3.12. El ilustre senado
- José Carlos Mariátegui
1Pasmada anda la gente del mucho concierto que reina en el senado bajo el auspicio, gobierno y presidencia del señor don José Carlos Bernales. Frecuentemente aparece conflagrada la Cámara de nuestros lores como dice el señor don Oscar Víctor Salomón. Pero enseguida la palabra, el gesto y la mirada del señor Bernales la serenan y la tranquilizan.
De repente hay una minoría que se pone terrible y dramática. Una minoría que no quiere darle quórum al senado. Una minoría que se declara en huelga. Una minoría como la que batalló contra el proceso de Lima y como la que acaba de batallar contra la emisión. Y el señor Bernales la busca, la aplaca y la lleva de la mano a las sesiones.
Para que la minoría del proceso de Lima regresara al Senado tuvo que ceder la mayoría. Probablemente porque apenas era mayoría. Pero tuvo que ceder.
Esta vez ha ocurrido lo contrario.
El señor Bernales les dijo a los senadores de la minoría:
—Ahora les toca ceder a ustedes.
Y tuvo quórum.
Pasó suavemente la emisión. No hubo estrépito. No hubo borrasca. Ni siquiera hubo el grandilocuente discurso del señor don Mariano H. Cornejo que aguardaba el público. El señor Cornejo no quiso movilizar contra la emisión a Jesús, San Juan Evangelista, Aristóteles, Guillermo Tell y Cailleaux.
Y el señor Maúrtua, nuestro ministro bolchevique, hizo al mismo tiempo la crítica y el panegírico de la emisión:
—¡Esta ley es un adefesio necesario! ¡Es una ley típica y genuinamente nacional! ¡Vamos a solucionar una situación peruana con elementos peruanos y por caminos peruanos! ¡Y ni siquiera vamos a solucionarla! ¡Vamos a calmarla no más! ¡Porque esta ley no es sino un calmante! ¡Un calmante de urgencia!
Aprobada la emisión, el señor Bernales sonrió victoriosamente. No les dio las gracias a los senadores a nombre de la patria en un solemne y corto discurso. Pero suspendió la sesión para abrazarlos uno por uno. Primero a los de la minoría. Y después a los de la mayoría. Primero a los que habían cedido. Después a los que habían ganado. Ni más ni menos que cuando el proceso de Lima.
El público que atisba todos estos sucesos piensa que el señor Bernales adquiere cada día más la fisonomía de un personaje conciliador. Y que para acabar de tenerla no le falta nada. Así como el señor Bentín —sumo dechado de los hombres de transacción— no es civilista, el señor Bernales tampoco lo es. Así como el señor Bentín ha sido demócrata, el señor Bernales también lo ha sido. Y puede seguirlo siendo. No demócrata de montonera, de conspiración ni de heroísmo, que eso es ya muy antiguo y fané, sino demócrata de conciliación, de automóvil y de sagacidad, que es lo moderno.
Y tanto va hablándose del señor Bernales presidente del senado que ya la gente se comienza a olvidar del señor Bernales gerente de la Recaudadora.
Solo que, como el señor Bernales conserva siempre su talle y su virtualidad de gerente, la gente ha dado en llamarle:
—El señor Gerente del Senado…
De repente hay una minoría que se pone terrible y dramática. Una minoría que no quiere darle quórum al senado. Una minoría que se declara en huelga. Una minoría como la que batalló contra el proceso de Lima y como la que acaba de batallar contra la emisión. Y el señor Bernales la busca, la aplaca y la lleva de la mano a las sesiones.
Para que la minoría del proceso de Lima regresara al Senado tuvo que ceder la mayoría. Probablemente porque apenas era mayoría. Pero tuvo que ceder.
Esta vez ha ocurrido lo contrario.
El señor Bernales les dijo a los senadores de la minoría:
—Ahora les toca ceder a ustedes.
Y tuvo quórum.
Pasó suavemente la emisión. No hubo estrépito. No hubo borrasca. Ni siquiera hubo el grandilocuente discurso del señor don Mariano H. Cornejo que aguardaba el público. El señor Cornejo no quiso movilizar contra la emisión a Jesús, San Juan Evangelista, Aristóteles, Guillermo Tell y Cailleaux.
Y el señor Maúrtua, nuestro ministro bolchevique, hizo al mismo tiempo la crítica y el panegírico de la emisión:
—¡Esta ley es un adefesio necesario! ¡Es una ley típica y genuinamente nacional! ¡Vamos a solucionar una situación peruana con elementos peruanos y por caminos peruanos! ¡Y ni siquiera vamos a solucionarla! ¡Vamos a calmarla no más! ¡Porque esta ley no es sino un calmante! ¡Un calmante de urgencia!
Aprobada la emisión, el señor Bernales sonrió victoriosamente. No les dio las gracias a los senadores a nombre de la patria en un solemne y corto discurso. Pero suspendió la sesión para abrazarlos uno por uno. Primero a los de la minoría. Y después a los de la mayoría. Primero a los que habían cedido. Después a los que habían ganado. Ni más ni menos que cuando el proceso de Lima.
El público que atisba todos estos sucesos piensa que el señor Bernales adquiere cada día más la fisonomía de un personaje conciliador. Y que para acabar de tenerla no le falta nada. Así como el señor Bentín —sumo dechado de los hombres de transacción— no es civilista, el señor Bernales tampoco lo es. Así como el señor Bentín ha sido demócrata, el señor Bernales también lo ha sido. Y puede seguirlo siendo. No demócrata de montonera, de conspiración ni de heroísmo, que eso es ya muy antiguo y fané, sino demócrata de conciliación, de automóvil y de sagacidad, que es lo moderno.
Y tanto va hablándose del señor Bernales presidente del senado que ya la gente se comienza a olvidar del señor Bernales gerente de la Recaudadora.
Solo que, como el señor Bernales conserva siempre su talle y su virtualidad de gerente, la gente ha dado en llamarle:
—El señor Gerente del Senado…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de mayo de 1918. ↩︎