4.17. Real Felipe

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Aquí tienen ustedes al señor don Felipe Pardo, mayorazgo de la familia que nos manda, echando pestes contra el señor Leguía. Ustedes no creían capaz al señor don Felipe Pardo de pronunciar una palabra descomedida. Ustedes no lo creían capaz de meterse en nuestros frangollos de mestizos tumultuosos. Ustedes no lo creían capaz de soliviantarse brusca y ruidosamente. Y, sin embargo, aquí lo tienen ustedes chillando contra el señor Leguía.
         Y chillando muy fuerte.
         Tan fuerte que nos hemos despertado asustadísimos y nos hemos levantado a carrera para saber lo que le ocurría al señor Pardo, seguros, desde el primer momento, de que era muy grave.
         Aunque no era sino esto.
         Una antigua carta del señor Leguía al señor don Rafael Grau, exhumada por las manos vengadoras del señor don Miguel Grau, decía del señor Pardo:
         —Felipe Pardo pasó por aquí.
         Ni más ni menos que como dicen los chicos:
         —El hijo del rey pasó por aquí.
         Y añadía luego la carta:
         —Felipe Pardo pasó por aquí con Edwards el chileno.
         Y más abajo:
         —Pasó, pues, en pleno conchabamiento internacional.
         Y finalmente:
         —¡Yo no sé qué le pasa a esta familia de los Pardo!
         Palabras terribles, sin duda alguna, pero, al fin y al cabo, palabras escritas por un ex—presidente proscrito. Palabras que, por ende, no debían haber turbado la serenísima majestad de un mayorazgo tan esclarecido y que mucho menos debían haberlo sacado de quicio.
         Pero que, no obstante, nos han hecho oír la voz airada del señor don Felipe Pardo.
         Y en son de desmentido belicoso:
         —¡Esa carta del señor Leguía me molesta! ¡Pero no quiero dedicarle sino dos frases! ¡Su referencia es calumniosa! ¡Su crítica vulgar!
         Dos frases y un énfasis tremendo:
         —¡La referencia, calumniosa! ¡La crítica, vulgar!
         Después de tomarles el peso a estas frases y a este énfasis, apenas si nos queda voltear los ojos para buscar al señor Leguía. Y acordarnos de que todavía no ha salido de Londres. Y lamentarnos de que esté tan lejos. Porque habría sido muy emocionante oír lo que el señor Leguía le contestaba al mayorazgo de la familia que nos manda. La misma familia de la que hace cinco años decía ya el señor Leguía:
         —¡Yo no sé qué le pasa a esta familia de los Pardo!
         Pero, más que todo, hay en la ciudad sorpresa. Sorpresa de que el señor don Felipe Pardo, tan distinguido, tan displicente y tan seco, haya lanzado de la noche a la mañana un grito altisonante. Sorpresa de que haya renunciado violenta y súbitamente a su elegante retraimiento. Sorpresa de que se haya tomado el trabajo de mandarle una carta a estos democráticos rotativos de plebeyas columnas donde se acomodan y conciertan el vulgar folletín consuetudinario, el infeliz aviso económico y la truculenta nota de policía…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de junio de 1918. ↩︎