6.15. Sansón criollo
- José Carlos Mariátegui
1No recordamos en qué hora bienaventurada nos fue dado descubrir que la pujanza y la bizarría del señor don Juan Manuel Torres Balcázar se asentaban y se nutrían principalmente en el hábito de ponerse en mangas de camisa, que parecía revelar una predestinación misteriosa del gran ciudadano.
Recordamos únicamente que era largo el quebradero de cabeza que venía causándonos el estudio de la virtualidad nacional de un hombre en mangas de camisa. Teníamos muy visto que así las gentes de famoso como de humilde meollo solían entre nosotros desembarazarse de la americana para adquirir o desarrollar la plenitud de sus aptitudes mentales. Y estábamos persuadidos de que los peruanos sentíamos en la americana, y aun en el chaleco, un estorbo para el libre vuelo de nuestro discernimiento.
Y recordamos, asimismo, que el día en que comprendimos que el señor Torres Balcázar en mangas de camisa era implícitamente superior al señor Torres Balcázar con americana y al señor Torres Balcázar con chaqué, resolvimos callar discretamente tan valiente atisbo de la secreta y desconocida fuerza de nuestro buen amigo.
Pero ahora necesitamos desahogar nuestro pecho y confesar nuestra adivinación porque acabamos de constatar, dolidos y consternados, que el señor Torres Balcázar ha perdido su noble cualidad criolla aconsejado seguramente por gente malintencionada y socarrona.
En el umbral de su imprenta, burlón siempre, gordo siempre y redondo siempre, hemos hallado al señor Torres Balcázar, a quien buscábamos para que se holgara momentáneamente nuestro espíritu con el regalo de un feliz y ladino coloquio. Mas hemos sufrido la inesperada pena de ver al señor Torres Balcázar libre de la americana opresora pero envuelto en un kimono tácitamente evocador de la indumentaria matinal de una matrona obesa.
Nos hemos aterrado:
–¿Se ha puesto usted esa clámide exótica a insinuación del señor Manzanilla?
Y el señor Torres Balcázar nos ha respondido:
–No.
Le hemos preguntado luego:
–¿Se la ha puesto usted entonces a insinuación del señor Balbuena?
Y el señor Torres Balcázar nos ha vuelto a contestar:
–No. ¡Absolutamente no!
Y nos ha interrogado enseguida:
–¿Acaso piensan ustedes que yo no tengo iniciativa personal?
Nosotros no hemos sabido replicarle. Nos hemos callado oprimidos por la desolación de ver al señor Torres Balcázar claudicante y transfigurado. Le hemos dejado en el umbral de su imprenta seguros de que se había despojado de los atributos sustantivos de su personalidad.
En esta estancia, abrumados por el dolor, nos decimos en estos momentos que se ha repetido entre nosotros el caso del bíblico Sansón. Sansón rapado ha encontrado su equivalente en el señor Torres Balcázar con “polca” japonesa. Solo existe una diferencia: la de que Sansón fue pelado por una fementida y el Sr. Torres Balcázar, que es un ciudadano honesto, no ha sido víctima de fementida alguna.
Y estamos seguros de que ahora no podrá atajar el señor Torres Balcázar la entrada del señor Balbuena a la Cámara de Diputados. Porque evidentemente la eficacia de un hombre en mangas de camisa es muy superior a la eficacia de un hombre con kimono.
Recordamos únicamente que era largo el quebradero de cabeza que venía causándonos el estudio de la virtualidad nacional de un hombre en mangas de camisa. Teníamos muy visto que así las gentes de famoso como de humilde meollo solían entre nosotros desembarazarse de la americana para adquirir o desarrollar la plenitud de sus aptitudes mentales. Y estábamos persuadidos de que los peruanos sentíamos en la americana, y aun en el chaleco, un estorbo para el libre vuelo de nuestro discernimiento.
Y recordamos, asimismo, que el día en que comprendimos que el señor Torres Balcázar en mangas de camisa era implícitamente superior al señor Torres Balcázar con americana y al señor Torres Balcázar con chaqué, resolvimos callar discretamente tan valiente atisbo de la secreta y desconocida fuerza de nuestro buen amigo.
Pero ahora necesitamos desahogar nuestro pecho y confesar nuestra adivinación porque acabamos de constatar, dolidos y consternados, que el señor Torres Balcázar ha perdido su noble cualidad criolla aconsejado seguramente por gente malintencionada y socarrona.
En el umbral de su imprenta, burlón siempre, gordo siempre y redondo siempre, hemos hallado al señor Torres Balcázar, a quien buscábamos para que se holgara momentáneamente nuestro espíritu con el regalo de un feliz y ladino coloquio. Mas hemos sufrido la inesperada pena de ver al señor Torres Balcázar libre de la americana opresora pero envuelto en un kimono tácitamente evocador de la indumentaria matinal de una matrona obesa.
Nos hemos aterrado:
–¿Se ha puesto usted esa clámide exótica a insinuación del señor Manzanilla?
Y el señor Torres Balcázar nos ha respondido:
–No.
Le hemos preguntado luego:
–¿Se la ha puesto usted entonces a insinuación del señor Balbuena?
Y el señor Torres Balcázar nos ha vuelto a contestar:
–No. ¡Absolutamente no!
Y nos ha interrogado enseguida:
–¿Acaso piensan ustedes que yo no tengo iniciativa personal?
Nosotros no hemos sabido replicarle. Nos hemos callado oprimidos por la desolación de ver al señor Torres Balcázar claudicante y transfigurado. Le hemos dejado en el umbral de su imprenta seguros de que se había despojado de los atributos sustantivos de su personalidad.
En esta estancia, abrumados por el dolor, nos decimos en estos momentos que se ha repetido entre nosotros el caso del bíblico Sansón. Sansón rapado ha encontrado su equivalente en el señor Torres Balcázar con “polca” japonesa. Solo existe una diferencia: la de que Sansón fue pelado por una fementida y el Sr. Torres Balcázar, que es un ciudadano honesto, no ha sido víctima de fementida alguna.
Y estamos seguros de que ahora no podrá atajar el señor Torres Balcázar la entrada del señor Balbuena a la Cámara de Diputados. Porque evidentemente la eficacia de un hombre en mangas de camisa es muy superior a la eficacia de un hombre con kimono.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de octubre de 1917. ↩︎