7.22. Médicos de cabecera

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Estábamos seguros de que el ingreso del doctor Lauro Curletti y del doctor Sebastián Lorente y Patrón en el partido liberal tenía que ser estimado en toda su trascendencia por la asamblea del Zoológico. Estábamos seguros de que el doctor Curletti y el doctor Lorente y Patrón serían sentados a la diestra del doctor Durand en la mesa directiva del partido liberal. Estábamos seguros de que el doctor Durand los acogería con los brazos abiertos.
         Y estábamos en lo justo.
         El doctor Curletti y el doctor Lorente y Patrón son desde el domingo secretarios del partido liberal. El partido liberal los ha recibido solícita y amorosamente en su seno. Y los ha colocado entre sus personajes predilectos.
         Es que ambos esclarecidos médicos son, sin duda alguna, una inyección de sangre lozana, de energía renovadora y de ideal tónico para el partido liberal. Ninguno de los dos ha acometido nunca la empresa criolla de armar una montonera en las alturas serranas. Pero ninguno de los dos ha sido alguna vez flaco y medroso para la lucha noble y para el ímpetu bizarro.
         Mucho aman uno y otro su profesión. Pero más apego y gusto le tienen a la política sana, honesta y doctrinaria. Más que la medicina los entusiasma la sociología. Y, en vez de expedir recetas curativas para las dolencias corporales, quisieran expedir recetas curativas para los malestares de la patria.
         Hace un año tuvieron el raro antojo de acaudillar al pueblo en las elecciones municipales. Los vimos en trato y concomitancia con las muchedumbres mestizas. Publicaron avisos, contrataron victorias, organizaron asambleas, tocaron a las puertas de los ciudadanos y amañaron comicios.
         Nosotros, buenos y leales amigos suyos, pero gente un poco escéptica ya, nos reímos de su empeño:
         —¡Pero, hombres de Dios! ¿Para qué se meten ustedes en estas cosas? ¿No son ustedes acaso hombres de espíritu distinguido y pulcro? ¿Cómo es posible, luego, que los atraiga y complazca la jornada cívica?
         Y ellos casi nos comen:
         —¡Ustedes se equivocan! ¡Nosotros no somos hombres de espíritu distinguido y pulcro como ustedes dicen! ¡Y ustedes, ustedes que así nos tientan, son unos burgueses miserables!
         Pero en el pecado llevaron la penitencia. Dirigieron y orientaron al pueblo hasta la víspera de las elecciones. El día de las elecciones hallaron al pueblo dormido, dormido a pierna suelta, dormido como un lirón. Y, naturalmente, perdieron las elecciones.
         Ahora su inquietud, su desvelo y su entusiasmo, los han llevado al partido liberal. Prudente y sagaz el doctor Curletti, grave y socarrón el doctor Lorente, han vuelto los dos a la actividad política en momentos de gran agitación para nuestra democracia. Y le han hecho sentir inmediatamente a la ciudad la inminencia de que el partido liberal entra otra vez en la vida del mitin ciudadano y de la jornada cívica.
         Y nosotros, que estamos unidos a ellos no solo por el vínculo de la amistad sino también por el vínculo del socialismo —pues bolcheviques nos hemos llamado siempre ellos y nosotros—, los hemos buscado otra vez para interrogarles como en los días de la contienda municipal:
         —¡Pero, hombres de Dios! ¿Para qué se meten ustedes en estas cosas?
         Y ellos, impenitentes y optimistas, se han indignado de nuevo:
         —¡Nosotros no podemos despreocuparnos de la suerte de la república!          ¡Nosotros queremos orientar al pueblo! ¡Nosotros tenemos que defenderlo, como el señor Cornejo a los universitarios, con nuestra palabra y con nuestro pecho! ¡Nosotros no podemos negarle nuestro esfuerzo al bien!
         ¡Ilusos siempre!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de septiembre de 1918. ↩︎