5.3. El señor Sotil

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Todos los despreocupados y burlones criollos que vivimos en este país gobernado por el señor Pardo nos habíamos olvidado ya de su mensaje del veintiocho de julio. El señor don Víctor Óscar Salomón, que es tan pertinaz en sus preocupaciones, había hallado tema nuevo, aunque menos trascendental para sus conversaciones cotidianas. Acaso el mismo señor Pardo había dejado de pensar en los aplausos de las galerías populares del Congreso, pobladas el 28 de julio por los ciudadanos de pelo ensortijado que vivan al señor Balbuena y al gobierno, como dice el señor José María de la Jara y Ureta.
         Sin embargo, existía en el Perú un hombre que estudiaba y comentaba todavía el mensaje del señor Pardo. Este hombre no era el ilustre universitario joven del pardismo, señor don Felipe Barreda y Laos. No era el señor don Víctor Criado y Tejada que tiene en Paruro fama de “egregio ciudadano”, según un telegrama. No era el favorito de la Iglesia y del Estado, monseñor Phillips, nuestro Rasputín criollo. No era finalmente el señor don Juan de la Cámara de Diputados. Era el señor don Domingo Sotil, diputado suplente por la provincia del Cerro de Pasco.
         El señor Sotil ha publicado en la tarde de ayer una carta sobre el mensaje del señor Pardo. No le ha parecido al señor Sotil que ha pasado ya el momento de hablar del mensaje. Por lo menos ha pensado que era de urgencia categórica para la salud de la patria el conocimiento de su opinión.
         Leyendo ayer la carta del señor Sotil y saboreando sus elogios al señor Pardo, nos preguntábamos:
         —¿Solo ahora habrá concluido de leer el señor Sotil el mensaje del señor Pardo?
         Y nos quedábamos perplejos sin sabernos dar una respuesta.
         Más tarde vinieron a nuestra estancia unas tras otras las gentes de la ciudad que nos visitan habitualmente y nos dijeron:
         —¡Ha hablado el señor Sotil! ¡Ha afirmado que el mensaje del señor Pardo es bueno! ¡Ha ofrecido seguirlo analizando!
         Suponían las gentes de la ciudad que nos daban una noticia muy grande.
         Y repetían incesantemente esta exclamación emocionada:
         —¡El señor Sotil!
         Pero inmediatamente el comentario risueño envolvió en sus sonrisas aciduladas y bromistas la carta del señor Sotil.
         El señor Balbuena nos interrogaba:
         —¿Por qué no le hicieron ustedes oportunamente un reportaje al señor Sotil?
         Y nosotros le respondíamos:
         —¿Por qué el señor Sotil no ha dicho en un discurso todo lo que ha dicho en una carta?
         Para que el señor Balbuena nos replicase:
         —¡El señor Sotil no es orador! ¡Es publicista solamente! ¡Acaba de revelarse! ¡Estaba escondido en la sierra como una humilde violeta!
         Nosotros sentíamos que esta última frase del señor Balbuena semejaba una frase del señor Barreda y Laos.
         Y recorríamos la ciudad para recoger la sensación producida por la carta del señor Sotil, la resonancia del gesto del señor Sotil, el pensamiento del país sobre el señor Sotil, el eco de la voz del señor Sotil, todo lo que se refiriese al señor Sotil cuya opinión sobre el mensaje del señor Pardo no parece que hubiera salido de Lima, sino que hubiera venido en el tren de la sierra…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 6 de septiembre de 1917. ↩︎