2.13. El candidato postal
- José Carlos Mariátegui
1Una de las candidaturas probables a la presidencia de la República, la del señor Tudela y Varela, ha estado a punto de acabarse repentinamente. Por poco no la ha matado un carpetazo de la Cámara de Senadores. El señor Tudela y Varela, caído del gobierno, tundido por la agresividad de sus adversaries mordido por las murmuraciones de la gente asaz malévola de esta tierra, no habría podido conservar ninguna posibilidad de candidato.
Pero la permanencia del señor Tudela y Varela en el gobierno trae aparejada la prolongación de su candidatura. Los civilistas y liberales, al rodearlo con sus votos de confianza, no solo han apuntalado al señor Tudela y Varela ministro sino también al señor Tudela y Varela candidato.
Por esto la gente se pregunta:
—¿Y no ha sido el señor don Ántero Aspíllaga el que ha corrido en socorro del señor Tudela y Varela poniéndole en las manos todo el favor, toda la simpatía y toda la devoción del partido civil?
Y los aspillaguistas le responden:
—Sí; porque el señor Aspíllaga es un dechado de perfectos caballeros, porque el señor Aspíllaga es muy hidalgo y porque el señor Aspíllaga ha querido demostrar que su candidatura no le tiene miedo a ninguna otra.
Mas la gente no se conforma con esta explicación de los aspillaguistas. Piensa que realmente el señor Aspíllaga es gentilhombre en demasía. Pero cree que no debe serlo tanto. Y es que mira que, merced a un trajín del señor Aspíllaga, no solo se ha quedado en el gobierno el señor Tudela y Varela, sino que ha sido bonificada su condición de gobernante. Antes el señor Tudela y Varela no era más que un ministro del señor Pardo. Ahora es un ministro del partido civil y del partido liberal. Antes su presencia en la jefatura del gabinete no representaba sino la voluntad del señor Pardo. Ahora representa la voluntad de las mayorías parlamentarias de que son dueños esos partidos. Por obra y gracia de una de esas paradójicas originalidades de nuestra política el señor Tudela y Varela ha salido ganando con su dimisión. Las mayorías parlamentarias con las cuales se consideraba mal avenido le han asegurado que son suyas, muy suyas, totalmente suyas.
Justo es, por ende, que la gente se asombre de que el señor don Ántero Aspíllaga haya sido el que más se ha apresurado a inocularle salud al gabinete del señor Tudela y Varela. Sabe el señor Aspíllaga, tanto como nosotros, tanto como cualquier honesto vecino de la ciudad, que ha estado creciendo, medrando y prosperando subterráneamente la candidatura del señor Tudela y Varela a la presidencia. Que ha tenido desde luego toda la fisonomía de una conspiración aviesa contra su candidatura. Y, sin embargo, el señor Aspíllaga le ha tendido al señor Tudela y Varela su enguantada mano gentil para que no se caiga. Aunque no podía dejar de comprender que si se caía el señor Tudela y Varela se acababa su sigilosa y subrepticia candidatura.
Sonríense los pardistas de estas reflexiones de la gente. Hacen un movimiento de cabeza que es un débil conato de negativa. Y concluyen exclamando:
—¡Pero si no es cierto que el señor Tudela y Varela quiera ser presidente de la República!
Entonces la gente se enardece. Y a gritos prueba la existencia clandestina de la candidatura del señor Tudela y Varela. Asevera que esta candidatura ha estado distribuyendo diariamente muchas cartas. No pudiendo distribuir todavía muchas visitas se ha resignado con limitarse a distribuir muchas cartas. Se puede decir de ella que es una candidatura postal, una candidatura de estafeta, una candidatura de apartado, una candidatura de valija y una candidatura franca de porte. Pero siempre es una candidatura. Una candidatura de muchas cartas.
Y, riéndose, lo confirman los pardistas:
—¡Son cartas anónimas! Preconizan la candidatura del señor Tudela y Varela. ¡Pero son cartas anónimas!
Ruidosamente, la gente le replica:
—¡Pero son cartas! ¡Pero preconizan la candidatura del señor Tudela y Varela!
Y suele a veces mediar, conciliadora, generosa y caballeresca, la limousine del señor Aspíllaga que pasa pregonando una satisfacción muy grande, que parece —según los insignes médicos y folkloristas doctores Lorente y Caravedo— lo que la oratoria criolla denomina habitualmente “la satisfacción del deber cumplido”… pública por los relieves que posee, como suceso político y gubernativo, cual le dijimos ayer reflejando el sentimiento que había producido en la ciudad.
No obstante, las demoras que se han suscitado, se aseguran que hoy, de todos modos, quedará reconstituido el gabinete y que en la tarde prestarán nuevos ministros el juramento de estilo.
Pero la permanencia del señor Tudela y Varela en el gobierno trae aparejada la prolongación de su candidatura. Los civilistas y liberales, al rodearlo con sus votos de confianza, no solo han apuntalado al señor Tudela y Varela ministro sino también al señor Tudela y Varela candidato.
Por esto la gente se pregunta:
—¿Y no ha sido el señor don Ántero Aspíllaga el que ha corrido en socorro del señor Tudela y Varela poniéndole en las manos todo el favor, toda la simpatía y toda la devoción del partido civil?
Y los aspillaguistas le responden:
—Sí; porque el señor Aspíllaga es un dechado de perfectos caballeros, porque el señor Aspíllaga es muy hidalgo y porque el señor Aspíllaga ha querido demostrar que su candidatura no le tiene miedo a ninguna otra.
Mas la gente no se conforma con esta explicación de los aspillaguistas. Piensa que realmente el señor Aspíllaga es gentilhombre en demasía. Pero cree que no debe serlo tanto. Y es que mira que, merced a un trajín del señor Aspíllaga, no solo se ha quedado en el gobierno el señor Tudela y Varela, sino que ha sido bonificada su condición de gobernante. Antes el señor Tudela y Varela no era más que un ministro del señor Pardo. Ahora es un ministro del partido civil y del partido liberal. Antes su presencia en la jefatura del gabinete no representaba sino la voluntad del señor Pardo. Ahora representa la voluntad de las mayorías parlamentarias de que son dueños esos partidos. Por obra y gracia de una de esas paradójicas originalidades de nuestra política el señor Tudela y Varela ha salido ganando con su dimisión. Las mayorías parlamentarias con las cuales se consideraba mal avenido le han asegurado que son suyas, muy suyas, totalmente suyas.
Justo es, por ende, que la gente se asombre de que el señor don Ántero Aspíllaga haya sido el que más se ha apresurado a inocularle salud al gabinete del señor Tudela y Varela. Sabe el señor Aspíllaga, tanto como nosotros, tanto como cualquier honesto vecino de la ciudad, que ha estado creciendo, medrando y prosperando subterráneamente la candidatura del señor Tudela y Varela a la presidencia. Que ha tenido desde luego toda la fisonomía de una conspiración aviesa contra su candidatura. Y, sin embargo, el señor Aspíllaga le ha tendido al señor Tudela y Varela su enguantada mano gentil para que no se caiga. Aunque no podía dejar de comprender que si se caía el señor Tudela y Varela se acababa su sigilosa y subrepticia candidatura.
Sonríense los pardistas de estas reflexiones de la gente. Hacen un movimiento de cabeza que es un débil conato de negativa. Y concluyen exclamando:
—¡Pero si no es cierto que el señor Tudela y Varela quiera ser presidente de la República!
Entonces la gente se enardece. Y a gritos prueba la existencia clandestina de la candidatura del señor Tudela y Varela. Asevera que esta candidatura ha estado distribuyendo diariamente muchas cartas. No pudiendo distribuir todavía muchas visitas se ha resignado con limitarse a distribuir muchas cartas. Se puede decir de ella que es una candidatura postal, una candidatura de estafeta, una candidatura de apartado, una candidatura de valija y una candidatura franca de porte. Pero siempre es una candidatura. Una candidatura de muchas cartas.
Y, riéndose, lo confirman los pardistas:
—¡Son cartas anónimas! Preconizan la candidatura del señor Tudela y Varela. ¡Pero son cartas anónimas!
Ruidosamente, la gente le replica:
—¡Pero son cartas! ¡Pero preconizan la candidatura del señor Tudela y Varela!
Y suele a veces mediar, conciliadora, generosa y caballeresca, la limousine del señor Aspíllaga que pasa pregonando una satisfacción muy grande, que parece —según los insignes médicos y folkloristas doctores Lorente y Caravedo— lo que la oratoria criolla denomina habitualmente “la satisfacción del deber cumplido”… pública por los relieves que posee, como suceso político y gubernativo, cual le dijimos ayer reflejando el sentimiento que había producido en la ciudad.
No obstante, las demoras que se han suscitado, se aseguran que hoy, de todos modos, quedará reconstituido el gabinete y que en la tarde prestarán nuevos ministros el juramento de estilo.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 22 de abril de 1918. ↩︎