2.7. Malandanzas tristes
- José Carlos Mariátegui
1No pasa nada todavía. Pero, como es necesario que pase algo o que pase mucho, estamos próximos otra vez a una crisis ministerial. Vuelve a haber un ministro en riesgo de caída y en trance de aflicción. Un ministro que, nuevamente, es el ministro de hacienda señor don Germán Arenas.
Parece que el gabinete del señor Tudela y Varela no puede tener vida sosegada y segura. Todos los días le traen un peligro, una zozobra, un augurio, una turbación, contra los cuales solo saben protegerle las manos providenciales del señor Pardo que nos manda. Siempre está a punto de quebrarse, de romperse o de rajarse.
Asegura la gente palatina:
—Este gabinete del señor Tudela y Varela no puede marcharse. Si se marchara, el señor Pardo se encontraría en duro aprieto para sustituirlo. Ninguno de los grandes personajes del parlamento querría encargarse de la organización del gabinete. Ni siquiera el señor don Manuel Bernardino Pérez.
Entonces le preguntan:
—¿Luego el señor Tudela y Varela es irreemplazable?
Y responde la gente palatina:
—Irreemplazable para el señor Pardo. Irreemplazable en la presidencia del gabinete. Irreemplazable en el ministerio donde haya que ponerlo para cargar con alguna responsabilidad azarosa.
Suena enseguida otra pregunta:
—¿Entonces no puede haber crisis?
Y suena otra respuesta:
—Total, no; parcial tal vez. Pero muy parcial. Lo más parcial que sea posible.
Esto que dice la gente palatina es probablemente exacto. No es posible que sobrevenga una crisis total. Aunque lo hagan temer las inquietudes que el destino le tiene deparadas al gabinete. Pero sí es muy posible que sobrevenga una crisis parcial. Que —como dice el refranero y criollo parlamentario señor Pérez— se rompa la pita por lo más delgado. Lo más delgado de la pita, maguer pocos lo crean, no es el magro y enjuto ministro de fomento señor Escardó y Salazar sino el redomado y cauto ministro de hacienda señor Arenas.
Tal como un día lo proclamábamos, el paso del señor Arenas del ministerio de gobierno al ministerio de hacienda ha sido un mal paso. Un paso que ha malherido su tranquilidad. El flamenquismo criollo dijo de él traviesamente que era un “pase obligado”.
Desde ese día en que el señor Arenas dejó de ser ministro de gobierno no hay para él sosiego, regalo ni bienandanza; no concurre con la puntualidad de otrora al palco de la policía limeña, no le brindan placer y refocilamiento ni aun las tonadillas de la señorita Escribano, no tiene un minuto de holganza ni de alborozo y no encuentra una gota de ventura sobre la faz de la tierra, que ahora se le presenta agreste, lamentable e hirsuta como la cabeza del señor Larragán o de cualquier otro huaracino prosélito suyo.
Hoy son los reintegros de los empleados públicos los que colocan al señor Arenas en la torva antesala de la dimisión. Son los mismos reintegros que crearon para el doctor Pérez la amenaza de la manteadura. Son los mismos reintegros que tan enojado ponen al señor Pardo.
Y, por eso, alguna gente hace este comentario:
—El parlamento tiene que reintegrarles sus sueldos a los empleados públicos. ¡Pero va a desintegrarse el gabinete del señor Pardo!
Parece que el gabinete del señor Tudela y Varela no puede tener vida sosegada y segura. Todos los días le traen un peligro, una zozobra, un augurio, una turbación, contra los cuales solo saben protegerle las manos providenciales del señor Pardo que nos manda. Siempre está a punto de quebrarse, de romperse o de rajarse.
Asegura la gente palatina:
—Este gabinete del señor Tudela y Varela no puede marcharse. Si se marchara, el señor Pardo se encontraría en duro aprieto para sustituirlo. Ninguno de los grandes personajes del parlamento querría encargarse de la organización del gabinete. Ni siquiera el señor don Manuel Bernardino Pérez.
Entonces le preguntan:
—¿Luego el señor Tudela y Varela es irreemplazable?
Y responde la gente palatina:
—Irreemplazable para el señor Pardo. Irreemplazable en la presidencia del gabinete. Irreemplazable en el ministerio donde haya que ponerlo para cargar con alguna responsabilidad azarosa.
Suena enseguida otra pregunta:
—¿Entonces no puede haber crisis?
Y suena otra respuesta:
—Total, no; parcial tal vez. Pero muy parcial. Lo más parcial que sea posible.
Esto que dice la gente palatina es probablemente exacto. No es posible que sobrevenga una crisis total. Aunque lo hagan temer las inquietudes que el destino le tiene deparadas al gabinete. Pero sí es muy posible que sobrevenga una crisis parcial. Que —como dice el refranero y criollo parlamentario señor Pérez— se rompa la pita por lo más delgado. Lo más delgado de la pita, maguer pocos lo crean, no es el magro y enjuto ministro de fomento señor Escardó y Salazar sino el redomado y cauto ministro de hacienda señor Arenas.
Tal como un día lo proclamábamos, el paso del señor Arenas del ministerio de gobierno al ministerio de hacienda ha sido un mal paso. Un paso que ha malherido su tranquilidad. El flamenquismo criollo dijo de él traviesamente que era un “pase obligado”.
Desde ese día en que el señor Arenas dejó de ser ministro de gobierno no hay para él sosiego, regalo ni bienandanza; no concurre con la puntualidad de otrora al palco de la policía limeña, no le brindan placer y refocilamiento ni aun las tonadillas de la señorita Escribano, no tiene un minuto de holganza ni de alborozo y no encuentra una gota de ventura sobre la faz de la tierra, que ahora se le presenta agreste, lamentable e hirsuta como la cabeza del señor Larragán o de cualquier otro huaracino prosélito suyo.
Hoy son los reintegros de los empleados públicos los que colocan al señor Arenas en la torva antesala de la dimisión. Son los mismos reintegros que crearon para el doctor Pérez la amenaza de la manteadura. Son los mismos reintegros que tan enojado ponen al señor Pardo.
Y, por eso, alguna gente hace este comentario:
—El parlamento tiene que reintegrarles sus sueldos a los empleados públicos. ¡Pero va a desintegrarse el gabinete del señor Pardo!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 13 de abril de 1918. ↩︎