7.1. Primero de noviembre…
- José Carlos Mariátegui
1Aquesta buena ciudad de perezosos mestizos va a elegir sus concejales en los cristianos días de todos los santos y de los fieles difuntos que son los días de las peregrinaciones al panteón, de los responsos y de las cruces, de las resurrecciones de “Don Juan Tenorio” y de la fiesta de la muerte.
El grito del virote, el hálito de la jornada cívica, la efusión del pisco y de la cerveza, el trajín del carruaje mercenario, todo el fervor ciudadano de la zambocracia, turbarán, pues, la paz y la solemnidad evocadoras y piadosas de estos días destinados otrora al recuerdo de los muertos y al negocio de las vivanderas, muy leales servidoras de la gula criolla.
Después de depositar su voto en el ánfora de latón de una mesa receptora irán las gentes a depositar su corona en el nicho del difunto bienamado. Después de ponerse bajo el auspicio del doctor Lauro Curletti irán a ponerse bajo el auspicio de todos los santos. Después de cooperar al tumulto democrático del sufragio irán a cooperar al tumulto religioso de la conmemoración.
Amanece la ciudad más desorientada que nunca, más confundida que nunca y más irresoluta que nunca. Organízanse listas de candidatos a las concejalías de hora en hora. Una sale de la casa del señor don José Carlos Bernales. Otra sale de la imprenta del señor Durand. Otra sale de los barrios de Abajo el Puente. Otra sale de los barrios de La Victoria. Otra sale de los barrios de la Cerámica. Y todos hallan el patrocinio, el favor y la protección de la pródiga firma del doctor Curletti, quien suscribe listas lo mismo que recetas.
Inocua ha sido la actividad del consorcio bienintencionado de los higienistas y de los oradores reunidos bajo la presidencia del doctor Curletti. Baldío ha sido su esfuerzo. Estéril ha sido su inquietud.
Un mes de conchabamientos y de discursos no ha bastado para que de la casa del doctor Curletti saliese una lista de candidatos verdaderamente destinada a darle a Lima una municipalidad nueva, moderna, aseada y científica.
Mal hizo evidentemente el señor Pardo en no hacerse el elector de la municipalidad de Lima y en dejarnos cancha libre. Si del Palacio de Gobierno hubiera salido una lista, tendríamos siquiera en estos momentos una lista definitiva. Nosotros, para apartarnos del vulgo, la silbaríamos. Y no nos sentiríamos envueltos en este desorden caótico de ambiciones, de deshonestidades y de incongruencias. Habría por lo menos silbidos. Habría también risas. Y habría finalmente aplausos. No sería esta madrugada tan anodina, tan indecisa y tan neblinosa.
Agitados por la aspiración, ora amortecida y declinante, de que en la municipalidad venidera –ya que va a haber gentes con prendedor de huairuro, gentes con dije de libra y guardapelo, gentes con camisa rosada y corbata grosella, y gentes con levita cruzada y guantes plomos–, haya también higienistas que limpien las calles, barran los techos y nos alivien de morbosidades, preguntamos a gritos:
–¿Y van a ser concejales el doctor Baltazar Caravedo y el doctor Sebastián Lorente?
Nos responden:
–Tal vez; solo que ellos no quieren.
Y nosotros entonces replicamos:
–¡Pero si son los médicos nacidos para gobernar a esta ciudad! ¡Son médicos de locos!
El grito del virote, el hálito de la jornada cívica, la efusión del pisco y de la cerveza, el trajín del carruaje mercenario, todo el fervor ciudadano de la zambocracia, turbarán, pues, la paz y la solemnidad evocadoras y piadosas de estos días destinados otrora al recuerdo de los muertos y al negocio de las vivanderas, muy leales servidoras de la gula criolla.
Después de depositar su voto en el ánfora de latón de una mesa receptora irán las gentes a depositar su corona en el nicho del difunto bienamado. Después de ponerse bajo el auspicio del doctor Lauro Curletti irán a ponerse bajo el auspicio de todos los santos. Después de cooperar al tumulto democrático del sufragio irán a cooperar al tumulto religioso de la conmemoración.
Amanece la ciudad más desorientada que nunca, más confundida que nunca y más irresoluta que nunca. Organízanse listas de candidatos a las concejalías de hora en hora. Una sale de la casa del señor don José Carlos Bernales. Otra sale de la imprenta del señor Durand. Otra sale de los barrios de Abajo el Puente. Otra sale de los barrios de La Victoria. Otra sale de los barrios de la Cerámica. Y todos hallan el patrocinio, el favor y la protección de la pródiga firma del doctor Curletti, quien suscribe listas lo mismo que recetas.
Inocua ha sido la actividad del consorcio bienintencionado de los higienistas y de los oradores reunidos bajo la presidencia del doctor Curletti. Baldío ha sido su esfuerzo. Estéril ha sido su inquietud.
Un mes de conchabamientos y de discursos no ha bastado para que de la casa del doctor Curletti saliese una lista de candidatos verdaderamente destinada a darle a Lima una municipalidad nueva, moderna, aseada y científica.
Mal hizo evidentemente el señor Pardo en no hacerse el elector de la municipalidad de Lima y en dejarnos cancha libre. Si del Palacio de Gobierno hubiera salido una lista, tendríamos siquiera en estos momentos una lista definitiva. Nosotros, para apartarnos del vulgo, la silbaríamos. Y no nos sentiríamos envueltos en este desorden caótico de ambiciones, de deshonestidades y de incongruencias. Habría por lo menos silbidos. Habría también risas. Y habría finalmente aplausos. No sería esta madrugada tan anodina, tan indecisa y tan neblinosa.
Agitados por la aspiración, ora amortecida y declinante, de que en la municipalidad venidera –ya que va a haber gentes con prendedor de huairuro, gentes con dije de libra y guardapelo, gentes con camisa rosada y corbata grosella, y gentes con levita cruzada y guantes plomos–, haya también higienistas que limpien las calles, barran los techos y nos alivien de morbosidades, preguntamos a gritos:
–¿Y van a ser concejales el doctor Baltazar Caravedo y el doctor Sebastián Lorente?
Nos responden:
–Tal vez; solo que ellos no quieren.
Y nosotros entonces replicamos:
–¡Pero si son los médicos nacidos para gobernar a esta ciudad! ¡Son médicos de locos!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de noviembre de 1917. ↩︎