1.1. Aquí y allá
- José Carlos Mariátegui
1El señor Brum, hombre insigne, triunfador y glorioso del Uruguay, tiene en esta pálida y menesterosa ciudad que lo hospeda, entre muchos amigos nuevos, tres amigos antiguos. Tres amigos que, al mismo tiempo que tres amigos de sus bizarros días universitarios, se llaman para él tres compañeros, tres camaradas y tres cofrades de una sonora jornada estudiantil. Al público, que tan bien los conoce y los quiere, no necesita que le digamos quiénes son. Pero, como el público es a veces muy olvidadizo, es mejor que le digamos que son el señor Manuel Prado y Ugarteche, el señor Víctor Andrés Belaunde y el señor Óscar Miró Quesada.
Los tres, además del mérito actual de ser muy amigos del señor Brum, poseen muchos méritos más. Los tres son jóvenes como el Sr. Brum, talentosos como el señor Brum, idealistas como el señor Brum. Los tres se han sentado con el señor Brum en el mismo Congreso de Montevideo. Los tres han sido, por ende, universitarios sobresalientes y esclarecidos como el señor Brum. Los tres han sentido, muchas veces, iguales empeños, iguales ilusiones, iguales fervores e iguales ardimientos que el señor Brum.
Sus espíritus no se semejan entre sí. Son, mas bien, un tanto símiles. Pero no importa. Distinguido, pulcro, hidalgo y sutil el espíritu del señor Manuel Prado; inquieto, travieso, investigador y selectísimo el del señor Miró Quesada; profundo, complejo, armonioso y robusto el del señor Belaúnde; son los tres espíritus muy ricos en dones, excelencias y virtudes. Tan simpático es el espíritu del señor Belaúnde como el del señor Prado y como el del señor Miró Quesada.
Y, además, el señor Belaúnde, el señor Prado y el señor Miró Quesada, son varones de hábito estudioso, de moral austera, de costumbres nobles, de patriotismo acendrado y de ambiciones puras. Los tres, por eso, son profesores de la Universidad. Los tres merecen la atención cariñosa de las gentes. Los tres no provocan enojos ni encienden malquerencias.
Por consiguiente, es muy probable que el señor Brum se haya asombrado de que ninguno de los tres ocupe en la política, en el parlamento ni en el gobierno las posiciones que en su país ocupan los hombres de su generación. Y es muy natural que muchas personas, presintiendo el asombro del señor Brum, se hayan apresurado a justificarlo. Y que se hayan lamentado de que hasta ahora nos parezcan jóvenes el señor Prado, el señor Belaunde y el señor Miró Quesada.
El instante juvenil y primaveral que vivimos desde que se halla entre nosotros la embajada uruguaya, llegada, con interesante sincronismo, junto con la fiesta de la raza y la fiesta de la juventud, nos obliga, efectivamente, a recordar que el señor Belaunde no ha podido aún ser diputado, que el señor Miró Quesada no ha intentado serlo y que el señor Prado no ha pensado siquiera intentarlo. Y que los tres seguirán siendo demasiado jóvenes, por mucho tiempo, en este país de los “hombres de peso”.
Y no será por quejarnos de nuestro país delante de huéspedes tan simpáticos. No será absolutamente por una impertinente manía pesimista. No será por un vituperable sentimiento de envidia. No será por nada de eso, absolutamente. Lo aseguraremos ahora mismo, si se quiere, al Sr. Brum, bajo nuestra palabra de honor, que el Perú sabe apreciar en sus hijos todo mérito descollante, toda energía sana y todo impulso renovador. Que pasa únicamente que en el Perú el culto a la ancianidad y a la experiencia es muy grande y religioso. Y que, por otra parte, la juventud anda muy contenta y regocijada de que así sea.
Y que, por eso, exclusivamente por eso, solamente por eso, si alguna vez enviamos al Uruguay a un embajador, con títulos de canciller, de leader y de presidente electo, le enviaremos tal vez al señor don Manuel Bernardino Pérez cargado de años, de refranes, de achaques y de pecados…
Los tres, además del mérito actual de ser muy amigos del señor Brum, poseen muchos méritos más. Los tres son jóvenes como el Sr. Brum, talentosos como el señor Brum, idealistas como el señor Brum. Los tres se han sentado con el señor Brum en el mismo Congreso de Montevideo. Los tres han sido, por ende, universitarios sobresalientes y esclarecidos como el señor Brum. Los tres han sentido, muchas veces, iguales empeños, iguales ilusiones, iguales fervores e iguales ardimientos que el señor Brum.
Sus espíritus no se semejan entre sí. Son, mas bien, un tanto símiles. Pero no importa. Distinguido, pulcro, hidalgo y sutil el espíritu del señor Manuel Prado; inquieto, travieso, investigador y selectísimo el del señor Miró Quesada; profundo, complejo, armonioso y robusto el del señor Belaúnde; son los tres espíritus muy ricos en dones, excelencias y virtudes. Tan simpático es el espíritu del señor Belaúnde como el del señor Prado y como el del señor Miró Quesada.
Y, además, el señor Belaúnde, el señor Prado y el señor Miró Quesada, son varones de hábito estudioso, de moral austera, de costumbres nobles, de patriotismo acendrado y de ambiciones puras. Los tres, por eso, son profesores de la Universidad. Los tres merecen la atención cariñosa de las gentes. Los tres no provocan enojos ni encienden malquerencias.
Por consiguiente, es muy probable que el señor Brum se haya asombrado de que ninguno de los tres ocupe en la política, en el parlamento ni en el gobierno las posiciones que en su país ocupan los hombres de su generación. Y es muy natural que muchas personas, presintiendo el asombro del señor Brum, se hayan apresurado a justificarlo. Y que se hayan lamentado de que hasta ahora nos parezcan jóvenes el señor Prado, el señor Belaunde y el señor Miró Quesada.
El instante juvenil y primaveral que vivimos desde que se halla entre nosotros la embajada uruguaya, llegada, con interesante sincronismo, junto con la fiesta de la raza y la fiesta de la juventud, nos obliga, efectivamente, a recordar que el señor Belaunde no ha podido aún ser diputado, que el señor Miró Quesada no ha intentado serlo y que el señor Prado no ha pensado siquiera intentarlo. Y que los tres seguirán siendo demasiado jóvenes, por mucho tiempo, en este país de los “hombres de peso”.
Y no será por quejarnos de nuestro país delante de huéspedes tan simpáticos. No será absolutamente por una impertinente manía pesimista. No será por un vituperable sentimiento de envidia. No será por nada de eso, absolutamente. Lo aseguraremos ahora mismo, si se quiere, al Sr. Brum, bajo nuestra palabra de honor, que el Perú sabe apreciar en sus hijos todo mérito descollante, toda energía sana y todo impulso renovador. Que pasa únicamente que en el Perú el culto a la ancianidad y a la experiencia es muy grande y religioso. Y que, por otra parte, la juventud anda muy contenta y regocijada de que así sea.
Y que, por eso, exclusivamente por eso, solamente por eso, si alguna vez enviamos al Uruguay a un embajador, con títulos de canciller, de leader y de presidente electo, le enviaremos tal vez al señor don Manuel Bernardino Pérez cargado de años, de refranes, de achaques y de pecados…
Referencias
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Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de octubre de 1918. ↩︎