8.5. Crisis de crisis
- José Carlos Mariátegui
1Estamos rodeados de noticias. Estamos rodeados de murmullos. Estamos rodeados de pronósticos. Estamos rodeados de temores. Estamos rodeados de amenazas. Y estamos, por todo motivo, en una hora emocionante y agitada que ha sacado de quicio a los espíritus más serenos y prudentísimos.
Sorpresivamente el litigio de las elecciones de Lima, que se inició con los episodios del folletín criollo de un secuestro, se ha transformado en un conflicto tremendo que está perturbando el sosiego de nuestro señor don José Carlos Bernales.
Y nosotros que pensábamos que el año se iba a acabar lánguida y melancólicamente, sin que nadie alterase la paz tornadiza de los vivos y la paz susceptible de los muertos, vemos que de repente ha empezado un período de sacudimientos, de zozobras y de inquietudes.
Tornamos a encontrarnos en una estancia visitada incesantemente por las gentes de la ciudad. Nos sentimos envueltos en una ola voraginosa que nos sustrae a nuestro sueño. Aunque nos esforzamos para mantenernos tan tranquilos y tan ecuánimes como el señor don Ántero Aspíllaga, comprendemos que ha entrado a nuestro rincón de esta imprenta una marejada agresiva de nerviosidades y de angustias. Y que esta marejada se ha adueñado de nosotros, pobres escritores que habríamos preferido dormirnos arrullados por la música de Charpentier, que acaba de verter su dulce regalo en el ánima esclarecida del señor Pardo, donde se ha enseñoreado más tarde la palabra del buen pastor de la juventud nuestro señor don Javier Prado.
Irrumpen en esta instancia aseveraciones sensacionales. Irrumpen unas tras otras. Irrumpen febrilmente. Y pasan sobre nuestra pensativa y obediente máquina de escribir como una onda de locura de la ciudad.
Repentinamente nos cae encima una noticia:
–¡Hay crisis!
Levantamos la cara para preguntar:
–¿Más crisis?
Nos responden:
–¡Crisis verdadera! ¡Crisis típica! ¡Crisis positiva! ¡Crisis ministerial! ¡Quieren los liberales que renuncie el ministro de Justicia! ¡El ministro de Justicia debe dejar el ministerio para volver al Senado!
Y nos quedamos enseguida solos porque la noticia se va de nuestra estancia para rodar por toda la ciudad, vertiginosa y raudamente.
Más tarde nos vuelven a asediar las voces del comentario metropolitano.
Nos dicen:
–¡Es una lástima que el señor Tudela y Varela no sea también senador! ¡Es una lástima que, además de no ser senador no sea también liberal! ¿Por qué todos los ministros no serán senadores? ¿Por qué todos los ministros no serán liberales?
Añadimos llenos de convencimiento:
–Mejor, ¿por qué todos los peruanos no seremos senadores y no seremos liberales?
Entonces las voces del comentario metropolitano nos abandonan.
Y así, entre sorpresas y pronósticos, amanecemos, persuadidos de que los pensamientos, las palabras y las obras de los hombres de la ciudad giran en torno de los senadores de la república. Pensamos que el país ha aprendido de memoria los nombres de sus senadores. Y nos parece oír que les pasa lista. Una lista desde una acera. Otra lista desde la otra acera. Mientras llega el momento de pasar otra lista en la calzada.
Sorpresivamente el litigio de las elecciones de Lima, que se inició con los episodios del folletín criollo de un secuestro, se ha transformado en un conflicto tremendo que está perturbando el sosiego de nuestro señor don José Carlos Bernales.
Y nosotros que pensábamos que el año se iba a acabar lánguida y melancólicamente, sin que nadie alterase la paz tornadiza de los vivos y la paz susceptible de los muertos, vemos que de repente ha empezado un período de sacudimientos, de zozobras y de inquietudes.
Tornamos a encontrarnos en una estancia visitada incesantemente por las gentes de la ciudad. Nos sentimos envueltos en una ola voraginosa que nos sustrae a nuestro sueño. Aunque nos esforzamos para mantenernos tan tranquilos y tan ecuánimes como el señor don Ántero Aspíllaga, comprendemos que ha entrado a nuestro rincón de esta imprenta una marejada agresiva de nerviosidades y de angustias. Y que esta marejada se ha adueñado de nosotros, pobres escritores que habríamos preferido dormirnos arrullados por la música de Charpentier, que acaba de verter su dulce regalo en el ánima esclarecida del señor Pardo, donde se ha enseñoreado más tarde la palabra del buen pastor de la juventud nuestro señor don Javier Prado.
Irrumpen en esta instancia aseveraciones sensacionales. Irrumpen unas tras otras. Irrumpen febrilmente. Y pasan sobre nuestra pensativa y obediente máquina de escribir como una onda de locura de la ciudad.
Repentinamente nos cae encima una noticia:
–¡Hay crisis!
Levantamos la cara para preguntar:
–¿Más crisis?
Nos responden:
–¡Crisis verdadera! ¡Crisis típica! ¡Crisis positiva! ¡Crisis ministerial! ¡Quieren los liberales que renuncie el ministro de Justicia! ¡El ministro de Justicia debe dejar el ministerio para volver al Senado!
Y nos quedamos enseguida solos porque la noticia se va de nuestra estancia para rodar por toda la ciudad, vertiginosa y raudamente.
Más tarde nos vuelven a asediar las voces del comentario metropolitano.
Nos dicen:
–¡Es una lástima que el señor Tudela y Varela no sea también senador! ¡Es una lástima que, además de no ser senador no sea también liberal! ¿Por qué todos los ministros no serán senadores? ¿Por qué todos los ministros no serán liberales?
Añadimos llenos de convencimiento:
–Mejor, ¿por qué todos los peruanos no seremos senadores y no seremos liberales?
Entonces las voces del comentario metropolitano nos abandonan.
Y así, entre sorpresas y pronósticos, amanecemos, persuadidos de que los pensamientos, las palabras y las obras de los hombres de la ciudad giran en torno de los senadores de la república. Pensamos que el país ha aprendido de memoria los nombres de sus senadores. Y nos parece oír que les pasa lista. Una lista desde una acera. Otra lista desde la otra acera. Mientras llega el momento de pasar otra lista en la calzada.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 9 de diciembre de 1917. ↩︎