7.28. Primera jornada
- José Carlos Mariátegui
1Reapareció ayer en el escenario nacional el partido demócrata. Y reapareció, como en sus legendarios días, con el grito de viva Piérola en los labios, en las banderas, en los sombreros y en el corazón. Hubo sonoro hervor popular en la Alameda de los Descalzos. Tocaron las bandas criollas el himno de la patria. Y el señor Isaías de Piérola montó a caballo para atravesar la ciudad, con bizarro aire de caudillo, a la cabeza de las muchedumbres.
Vimos, pues, claramente que habíamos entrado de lleno en el proceso electoral. Hasta ayer los únicos síntomas de la proximidad del mes de mayo eran los preparativos de la convención de los partidos. No pasábamos como quien dice, del prólogo. Conferencias, reportajes, manifiestos, tertulias, trajines, entradas y salidas.
Pero ayer fue otra cosa.
El grito de viva Piérola, que tantas veces sacudió al país, que tantas veces sacó de quicio a los ciudadanos, que tantas veces tuvo son de clarinada revolucionaria y que tantas veces significó una protesta, una aspiración y una esperanza, volvió a ser el grito de la multitud.
El señor Pardo lo oyó bajo los balcones de palacio.
Tal vez se preguntó antes de asomarse:
—¿Otra vez un Piérola es candidato a la presidencia de la República?
Mas probablemente se respondió enseguida que no y salió entonces a contemplar con tranquilidad y contentamiento el desfile.
Y la ciudad entera apenas concluyó la jornada, vertió su legítima y honda curiosidad en este comentario:
—Bueno. Todo está muy bien. Que el partido demócrata se reorganice. Que el señor don Isaías de Piérola sea su jefe. Que renueve sus históricas citas en la Alameda de los Descalzos. Y que ponga frenética a la gente de pelo ensortijado. Pero dentro de un instante eso no será nada nuevo. Necesitamos saber qué va a hacer ahora el partido demócrata. ¿Va a sumarse a los partidos de la convención? ¿Va a entenderse con el señor Leguía? ¿Va a probarnos que los piropos del señor Osores tienen su porqué? ¿Va a encarar el problema de las elecciones cogido de las manos con el partido nacional democrático?
Nosotros compartimos, por supuesto, la ansiedad metropolitana; pero, sin embargo, no quisimos dejarnos poseer por ella.
Saturados de pierolismo recorrimos las calles para recoger avara y golosamente los ecos del último viva Piérola de la tarde.
Y solo nos detuvimos cuando, desde una ventana de la casa del señor don José Carlos Bernales, nuestro gran ministro bolchevique señor Maúrtua, alborozado y jocundo, nos llamó para interrogarnos:
—¿No han visto ustedes pasar al pueblo? Y si lo han visto pasar, ¿no han vibrado con su pasión y con su entusiasmo? ¿Y no se han convencido de que todo este noble y romántico pueblo que viva a Piérola es socialista como yo?
Tuvimos que esconder la mirada tras de un barrote de la ventana.
Vimos, pues, claramente que habíamos entrado de lleno en el proceso electoral. Hasta ayer los únicos síntomas de la proximidad del mes de mayo eran los preparativos de la convención de los partidos. No pasábamos como quien dice, del prólogo. Conferencias, reportajes, manifiestos, tertulias, trajines, entradas y salidas.
Pero ayer fue otra cosa.
El grito de viva Piérola, que tantas veces sacudió al país, que tantas veces sacó de quicio a los ciudadanos, que tantas veces tuvo son de clarinada revolucionaria y que tantas veces significó una protesta, una aspiración y una esperanza, volvió a ser el grito de la multitud.
El señor Pardo lo oyó bajo los balcones de palacio.
Tal vez se preguntó antes de asomarse:
—¿Otra vez un Piérola es candidato a la presidencia de la República?
Mas probablemente se respondió enseguida que no y salió entonces a contemplar con tranquilidad y contentamiento el desfile.
Y la ciudad entera apenas concluyó la jornada, vertió su legítima y honda curiosidad en este comentario:
—Bueno. Todo está muy bien. Que el partido demócrata se reorganice. Que el señor don Isaías de Piérola sea su jefe. Que renueve sus históricas citas en la Alameda de los Descalzos. Y que ponga frenética a la gente de pelo ensortijado. Pero dentro de un instante eso no será nada nuevo. Necesitamos saber qué va a hacer ahora el partido demócrata. ¿Va a sumarse a los partidos de la convención? ¿Va a entenderse con el señor Leguía? ¿Va a probarnos que los piropos del señor Osores tienen su porqué? ¿Va a encarar el problema de las elecciones cogido de las manos con el partido nacional democrático?
Nosotros compartimos, por supuesto, la ansiedad metropolitana; pero, sin embargo, no quisimos dejarnos poseer por ella.
Saturados de pierolismo recorrimos las calles para recoger avara y golosamente los ecos del último viva Piérola de la tarde.
Y solo nos detuvimos cuando, desde una ventana de la casa del señor don José Carlos Bernales, nuestro gran ministro bolchevique señor Maúrtua, alborozado y jocundo, nos llamó para interrogarnos:
—¿No han visto ustedes pasar al pueblo? Y si lo han visto pasar, ¿no han vibrado con su pasión y con su entusiasmo? ¿Y no se han convencido de que todo este noble y romántico pueblo que viva a Piérola es socialista como yo?
Tuvimos que esconder la mirada tras de un barrote de la ventana.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de septiembre de 1918. ↩︎