7.23. Jornada inminente

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Los demócratas siguen excitados. Creen que no vale la pena reorganizarse, después de cuatro años de letargo, para ir a una asamblea serena y protocolaria y para firmar un pacto con algún candidato o cruzarse de brazos ante las elecciones presidenciales. Y quieren a porfía que haya ruido, bulla, tumulto y viva Piérola en las calles de la ciudad.
         Graves, ponderados y conspicuos varones de la junta directiva se afanan por que la reorganización se opere tranquila y silenciosamente. Desean que la asamblea del domingo no sea sino un acto decorativo. Piensan que el partido demócrata, debilitado por el sueño, tiene que moverse con mucha cautela y muy grande discreción.
         Pero los demócratas no se avienen bien con tan prudentísimo empeño.
         Y se preguntan en las esquinas:
         —¿Somos o no somos demócratas?
         Y se responden con su grito tradicional:
         —¡Viva Piérola!
         Y parece que no va a ser fácil tranquilizarlos. El doctor Sebastián Lorente y Patrón dice que el caso es grave. Los demócratas, según el eminente facultativo, han sido siempre unos agitados. Su agitación ha sido, sin duda alguna, una agitación patriótica. Pero de todas maneras ha sido una agitación bien caracterizada. Y, sobre todo, colectiva.
         Además, mucho tiempo se han pasado los demócratas lejos de todo entusiasmo callejero y de todo ardimiento cívico. El famoso recibimiento a don Isaías de Piérola en 1913 y el voto de honor a don Carlos de Piérola en 1915 fueron las últimas vibraciones de la popularidad pierolista. Y uno y otros sucesos se hallan muy distantes.
         El pierolismo tiene, pues, una nostalgia muy profunda de procesión cívica y de comicios plebiscitarios. Y, por eso, no logra prevalecer el criterio de los viejos demócratas representativos que apetecen una asamblea sin estruendo y sin cohetes.
         A unos pasos de la imprenta, en este mismo jirón y en esta misma acera, abre todos los días sus puertas una casa política que recoge, organiza y disciplina el proselitismo de don Isaías de Piérola. Se amontonan en esa casa las adhesiones del pierolismo de los barrios obreros. Los chalacos ofrecen una de sus clásicas irrupciones estrepitosas en las plazuelas metropolitanas. Y en las legendarias calles de Abajo del Puente, la gente de pelo ensortijado, como dijo un día el doctor La Jara y Ureta, siente que comienza a hervirle en sus venas la sangre tropical y pierolista.
         Estamos, por consiguiente, empezando a dudar que la asamblea demócrata del domingo sea, como se anunciaba, una asamblea sin importancia. Porque, aunque en homenaje a la concordia demócrata se solucionen las discrepancias actuales, habrá siempre en la ciudad vítores y banderas.
         Ya se habla, en la casa política del pierolismo dinástico, de una cita en la Alameda de los Descalzos, teatro, hogar, campamento y escenario de todas las grandes jornadas demócratas.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de septiembre de 1918. ↩︎