6.13. El diputado estudiante
- José Carlos Mariátegui
1No es un alma burguesa y ventral la que vive hospedada dentro de la gordura, la rubicundez y la elegancia del señor don Carlos Borda. No es el alma de un burócrata perezoso y mestizo. No es el alma de un rentista flaco ni obeso. No es el alma de un “entalladito” azucarado y delicuescente. Es un alma lozana, donosa y primaveral que se ha enamorado de la bizarría y de la bohemia estudiantiles.
Maliciosos y socarrones ciudadanos han acometido la innoble empresa de desfigurar la virtualidad universitaria del señor Borda, aseverando que el señor Borda va a la Universidad solo para ser doctor y que el señor Borda no sería universitario si por otra vereda pudiese llegar a la posesión de uno, dos o tres grados académicos.
Y entonces la ciudad, que de suyo es malintencionada y burlona, ha empezado a dispensarle al señor Borda el título de doctor. El diputado limeño ha sido objeto de una conjuración unánime de las muchedumbres metropolitanas. Todas las gentes se han empeñado en llamarle doctor, sin clemencia y sin piedad.
Nosotros mismos, vencidos por las sugestiones callejeras, saludamos así al señor Borda en la tarde de ayer:
–¡Buenas tardes, doctor!
Consternose el señor Borda:
–¡También ustedes!
Intentamos nosotros arrepentirnos sin ventura:
–¡Perdón, doctor!
Y nuestro grande y buen amigo, dolido y apenado, prorrumpió en estas y otras atribuladas quejas:
–¡Yo no soy doctor! ¡Yo no soy siquiera bachiller! ¡Yo no soy sino estudiante! ¡Comprendan ustedes que yo estoy en la Universidad no por ser doctor sino por ser estudiante! ¡La Universidad es para mí una milagrosa fuente cuyas linfas me devuelven la juventud! ¡A la Universidad me ha llevado no un móvil rutinario sino un móvil idealista y sentimental! ¿Por qué desnaturalizan mi intención y mi anhelo?
Tan acerbas y desoladas lamentaciones y protestas del señor Borda nos tienen sinceramente conmovidos. No tornaremos a decirle doctor ni aun cuando comience a serlo. Nos pondremos de hinojos ante los profesores del señor Borda para que sazonen y alegren su vida universitaria aplazándolo en los exámenes. Porque el día en que termine el señor Borda sus estudios y abandone los claustros de la casona protegida por la divina advocación de San Carlos y de su toro, su espíritu sufrirá la más honda aflicción y la más desesperada tristeza.
Y, transitoriamente, queremos exonerar al señor Borda del oneroso gravamen de un título oscurecido, pidiéndole a los hombres de la ciudad:
–¡No le digan doctor al señor Borda! ¡El señor Borda no es sino estudiante y le da sumo contentamiento serlo! ¡El señor Borda no es sino el señor Borda, además de estudiante, de diputado y de billinghurista!
Maliciosos y socarrones ciudadanos han acometido la innoble empresa de desfigurar la virtualidad universitaria del señor Borda, aseverando que el señor Borda va a la Universidad solo para ser doctor y que el señor Borda no sería universitario si por otra vereda pudiese llegar a la posesión de uno, dos o tres grados académicos.
Y entonces la ciudad, que de suyo es malintencionada y burlona, ha empezado a dispensarle al señor Borda el título de doctor. El diputado limeño ha sido objeto de una conjuración unánime de las muchedumbres metropolitanas. Todas las gentes se han empeñado en llamarle doctor, sin clemencia y sin piedad.
Nosotros mismos, vencidos por las sugestiones callejeras, saludamos así al señor Borda en la tarde de ayer:
–¡Buenas tardes, doctor!
Consternose el señor Borda:
–¡También ustedes!
Intentamos nosotros arrepentirnos sin ventura:
–¡Perdón, doctor!
Y nuestro grande y buen amigo, dolido y apenado, prorrumpió en estas y otras atribuladas quejas:
–¡Yo no soy doctor! ¡Yo no soy siquiera bachiller! ¡Yo no soy sino estudiante! ¡Comprendan ustedes que yo estoy en la Universidad no por ser doctor sino por ser estudiante! ¡La Universidad es para mí una milagrosa fuente cuyas linfas me devuelven la juventud! ¡A la Universidad me ha llevado no un móvil rutinario sino un móvil idealista y sentimental! ¿Por qué desnaturalizan mi intención y mi anhelo?
Tan acerbas y desoladas lamentaciones y protestas del señor Borda nos tienen sinceramente conmovidos. No tornaremos a decirle doctor ni aun cuando comience a serlo. Nos pondremos de hinojos ante los profesores del señor Borda para que sazonen y alegren su vida universitaria aplazándolo en los exámenes. Porque el día en que termine el señor Borda sus estudios y abandone los claustros de la casona protegida por la divina advocación de San Carlos y de su toro, su espíritu sufrirá la más honda aflicción y la más desesperada tristeza.
Y, transitoriamente, queremos exonerar al señor Borda del oneroso gravamen de un título oscurecido, pidiéndole a los hombres de la ciudad:
–¡No le digan doctor al señor Borda! ¡El señor Borda no es sino estudiante y le da sumo contentamiento serlo! ¡El señor Borda no es sino el señor Borda, además de estudiante, de diputado y de billinghurista!
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 20 de octubre de 1917. ↩︎