7.20.. Días oscuros
- José Carlos Mariátegui
1Según el calendario, cuya autoridad es suma, hoy debíamos entrar en la primavera. Pero parece que en esta ocasión el calendario no es circunspecto. Amanecemos con la seguridad de que, en vez de un día de primavera, vamos a tener solamente un día de asamblea liberal.
Estas nieblas pertinaces, estos aires helados, estos cielos plomos y estas lluvias intermitentes nos dicen que la primavera anda muy lejos. No podemos pues creer que hoy entraremos en ella. Y hemos de convenir, más bien, en que lo que principia no es la estación de los amores sino la estación de las elecciones. No es la estación de las flores y de los trinos sino la estación de los gritos y de los cierra puertas. No es la estación alabada por los versos de los poetas y festejada por los himnos de los estudiantes sino la estación inmortalizada por los ásperos gritos de los truhanes y de los matones de la zambocracia.
Aunque el calendario no lo anuncia la estación electoral ha llegado indudablemente.
El señor don José Carlos Bernales, ilustre y amoroso padrino de toda conciliación y de todo concierto, congregó en la mañana de ayer en su domicilio a muchos senadores y diputados para poner en marcha el proyecto de la convención.
Y asistiremos esta tarde a la primera solemne asamblea política de la estación. Y vendrán, una tras otra, las demás asambleas. Vendrá quién sabe, después de todas ellas, la asamblea grande encargada de la suprema misión de elegir candidato a la presidencia de la República. Y vendrán finalmente muchas asambleas callejeras, asambleas populares, asambleas tumultuosas. Asambleas gobernadas por la majestad criolla del pisco.
Y es que ya es tiempo de que nos preocupemos intensamente de la sucesión presidencial. El mes de octubre, que es el mes del Señor de los Milagros, se irá en un suspiro. Y el mes de noviembre, que es el mes de todos los santos, de la romería al Cementerio y del general Cáceres, nos traerá enseguida muchas emociones, muchas inquietudes y muchas sorpresas. Aparecerá en el Callao o en la frontera el señor Leguía. El señor Pardo cambiará de gabinete. Y el señor Aspíllaga será el candidato del régimen o será un candidato de la historia antigua.
Los liberales, por ejemplo, se reúnen hoy en el Restaurant del Zoológico, donde quedan todavía guirnaldas de la fiesta italiana, para encaminar sus pasos acerca del problema de la sucesión. Necesitan verse juntos, solidarios y resueltos. Y quieren que les saquen un retrato en grupo.
Hospitalario y festivo el Zoológico los aguarda. La ciudad ansía saber qué semblante tendrá una asamblea liberal convocada desde el gobierno y no, como en otros tiempos, desde los campamentos de la revolución. El doctor Durand, asistido por el señor Pinzás, se siente virtualidad de candidato. Y el doctor Sebastián Lorente y Patrón, con sus recién venidas credenciales de delegado liberal en el bolsillo, no sabe bien si va a oficiar de alienista o de político.
Y todos nos decimos que puede ser que haya espectáculo extraordinario, que puede ser que haya espectáculo fuera de programa, que puede ser no más.
Pero que, de todas maneras, habrá siempre mucho público en las galerías porque no en balde ésta es la inauguración de la temporada.
Estas nieblas pertinaces, estos aires helados, estos cielos plomos y estas lluvias intermitentes nos dicen que la primavera anda muy lejos. No podemos pues creer que hoy entraremos en ella. Y hemos de convenir, más bien, en que lo que principia no es la estación de los amores sino la estación de las elecciones. No es la estación de las flores y de los trinos sino la estación de los gritos y de los cierra puertas. No es la estación alabada por los versos de los poetas y festejada por los himnos de los estudiantes sino la estación inmortalizada por los ásperos gritos de los truhanes y de los matones de la zambocracia.
Aunque el calendario no lo anuncia la estación electoral ha llegado indudablemente.
El señor don José Carlos Bernales, ilustre y amoroso padrino de toda conciliación y de todo concierto, congregó en la mañana de ayer en su domicilio a muchos senadores y diputados para poner en marcha el proyecto de la convención.
Y asistiremos esta tarde a la primera solemne asamblea política de la estación. Y vendrán, una tras otra, las demás asambleas. Vendrá quién sabe, después de todas ellas, la asamblea grande encargada de la suprema misión de elegir candidato a la presidencia de la República. Y vendrán finalmente muchas asambleas callejeras, asambleas populares, asambleas tumultuosas. Asambleas gobernadas por la majestad criolla del pisco.
Y es que ya es tiempo de que nos preocupemos intensamente de la sucesión presidencial. El mes de octubre, que es el mes del Señor de los Milagros, se irá en un suspiro. Y el mes de noviembre, que es el mes de todos los santos, de la romería al Cementerio y del general Cáceres, nos traerá enseguida muchas emociones, muchas inquietudes y muchas sorpresas. Aparecerá en el Callao o en la frontera el señor Leguía. El señor Pardo cambiará de gabinete. Y el señor Aspíllaga será el candidato del régimen o será un candidato de la historia antigua.
Los liberales, por ejemplo, se reúnen hoy en el Restaurant del Zoológico, donde quedan todavía guirnaldas de la fiesta italiana, para encaminar sus pasos acerca del problema de la sucesión. Necesitan verse juntos, solidarios y resueltos. Y quieren que les saquen un retrato en grupo.
Hospitalario y festivo el Zoológico los aguarda. La ciudad ansía saber qué semblante tendrá una asamblea liberal convocada desde el gobierno y no, como en otros tiempos, desde los campamentos de la revolución. El doctor Durand, asistido por el señor Pinzás, se siente virtualidad de candidato. Y el doctor Sebastián Lorente y Patrón, con sus recién venidas credenciales de delegado liberal en el bolsillo, no sabe bien si va a oficiar de alienista o de político.
Y todos nos decimos que puede ser que haya espectáculo extraordinario, que puede ser que haya espectáculo fuera de programa, que puede ser no más.
Pero que, de todas maneras, habrá siempre mucho público en las galerías porque no en balde ésta es la inauguración de la temporada.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 22 de septiembre de 1918. ↩︎