8.4. Pasos perdidos…
- José Carlos Mariátegui
1Vienen a nuestra estancia, de rato en rato, las voces traviesas de la ciudad para aseverarnos que los sumos escarpines del señor don José Carlos Bernales han perdido la misteriosa eficacia que tan grande fama les diera. Hasta ahora no había habido empresa, puesta bajo su protección, que no fuera afortunada y dichosa. Y hoy no le vale la gracia de esos trascendentales escarpines al proyecto de los amigos del señor Balbuena y del señor Miró Quesada para librarlo de tropiezos, caídas y molimientos.
Nos interpelan las voces de la ciudad:
–¿Acaso los señores Balbuena y Miró Quesada no están bajo el auspicio de los maravillosos escarpines del señor don José Carlos Bernales?
Maquinalmente respondemos:
–¡Acaso!
Vuelven a interrogarnos las socarronas voces:
–¿Acaso los escarpines del señor don José Carlos Bernales no saben ya obrar mayores prodigios que la niña dormida de Monsefú?
Volvemos a exclamar:
–¡Acaso!
Y tornan a requerir nuestro pensamiento:
–¿Acaso el señor don José Carlos Bernales se ha quitado los escarpines?
Tornamos nosotros a responder sin convencimiento:
–¡Acaso!
Pero inmediatamente reaccionamos. Nos rebelamos contra el influjo de las suspicacias metropolitanas. Pensamos que no es posible que los escarpines de nuestro señor don José Carlos hayan dejado de ser tan prodigiosos como antes. Comprendemos que andan muy desorientadas las voces de la ciudad.
Y salimos a la calle para gritarles a los transeúntes:
–¡Mentira! ¡Los escarpines del señor Bernales son tan poderosos y bienhechores como siempre! ¡No es su gracia lo que les falta al señor Balbuena y al señor Miró Quesada!
Asombrados los transeúntes nos preguntan:
–¿Por qué entonces el señor Balbuena y el señor Miró Quesada no son aún diputados por Lima?
Les contestamos a gritos otra vez:
–¡Porque el señor Mariano Lino Urquieta ha sido su abogado en la Cámara de Senadores! ¡No se trata de un fracaso de los escarpines del señor Bernales que es un gentilhombre de permanentes y donosos prestigios! ¡Se trata de un fracaso de los discursos del señor Urquieta que era un hombre de gestos denodados y de rebeldías legendarias!
Y con esta persuasión altísima vamos y venimos del Senado.
Sentimos que los espíritus de los senadores son porfiados pero serenos, majestuosos y tranquilos. Nada los solivianta. Nada los exaspera. Son incapaces de interrumpir sus sosiegos con una hora de gritos, de estremecimientos y de agitaciones. Dan quórum o lo quitan. Pero lo hacen silenciosamente. Parecen unos viejos y silenciosos jugadores de ajedrez que se pasan las horas moviendo tranquilamente sus fichas.
Y no se preocupan de que mientras ellos se mueven, se miran y se conchaban, la ciudad se muere de ansiedad. No ven que el proceso de Lima tiene conflagrados a los hombres desde hace un año. No oyen los clamores de la anhelante expectación ciudadana. Apenas si tienen una sonrisa los labios del señor Eguiguren que anda empeñado en meter en el léxico criollo la palabra “chiriboguear” destinada a alcanzar mucha nombradía en lo venidero.
Mirando cuánto desazonan a los señores Miró Quesada y Balbuena las tardanzas y los aplazamientos del Senado pensamos que en las ánimas de los senadores ha puesto algo de cruel y de acerbo la atmósfera de su hogar inquisitorial y arcaico.
Y nos decimos que los senadores son sobre todo muy despiadados con el señor Miró Quesada, a quien sentimos, chico, nervioso y trepidante, palidecer dentro de su automóvil de burgomaestre.
Porque el señor Balbuena es dueño de un espíritu locuaz, jocundo y mataperro que sobrepone la risa a la pena, y porque, mientras nos parece que el señor Miró Quesada vaga por el Salón de los Pasos Perdidos, vemos al señor Balbuena restituido al seno de la Cámara de Diputados que acaba de abandonar, para volver a sus hidalgas tierras, el mayorazgo de los señores Durand.
Y porque vemos enseguida que los diputados le abren los brazos al señor Balbuena interrogándole:
–¿Viene usted de diputado por Lima?
Para que el señor Balbuena les responda alegremente estrechándoles las manos amistosas:
–¡Por Marañón no más! ¡Marañón tiene todas mis predilecciones! ¡Marañón y ustedes!
Nos interpelan las voces de la ciudad:
–¿Acaso los señores Balbuena y Miró Quesada no están bajo el auspicio de los maravillosos escarpines del señor don José Carlos Bernales?
Maquinalmente respondemos:
–¡Acaso!
Vuelven a interrogarnos las socarronas voces:
–¿Acaso los escarpines del señor don José Carlos Bernales no saben ya obrar mayores prodigios que la niña dormida de Monsefú?
Volvemos a exclamar:
–¡Acaso!
Y tornan a requerir nuestro pensamiento:
–¿Acaso el señor don José Carlos Bernales se ha quitado los escarpines?
Tornamos nosotros a responder sin convencimiento:
–¡Acaso!
Pero inmediatamente reaccionamos. Nos rebelamos contra el influjo de las suspicacias metropolitanas. Pensamos que no es posible que los escarpines de nuestro señor don José Carlos hayan dejado de ser tan prodigiosos como antes. Comprendemos que andan muy desorientadas las voces de la ciudad.
Y salimos a la calle para gritarles a los transeúntes:
–¡Mentira! ¡Los escarpines del señor Bernales son tan poderosos y bienhechores como siempre! ¡No es su gracia lo que les falta al señor Balbuena y al señor Miró Quesada!
Asombrados los transeúntes nos preguntan:
–¿Por qué entonces el señor Balbuena y el señor Miró Quesada no son aún diputados por Lima?
Les contestamos a gritos otra vez:
–¡Porque el señor Mariano Lino Urquieta ha sido su abogado en la Cámara de Senadores! ¡No se trata de un fracaso de los escarpines del señor Bernales que es un gentilhombre de permanentes y donosos prestigios! ¡Se trata de un fracaso de los discursos del señor Urquieta que era un hombre de gestos denodados y de rebeldías legendarias!
Y con esta persuasión altísima vamos y venimos del Senado.
Sentimos que los espíritus de los senadores son porfiados pero serenos, majestuosos y tranquilos. Nada los solivianta. Nada los exaspera. Son incapaces de interrumpir sus sosiegos con una hora de gritos, de estremecimientos y de agitaciones. Dan quórum o lo quitan. Pero lo hacen silenciosamente. Parecen unos viejos y silenciosos jugadores de ajedrez que se pasan las horas moviendo tranquilamente sus fichas.
Y no se preocupan de que mientras ellos se mueven, se miran y se conchaban, la ciudad se muere de ansiedad. No ven que el proceso de Lima tiene conflagrados a los hombres desde hace un año. No oyen los clamores de la anhelante expectación ciudadana. Apenas si tienen una sonrisa los labios del señor Eguiguren que anda empeñado en meter en el léxico criollo la palabra “chiriboguear” destinada a alcanzar mucha nombradía en lo venidero.
Mirando cuánto desazonan a los señores Miró Quesada y Balbuena las tardanzas y los aplazamientos del Senado pensamos que en las ánimas de los senadores ha puesto algo de cruel y de acerbo la atmósfera de su hogar inquisitorial y arcaico.
Y nos decimos que los senadores son sobre todo muy despiadados con el señor Miró Quesada, a quien sentimos, chico, nervioso y trepidante, palidecer dentro de su automóvil de burgomaestre.
Porque el señor Balbuena es dueño de un espíritu locuaz, jocundo y mataperro que sobrepone la risa a la pena, y porque, mientras nos parece que el señor Miró Quesada vaga por el Salón de los Pasos Perdidos, vemos al señor Balbuena restituido al seno de la Cámara de Diputados que acaba de abandonar, para volver a sus hidalgas tierras, el mayorazgo de los señores Durand.
Y porque vemos enseguida que los diputados le abren los brazos al señor Balbuena interrogándole:
–¿Viene usted de diputado por Lima?
Para que el señor Balbuena les responda alegremente estrechándoles las manos amistosas:
–¡Por Marañón no más! ¡Marañón tiene todas mis predilecciones! ¡Marañón y ustedes!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 7 de diciembre de 1917. ↩︎