, ¿cuál partido será capaz de reconsiderar su pensamiento sobre la convención? ¿El partido civil que, de buen o de mal grado, tiene que guardarle alguna consideración a su jefe y candidato el señor Aspíllaga? ¿El partido constitucional que cree que antes que la bondad de la convención debe asegurarse la moralidad de las elecciones? ¿El partido demócrata que mira en la convención un medio de vestir de autoridad artificial un conchabamiento de intereses desvinculados del sentimiento ciudadano? ¿El partido leguiísta que no puede apartarse por ningún motivo de la voluntad del señor Leguía, resueltamente enemiga de toda convención? ¿El partido liberal que se recata, esconde y escurre cauta y redomadamente aguardando antes de definirse que se definan todos los demás?
El esfuerzo futurista es baldío.
Apenas si han tenido una eficacia curiosa sus dos últimos papeles: la de extirpar de raíz la probabilidad de la candidatura del señor don Enrique de la Riva Agüero a la Presidencia de la República.
El doctor Osores nos la subraya así:
—¿No ven ustedes claramente que bajo el ala del gobierno no puede surgir una candidatura fuerte? ¿No ven ustedes que todas las que aparecen se caen solas enseguida?
Y se ríe estruendosamente.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 26 de octubre de 1918. ↩︎