3.6. Hacia la convención
- José Carlos Mariátegui
1Nuestro ingenioso caballero andante el señor don Augusto Durand se halla entregado a la más grande actividad política. Conversa con el señor Pardo en la mañana. Conversa con el señor Aspíllaga en la tarde. Conversa con el señor Bernales en la noche. Conversa con sus partidarios a todas horas. De un salto se pone en La Prensa. De otro salto se pone en su casa. Y su automóvil lo lleva y lo trae por toda la ciudad.
Suele ocurrir en el centro que se crucen los automóviles del señor Durand y del señor Aspíllaga. Y que el señor Durand y el señor Aspíllaga se hagan un notable saludo. Y que el público que los mira asegure:
—El señor Durand corre más que el señor Aspíllaga.
Porque mucha es la prisa con que pasa por las calles el señor Durand, mucha la prisa con que trata sus negocios políticos, mucha la prisa con que les habla a las gentes, mucha la prisa con que dirige La Prensa, mucha la prisa con que come y mucha la prisa con que duerme.
Pero, sin embargo, hay gente que comienza a murmurar:
—¡Ya el señor Aspíllaga le ha ganado demasiado terreno al señor Durand! ¡Ya el señor Durand no puede alcanzarlo por más que se apure! ¡Ya el señor Durand tiene que conformarse con escoltar al señor Aspíllaga!
Y esta misma gente, después de poner los ojos en la conferencia del señor Durand con el señor Aspíllaga, cree en una entente fatal para el señor Durand.
Mas todavía no hay indicios de “entente”. Siguen en pie todas las candidaturas. Todas las candidaturas. Y todas continúan prosperando bajo el auspicio del señor Pardo. Todas y ninguna.
Parece que el señor Pardo hará su candidato a quien reúna mayores fuerzas, mayores intereses y mayores prosélitos. Y que para eso habrá una convención de los partidos. El candidato del señor Pardo será el que salga de la convención. Y se llamará candidato nacional.
Con una entonación muy grave y solemne el señor Pardo les dice lo mismo a los diversos candidatos:
—¡Trabaje usted! ¡Usted sabe que soy su amigo! ¡Usted sabe que lo quiero mucho! ¡Usted sabe que su triunfo sería mi triunfo!
Solo que al señor Aspíllaga se lo dice con más ternura. Y es que el señor Pardo piensa que el señor Aspíllaga es el que tiene mayores probabilidades de salir victorioso en una convención. El señor Pardo encuentra en el señor Aspíllaga más fisonomía, más gesto y más talle de candidato nacional. Porque el señor Aspíllaga es presidente del civilismo. Porque el señor Aspíllaga es azucarero. Porque el señor Aspíllaga es caballista. Y porque el señor Aspíllaga es, según el concepto criollo, un “hombre de peso”.
Tendremos, pues, otra convención de los partidos. Irá a ella el partido civil con su candidato. Irá a ella el partido demócrata con su candidato. Irá a ella el partido liberal con su candidato. Y solamente irán a ella sin candidato el partido constitucional, viejo, fané y apergaminado, y el partido nacional, democrático, joven, rosado y romántico.
Y, por ende, los constitucionales y los nacionales democráticos podrán decidir la partida.
Si quieren decidirla.
O si los dejan.
Suele ocurrir en el centro que se crucen los automóviles del señor Durand y del señor Aspíllaga. Y que el señor Durand y el señor Aspíllaga se hagan un notable saludo. Y que el público que los mira asegure:
—El señor Durand corre más que el señor Aspíllaga.
Porque mucha es la prisa con que pasa por las calles el señor Durand, mucha la prisa con que trata sus negocios políticos, mucha la prisa con que les habla a las gentes, mucha la prisa con que dirige La Prensa, mucha la prisa con que come y mucha la prisa con que duerme.
Pero, sin embargo, hay gente que comienza a murmurar:
—¡Ya el señor Aspíllaga le ha ganado demasiado terreno al señor Durand! ¡Ya el señor Durand no puede alcanzarlo por más que se apure! ¡Ya el señor Durand tiene que conformarse con escoltar al señor Aspíllaga!
Y esta misma gente, después de poner los ojos en la conferencia del señor Durand con el señor Aspíllaga, cree en una entente fatal para el señor Durand.
Mas todavía no hay indicios de “entente”. Siguen en pie todas las candidaturas. Todas las candidaturas. Y todas continúan prosperando bajo el auspicio del señor Pardo. Todas y ninguna.
Parece que el señor Pardo hará su candidato a quien reúna mayores fuerzas, mayores intereses y mayores prosélitos. Y que para eso habrá una convención de los partidos. El candidato del señor Pardo será el que salga de la convención. Y se llamará candidato nacional.
Con una entonación muy grave y solemne el señor Pardo les dice lo mismo a los diversos candidatos:
—¡Trabaje usted! ¡Usted sabe que soy su amigo! ¡Usted sabe que lo quiero mucho! ¡Usted sabe que su triunfo sería mi triunfo!
Solo que al señor Aspíllaga se lo dice con más ternura. Y es que el señor Pardo piensa que el señor Aspíllaga es el que tiene mayores probabilidades de salir victorioso en una convención. El señor Pardo encuentra en el señor Aspíllaga más fisonomía, más gesto y más talle de candidato nacional. Porque el señor Aspíllaga es presidente del civilismo. Porque el señor Aspíllaga es azucarero. Porque el señor Aspíllaga es caballista. Y porque el señor Aspíllaga es, según el concepto criollo, un “hombre de peso”.
Tendremos, pues, otra convención de los partidos. Irá a ella el partido civil con su candidato. Irá a ella el partido demócrata con su candidato. Irá a ella el partido liberal con su candidato. Y solamente irán a ella sin candidato el partido constitucional, viejo, fané y apergaminado, y el partido nacional, democrático, joven, rosado y romántico.
Y, por ende, los constitucionales y los nacionales democráticos podrán decidir la partida.
Si quieren decidirla.
O si los dejan.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 11 de mayo de 1918. ↩︎