7.19. Otra asamblea
- José Carlos Mariátegui
1Estamos a un paso de la asamblea demócrata. Los miembros del comité y de las delegaciones del partido demócrata han acordado que la asamblea se realice el domingo veintinueve. Lo que puede ser que represente un homenaje particular de los demócratas al día veintinueve.
Tenemos, pues, al mismo tiempo, a los liberales en el umbral de una asamblea trascendental, a los demócratas en la antesala de otra asamblea exhumadora, a los nacionales democráticos en atrenzo de predicadores de la concordia universal y a los civilistas con el de la candidatura del señor Aspíllaga en hombros. Los constitucionales son los únicos que parecen inactivos. Y, seguramente, lo parecen no más.
El público se entusiasma y grita:
—¡Esto se pone emocionante! ¡Candidatura del señor Aspíllaga! ¡Candidatura del señor Durand! ¡Manifiesto de los futuristas! ¡Asamblea de los liberales! ¡Asamblea de los demócratas! ¡Unificación de los civilistas! ¡Viaje del señor Leguía! ¡Silencio de los constitucionales!
Y piensa que no va a tener tiempo para asistir a todos los espectáculos en perspectiva y que no va a tener tiempo, especialmente, para glosarlos y comentarlos.
Ahora toda la atención ciudadana se concentra alrededor del partido demócrata. Los demócratas preocupan a todas las gentes. Atraen sus miradas y reinan en sus conversaciones.
Es, naturalmente, porque se cree que dentro del partido demócrata hay una conflagración sorda que va a resolverse en la asamblea. Según las voces callejeras los demócratas viejos no andan muy bien avenidos con los demócratas jóvenes. Los demócratas viejos desean que la presidencia del partido sea para el señor don Carlos de Piérola. Los demócratas jóvenes no se oponen a este deseo, pero desean, por su parte, que la jefatura del partido sea para el señor don Isaías de Piérola. Y los demócratas viejos, que, avisados y cautos comprenden la intención de este anhelo, proponen que la jefatura siga vacante. Piensan que es muy riesgoso tocar asuntos dinásticos. ¡Viva el partido! pero, por lo menos mientras haya dos herederos, ¡viva sin jefe!
El leader de los demócratas jóvenes es un demócrata viejo: don Francisco de Rivero. Un demócrata que, por orgánica y recalcitrante rebeldía, ha gustado siempre de colocarse al lado de la juventud. Y que en estos momentos protesta a voz en cuello de que la asamblea no sea lo que, a su juicio, debe ser.
Pero no sabe tanto el diablo por diablo. Los demócratas viejos, aprovechándose de que el señor Rivero no es sino uno, acaban de prevenirse contra cualquiera actitud turbulenta de los demócratas jóvenes. Como la asamblea es suya la han reunido en privado anticipadamente. Y la han hecho acordar en privado lo que debe acordar el domingo veintinueve en público.
Y han arreglado todo de tal manera que cuantos esperan que la asamblea resulte sensacional y decisiva, que son innumerables, viven engañados.
Habrá asamblea el veintinueve. Pero no para designar jefe del partido. Tampoco para designar candidato a la presidencia de la República. Habrá asamblea para que el actual comité directivo continúe gobernando la acción del partido según su leal, honesto y autorizado saber y entender. Habrá asamblea, en una palabra, para que se sepa oficialmente que el partido demócrata está reorganizado. Y para que se vea que, además, está apto para intervenir eficazmente en las próximas elecciones presidenciales.
Murmuran regañones, los demócratas jóvenes:
—¡La asamblea no puede hacer lo que le dé la gana!
Y el señor Otano, gestor conspicuo de la reorganización, les responde paternalmente:
—¡Pero, hijos de mi alma! ¡Si para eso es asamblea!
Tenemos, pues, al mismo tiempo, a los liberales en el umbral de una asamblea trascendental, a los demócratas en la antesala de otra asamblea exhumadora, a los nacionales democráticos en atrenzo de predicadores de la concordia universal y a los civilistas con el de la candidatura del señor Aspíllaga en hombros. Los constitucionales son los únicos que parecen inactivos. Y, seguramente, lo parecen no más.
El público se entusiasma y grita:
—¡Esto se pone emocionante! ¡Candidatura del señor Aspíllaga! ¡Candidatura del señor Durand! ¡Manifiesto de los futuristas! ¡Asamblea de los liberales! ¡Asamblea de los demócratas! ¡Unificación de los civilistas! ¡Viaje del señor Leguía! ¡Silencio de los constitucionales!
Y piensa que no va a tener tiempo para asistir a todos los espectáculos en perspectiva y que no va a tener tiempo, especialmente, para glosarlos y comentarlos.
Ahora toda la atención ciudadana se concentra alrededor del partido demócrata. Los demócratas preocupan a todas las gentes. Atraen sus miradas y reinan en sus conversaciones.
Es, naturalmente, porque se cree que dentro del partido demócrata hay una conflagración sorda que va a resolverse en la asamblea. Según las voces callejeras los demócratas viejos no andan muy bien avenidos con los demócratas jóvenes. Los demócratas viejos desean que la presidencia del partido sea para el señor don Carlos de Piérola. Los demócratas jóvenes no se oponen a este deseo, pero desean, por su parte, que la jefatura del partido sea para el señor don Isaías de Piérola. Y los demócratas viejos, que, avisados y cautos comprenden la intención de este anhelo, proponen que la jefatura siga vacante. Piensan que es muy riesgoso tocar asuntos dinásticos. ¡Viva el partido! pero, por lo menos mientras haya dos herederos, ¡viva sin jefe!
El leader de los demócratas jóvenes es un demócrata viejo: don Francisco de Rivero. Un demócrata que, por orgánica y recalcitrante rebeldía, ha gustado siempre de colocarse al lado de la juventud. Y que en estos momentos protesta a voz en cuello de que la asamblea no sea lo que, a su juicio, debe ser.
Pero no sabe tanto el diablo por diablo. Los demócratas viejos, aprovechándose de que el señor Rivero no es sino uno, acaban de prevenirse contra cualquiera actitud turbulenta de los demócratas jóvenes. Como la asamblea es suya la han reunido en privado anticipadamente. Y la han hecho acordar en privado lo que debe acordar el domingo veintinueve en público.
Y han arreglado todo de tal manera que cuantos esperan que la asamblea resulte sensacional y decisiva, que son innumerables, viven engañados.
Habrá asamblea el veintinueve. Pero no para designar jefe del partido. Tampoco para designar candidato a la presidencia de la República. Habrá asamblea para que el actual comité directivo continúe gobernando la acción del partido según su leal, honesto y autorizado saber y entender. Habrá asamblea, en una palabra, para que se sepa oficialmente que el partido demócrata está reorganizado. Y para que se vea que, además, está apto para intervenir eficazmente en las próximas elecciones presidenciales.
Murmuran regañones, los demócratas jóvenes:
—¡La asamblea no puede hacer lo que le dé la gana!
Y el señor Otano, gestor conspicuo de la reorganización, les responde paternalmente:
—¡Pero, hijos de mi alma! ¡Si para eso es asamblea!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 21 de septiembre de 1918. ↩︎