7.21. En camino
- José Carlos Mariátegui
1Ahora sí vamos a oír hablar todos los días del proyecto de la convención. Antes de ayer el proyecto de la convención no era sino un proyecto del señor Pardo. Pero desde el mediodía del sábado ha pasado a ser un proyecto de todos los parlamentarios de buena voluntad reunidos bajo el auspicio del señor don José Carlos Bernales. El señor Bernales, gobernado por las peculiaridades de su temperamento conciliador, se ha echado a cuestas la misión de juntar en una asamblea nacional a los partidos que están en el poder y a los partidos que no están en el poder. Y ya sabemos cuán tesonero, persuasivo y sagaz es el señor Bernales cuando predica la paz y la concordia.
El proyecto de la convención comenzaba a morirse de frío. No había quién lo abrigara ni quién lo protegiera. Había uno que otro partido que se aproximaba a él para dirigirle por cortesía una frase cariñosa. Pero no había un partido que lo recogiera del suelo y lo albergara en su tienda.
Y era que el partido civil y el partido liberal, los partidos del gobierno, no querían que el proyecto de la convención se pusiese en marcha. Deseaban que se lo llevase el viento. Y se conchababan íntimamente para no darle la mano.
Naturalmente no creían discreto herirlo y golpearlo. Esto de ninguna manera. Su interés consistía en frustrar la convención, pero sin que pareciera que ellos la frustraban, sin que pareciera que eran sus enemigos y sin que pareciera que la miraban con poca simpatía y tibio fervor.
El señor Bernales, por eso, ha dado un golpe ruidoso. Ha levantado el proyecto de la convención, que tiritaba caído, y ha llamado a un grupo de senadores y diputados de filiación surtida para que lo ayuden a empujarlo. Y ha organizado una comisión parlamentaria que llamará a las puertas de los partidos y de las agrupaciones para pedirles que concurran a una asamblea nacional.
El momento es, pues, emocionante.
El partido nacional democrático, empeñado en procurar la armonía de los ciudadanos, es el primer panegirista de la convención; y el partido demócrata, resurgido con un afán muy grande de lucha, también aprueba la convención siempre que se compadezca con la doctrina de don Nicolás de Piérola.
Pero los demás partidos andan reacios.
El partido constitucional guarda muy mal recuerdo de la convención que le cupo alentar, preparar y dirigir. Mira enojadamente el Palacio de Gobierno. Y piensa que gracias a una convención se halla el señor Pardo en la presidencia de la República.
Y los partidos del gobierno se miran las caras. Cada uno de ellos tiene su candidato propio. El partido civil al señor don Ántero Aspíllaga. El partido liberal al señor don Augusto Durand. Y ni al señor Aspíllaga ni al señor Durand les gusta la idea de una convención de todos los partidos. Ambos saben que la convención le evitaría al señor Pardo el embarazoso compromiso de decidir. Y ambos apetecen que el señor Pardo decida.
Aunque en la tarde de ayer, congregado solemnemente en el Restaurante del Zoológico, el partido liberal haya declarado que la idea de la convención le place mucho.
El proyecto de la convención comenzaba a morirse de frío. No había quién lo abrigara ni quién lo protegiera. Había uno que otro partido que se aproximaba a él para dirigirle por cortesía una frase cariñosa. Pero no había un partido que lo recogiera del suelo y lo albergara en su tienda.
Y era que el partido civil y el partido liberal, los partidos del gobierno, no querían que el proyecto de la convención se pusiese en marcha. Deseaban que se lo llevase el viento. Y se conchababan íntimamente para no darle la mano.
Naturalmente no creían discreto herirlo y golpearlo. Esto de ninguna manera. Su interés consistía en frustrar la convención, pero sin que pareciera que ellos la frustraban, sin que pareciera que eran sus enemigos y sin que pareciera que la miraban con poca simpatía y tibio fervor.
El señor Bernales, por eso, ha dado un golpe ruidoso. Ha levantado el proyecto de la convención, que tiritaba caído, y ha llamado a un grupo de senadores y diputados de filiación surtida para que lo ayuden a empujarlo. Y ha organizado una comisión parlamentaria que llamará a las puertas de los partidos y de las agrupaciones para pedirles que concurran a una asamblea nacional.
El momento es, pues, emocionante.
El partido nacional democrático, empeñado en procurar la armonía de los ciudadanos, es el primer panegirista de la convención; y el partido demócrata, resurgido con un afán muy grande de lucha, también aprueba la convención siempre que se compadezca con la doctrina de don Nicolás de Piérola.
Pero los demás partidos andan reacios.
El partido constitucional guarda muy mal recuerdo de la convención que le cupo alentar, preparar y dirigir. Mira enojadamente el Palacio de Gobierno. Y piensa que gracias a una convención se halla el señor Pardo en la presidencia de la República.
Y los partidos del gobierno se miran las caras. Cada uno de ellos tiene su candidato propio. El partido civil al señor don Ántero Aspíllaga. El partido liberal al señor don Augusto Durand. Y ni al señor Aspíllaga ni al señor Durand les gusta la idea de una convención de todos los partidos. Ambos saben que la convención le evitaría al señor Pardo el embarazoso compromiso de decidir. Y ambos apetecen que el señor Pardo decida.
Aunque en la tarde de ayer, congregado solemnemente en el Restaurante del Zoológico, el partido liberal haya declarado que la idea de la convención le place mucho.
Referencias
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Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de septiembre de 1918. ↩︎