3.7. Miscelánea criolla
- José Carlos Mariátegui
1Después de un largo período de silencio apacible, burgués y digestivo ha vuelto a sonar pública y ruidosamente la voz del gran ciudadano don Juan Manuel Torres Balcázar. Ha vuelto a sonar entre los diputados. Ha vuelto a sonar acogida por los favores del aplauso. Y ha vuelto a sonar gorda y vibrante como en los denodados días en que el señor Torres Balcázar, colorado, sudoroso y atlético, le cerraba el paso al presupuesto del señor García y Lastres.
Un homenaje al señor Escalante ha servido para que el señor Torres Balcázar haya reaparecido momentáneamente entre la gente parlamentaria. Ahítos de chupe, de corvina a la chorrillana, de pollo con arroz y de tamales, lo han escuchado sus antiguos compañeros de la Cámara. Y lo han aclamado. Y lo han coreado. Y lo han guapeado.
Si el señor Torres Balcázar hubiera hablado en la sala de la Cámara y con una mano sobre su carpeta y no en un comedor y con una mano sobre una mesa de banquete criollo, habría alcanzado anteayer un gran triunfo parlamentario. Habría desasosegado a nuestro señor don Juan Pardo, habría sacado de quicio al señor Pérez, habría conmovido al señor Ríos y habría traído abajo a un ministro y acaso también a la farola.
Así lo pensaban anteayer todos los diputados reunidos para obsequiar, engreír y mimar al señor Escalante. Tanto los diputados de la mayoría como los diputados de la minoría. Y unos y otros estaban a punto de cargar en hombros al señor Torres Balcázar y llevárselo a la Cámara, aunque no fuera sino como diputado adicional.
Y como, tras el señor Torres Balcázar, pronunciaba un discurso el señor Secada, nervioso y acérrimo periodista, fosforescente diputado chalaco y preciadísimo amigo nuestro, se olvidaban del señor Pardo los diputados de la mayoría y gritaban:
—¡Estos diputados de la minoría son muy simpáticos siempre! ¡Pero en un almuerzo a la criolla son más simpáticos que nunca!
Y enseguida se ahondaba más todavía este convencimiento. Porque cada diputado oposicionista tiene una “gracia” como se dice de los chicos o un “adorno” como se dice de las hijas de familia. El señor Químper canta. El señor Castro toca. El señor Salazar y Oyarzábal baila. El señor Morán jalea.
Pero ninguno posee la popularidad del gran ciudadano. Redondo, sanguíneo y en mangas de camisa, recibe el señor Torres Balcázar en el umbral de su imprenta los homenajes del pueblo y del parlamento. Se le busca. Se le consulta. Se le quiere. Y, cuando en un banquete criollo la alegría de las viandas y de los vinos se adueña de los espíritus, la primera copa de champaña es para que el gran ciudadano renueve sus horas de orador parlamentario…
Un homenaje al señor Escalante ha servido para que el señor Torres Balcázar haya reaparecido momentáneamente entre la gente parlamentaria. Ahítos de chupe, de corvina a la chorrillana, de pollo con arroz y de tamales, lo han escuchado sus antiguos compañeros de la Cámara. Y lo han aclamado. Y lo han coreado. Y lo han guapeado.
Si el señor Torres Balcázar hubiera hablado en la sala de la Cámara y con una mano sobre su carpeta y no en un comedor y con una mano sobre una mesa de banquete criollo, habría alcanzado anteayer un gran triunfo parlamentario. Habría desasosegado a nuestro señor don Juan Pardo, habría sacado de quicio al señor Pérez, habría conmovido al señor Ríos y habría traído abajo a un ministro y acaso también a la farola.
Así lo pensaban anteayer todos los diputados reunidos para obsequiar, engreír y mimar al señor Escalante. Tanto los diputados de la mayoría como los diputados de la minoría. Y unos y otros estaban a punto de cargar en hombros al señor Torres Balcázar y llevárselo a la Cámara, aunque no fuera sino como diputado adicional.
Y como, tras el señor Torres Balcázar, pronunciaba un discurso el señor Secada, nervioso y acérrimo periodista, fosforescente diputado chalaco y preciadísimo amigo nuestro, se olvidaban del señor Pardo los diputados de la mayoría y gritaban:
—¡Estos diputados de la minoría son muy simpáticos siempre! ¡Pero en un almuerzo a la criolla son más simpáticos que nunca!
Y enseguida se ahondaba más todavía este convencimiento. Porque cada diputado oposicionista tiene una “gracia” como se dice de los chicos o un “adorno” como se dice de las hijas de familia. El señor Químper canta. El señor Castro toca. El señor Salazar y Oyarzábal baila. El señor Morán jalea.
Pero ninguno posee la popularidad del gran ciudadano. Redondo, sanguíneo y en mangas de camisa, recibe el señor Torres Balcázar en el umbral de su imprenta los homenajes del pueblo y del parlamento. Se le busca. Se le consulta. Se le quiere. Y, cuando en un banquete criollo la alegría de las viandas y de los vinos se adueña de los espíritus, la primera copa de champaña es para que el gran ciudadano renueve sus horas de orador parlamentario…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 12 de mayo de 1918. ↩︎