4.15. Punto final – Masamente

  • José Carlos Mariátegui

Punto final1  

         Amanecemos, por fin, sin congreso.
         Llegamos ayer al término de la quinta legislatura extraordinaria que ha sido, sin duda alguna, la legislatura más emocionante de esta luenga temporada parlamentaria. Probablemente no la llamarán en lo venidero sino la legislatura de los treinta millones. Pero será por lo difícil que es ponerle nombre a una legislatura peruana. Y porque la modestia del señor Fariña, y sobre todo su notable chaqué de notario, han impedido que el discurso del señor Fariña durase hasta ayer y atajase el triunfo de la emisión. En cuyo caso la legislatura habría sido no la legislatura de los treinta millones sino la legislatura del señor Fariña.
         Rica en notas sonoras y pintorescas ha sido la legislatura. Nos ha parecido una legislatura con traza de muestrario nacional. Y es que ha habido en ella todo lo que en una sola legislatura podía caber.
         Catilinarias dramáticas del señor don Miguel Grau, que ha blandido la divina espada con que el arcángel San Miguel tundió y humilló al diablo. Apóstrofes sacerdotales del señor don Mariano H. Cornejo, que ha librado a diario una batalla contra los molinos de viento y que ha salido a diario molido por los yangüeses. Donosos pensamientos del señor don Víctor M. Maúrtua, nuestro ministro bolchevique, que ha maldecido y renegado de toda “huachafería” entre el humo displicente de sus habanos. Toneladas de números del señor Fariña, convertido en el San Juan Evangelista de un Apocalipsis criollo. Profecías truculentas del señor Corbacho, historiador, teosofista y nigromante, que se ha puesto de pie de repente para asegurarnos que la historia se repite.
         Todo esto hemos tenido en una sola legislatura. Todo esto hemos tenido en cuarenta y cinco días. Todo esto hemos tenido en dos cámaras apacibles y sencillas gobernadas por el señor don José Carlos Bernales y por el señor don Juan Pardo.
         Naturalmente nos parece mucho.
         Y lo decimos a gritos a la gente que pasa por la imprenta:
         —¿Creen ustedes que va a haber otra legislatura en la que se concierten tantos acontecimientos, tantos discursos, tantas actitudes sensacionales?
         Porque así somos nosotros en nuestros convencimientos.
         Y este convencimiento que ahora gritamos es muy legítimo.
         Estamos seguros, por ejemplo, de que no es una cosa vulgar que hayamos oído hablar en la Cámara al señor Maúrtua como ministro. Aunque hayan sido muchas las veces en que, hablando como ministro, nos haya parecido que hablaba como diputado, que hablaba como profesor de filosofía del derecho o que hablaba como leader de nuestro joven socialismo.
         Y, así por el estilo, hallamos que muchas cosas han dado singular fisonomía a la legislatura que acaba de concluir entre el bostezo de unos, el sueño de otros y la lasitud de los demás.
         Nada más que aquello de mirar al señor Manzanilla, apartado impertérritamente de su Cámara y andando en son de protesta por las calles, era bastante acaso para que la legislatura pasase a la historia.
         Aunque el señor Corbacho, que toma en serio a la historia, proteste en su nombre.

Masamente  

         La clausura se produjo sin vigilia.
         Esto quiere decir que se produjo sin ruido y sin trabajo. La Cámara de Senadores no tuvo quórum. Y la Cámara de Diputados apenas si lo tuvo. Por ende, el cierre fue instantáneo.
         El señor Pardo con la campanilla en la mano aceleró los últimos momentos de la Cámara de Diputados.
         Y el público, discurriendo entre una Cámara y otra, se llamó a defraudado. Aguardaba que en el senado el ilustre señor Cornejo interpelara estruendosamente al señor Tudela y Varela. Y que en la Cámara de Diputados el señor don Manuel Bernardino Pérez enredara el presupuesto de la república. Y que se armase escándalo. Y que ardiese Troya. No contaba el público con que unos cuantos senadores se animasen a dejar sin quórum su Cámara.
         En la Cámara de Diputados nos dijeron que no podía haber bulla porque no había senado. Y en el Senado no nos dijeron ni una palabra. Allí todos estaban dolidos de que el señor Cornejo, que se había preparado para pronunciar el más sonoro y grandilocuente de todos sus discursos de la temporada, se quedase con los crespos hechos.
         No había ánimo para nada.
         Y nosotros hubimos de consternarnos.
         —¿Por qué no dice su discurso el señor Cornejo, aunque sea sin quórum? —preguntamos.
         Pero nadie estaba para respondernos.
         Y no pudimos preguntar siquiera por qué el señor Cornejo no decía su discurso desde las esclarecidas gradas del monumento de Bolívar.
         El congreso se caía solo de cansancio.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 16 de junio de 1918. ↩︎