4.16. Gabinete nuevo
- José Carlos Mariátegui
1El gabinete del señor Tudela y Varela ha resucitado el sábado.
Esto es lo que nos cuentan las gentes que lo quieren mal. Pero nos lo cuentan bajo su palabra de honor. Y todavía no hay quien nos lo niegue.
Parece, según lo que nos cuentan, que el discurso del señor Cornejo iba a golpear mortalmente al señor Tudela y Varela.
Y parece, según lo que nos cuentan también, que el señor Grau iba a acabar con los demás ministros. El senado iba a quedar convertido en un cementerio ministerial. Aquí un ministro muerto. Allí otro ministro muerto. Y el señor Cornejo y el señor Grau echándoles tierra.
El señor Cornejo se había propuesto conmover al país, sacarlo de quicio, turbarlo revolucionariamente. Esperaba llevarlo de una vez al lado de los aliados.
Y estaba seguro de que sería tan grande su hazaña parlamentaria que no sería posible que se hablase de otra cosa hasta el congreso venidero. Se sentía en el momento más solemne de su vida. En el cenit decía él.
Y el señor Grau quería que la legislatura concluyese con una catilinaria suya.
El gabinete resultaba siempre sentenciado a muerte.
Por lo menos es lo que el señor Grau, con quien tenemos trato habitual y muy preciado, nos asegura:
—¡Tudela caía! ¡Y La Fuente caía! ¡Y Maúrtua caía!
—¿Maúrtua, por qué? —le interrumpimos.
—¡Porque caía todo el gabinete!
Aquí el señor Grau, amigo galantísimo, se detiene en busca de una frase que nos guste para reanudar su discurso.
Y bondadosamente cree encontrarla:
—¡Pero Maúrtua caía para levantarse! ¡Maúrtua reorganizaba después el gabinete!
Solo que enseguida se acuerda de su denodado oposicionismo y agrega con toda su energía:
—Bueno. Maúrtua reorganizaba el gabinete. ¡Pero inmediatamente yo lo interpelaba! ¡Y lo traía abajo!
Y entonces nosotros lo contrariamos con una sonrisa:
—No, don Miguel. Usted no lo traía abajo. Usted no lo interpelaba siquiera. Porque el congreso se clausuraba el sábado…
Y, naturalmente, el señor Grau convenía en que teníamos razón.
Pero nos exigía, por su parte, que nos convenciéramos de que el gabinete del señor Tudela y Varela había vuelto a nacer.
Y nosotros, que antes que ser nosotros somos amigos del señor Grau, nos convencíamos de todo lo que él quería.
Esto es lo que nos cuentan las gentes que lo quieren mal. Pero nos lo cuentan bajo su palabra de honor. Y todavía no hay quien nos lo niegue.
Parece, según lo que nos cuentan, que el discurso del señor Cornejo iba a golpear mortalmente al señor Tudela y Varela.
Y parece, según lo que nos cuentan también, que el señor Grau iba a acabar con los demás ministros. El senado iba a quedar convertido en un cementerio ministerial. Aquí un ministro muerto. Allí otro ministro muerto. Y el señor Cornejo y el señor Grau echándoles tierra.
El señor Cornejo se había propuesto conmover al país, sacarlo de quicio, turbarlo revolucionariamente. Esperaba llevarlo de una vez al lado de los aliados.
Y estaba seguro de que sería tan grande su hazaña parlamentaria que no sería posible que se hablase de otra cosa hasta el congreso venidero. Se sentía en el momento más solemne de su vida. En el cenit decía él.
Y el señor Grau quería que la legislatura concluyese con una catilinaria suya.
El gabinete resultaba siempre sentenciado a muerte.
Por lo menos es lo que el señor Grau, con quien tenemos trato habitual y muy preciado, nos asegura:
—¡Tudela caía! ¡Y La Fuente caía! ¡Y Maúrtua caía!
—¿Maúrtua, por qué? —le interrumpimos.
—¡Porque caía todo el gabinete!
Aquí el señor Grau, amigo galantísimo, se detiene en busca de una frase que nos guste para reanudar su discurso.
Y bondadosamente cree encontrarla:
—¡Pero Maúrtua caía para levantarse! ¡Maúrtua reorganizaba después el gabinete!
Solo que enseguida se acuerda de su denodado oposicionismo y agrega con toda su energía:
—Bueno. Maúrtua reorganizaba el gabinete. ¡Pero inmediatamente yo lo interpelaba! ¡Y lo traía abajo!
Y entonces nosotros lo contrariamos con una sonrisa:
—No, don Miguel. Usted no lo traía abajo. Usted no lo interpelaba siquiera. Porque el congreso se clausuraba el sábado…
Y, naturalmente, el señor Grau convenía en que teníamos razón.
Pero nos exigía, por su parte, que nos convenciéramos de que el gabinete del señor Tudela y Varela había vuelto a nacer.
Y nosotros, que antes que ser nosotros somos amigos del señor Grau, nos convencíamos de todo lo que él quería.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 17 de junio de 1918. ↩︎