1.4. Otra vez

  • José Carlos Mariátegui

 

        1La gente no ha querido convencerse así no más de la formalidad de la candidatura del señor Aspíllaga. Ha visto al señor Aspíllaga conchabado con el señor Pardo. Ha visto al señor Pardo conchabado con el señor Aspíllaga. Pero, sin embargo, ha seguido moviendo negativamente la cabeza.
        Y ha repetido persistentemente:
        —¡No puede ser!
        Y no es que la gente no estime al señor Aspíllaga. Es que la gente no concibe que una persona de buen gusto como el señor Aspíllaga, una persona dueña de tantas venturas y regalías, una persona desvinculada de las muchedumbres, una persona rodeada de flores, de cuadros, de caballos de carrera y de millones, se avenga con la azarosa condición de candidato a la presidencia de la República.
        Piensa la gente que, si el señor Aspíllaga hubiera nacido para caudillo, si siempre le hubiéramos conocido de conductor de multitudes o si hubiera mostrado alguna vez tendencia orgánica de demagogo, sería razonable que ahora pusiera en peligro su felicidad y su sosiego para acometer una aventura democrática y plebeya. Pero que, puesto que jamás el señor Aspíllaga ha pretendido ser un leader popular, puesto que se ha alejado sistemáticamente del tumulto, puesto que no ha alterado la elegante normalidad de su vida burguesa con una empresa revolucionaria, puesto que nunca se le ha sabido complicado en ninguna conspiración criolla; no guarda consonancia con su ritmo personal esta repentina resolución suya de permitir que el señor Pardo lo haga su candidato a la presidencia de la República.
        Acontece, sobre todo, que el señor Aspíllaga había generado en el ánimo de la gente el convencimiento de que no volvería a ser candidato mediante su declaración de otros días:
        —¡Yo estoy muy sereno, muy tranquilo, muy ecuánime!
        Fiando religiosamente en la palabra del señor Aspíllaga repetida con pertinacia por sus hidalgos hermanos don Ramón y don Baldomero, la gente había exclamado confiada y segura:
        —¡Oh, el señor Aspíllaga! ¡Tan sereno! ¡Tan tranquilo! ¡Tan ecuánime!
        Y ha sido así difícil que se haya creído en la posibilidad de la candidatura del señor Aspillaga. La candidatura del señor Aspillaga ha dado, por esto, sus primeros pasos dentro de una atmósfera de incredulidad porfiada. Se le ha sentido al señor Aspíllaga continente de candidato. Y se ha continuado dudando de que cediera a estas tentaciones de cuaresma que van a hacerlo por segunda vez postulante a la presidencia de la República.
        Pero, poco a poco, ha tenido la ciudad que persuadirse de que el señor Aspíllaga es el candidato del señor Pardo. Lo han tomado como una flaqueza del señor Aspíllaga. Y, mirando circular el automóvil del señor Aspíllaga por las calles metropolitanas, han exclamado:
        —¡Otra vez don Ántero! ¡Otra vez candidato!
        Y en esta exclamación no ha habido hostilidad. Ha habido solo amorosa consternación. Porque la ciudad ha sentido que el señor Aspíllaga va a claudicar de su buen gusto, de su elegancia y de su estética para contaminarse con el sudor de los clubes de virotes mercenarios, para exponerse a las turbulencias de la jornada cívica, para entregarse a los vaivenes del tumulto mestizo y para penetrar dentro de los dominios de la zambocracia como dentro de un túnel hosco y tenebroso.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 4 de marzo de 1918. ↩︎