5.1. Fallo nacional
- José Carlos Mariátegui
1En el Palacio de Justicia los graves varones de la Corte Suprema siguen haciendo y deshaciendo diputados y senadores, sembrando en unas almas la alegría y en otras la decepción, mandando a la cárcel a los funcionarios deshonestos, escrutando y tamizando las vivezas criollas y componiendo los entuertos de nuestra capciosa y mercerizada democracia.
En las manos de estos graves varones estaban las credenciales del señor don Mariano H. Cornejo, maestro de oradores, de universitarios y de retóricos, en honor de quien dijimos hace meses que era no un senador puneño sino un senador nacional.
Nuestro amigo el doctor Víctor Andrés Belaunde había ido a una tribuna de la Suprema a hacer la exégesis de la elección y de la senaduría del señor don Mariano H. Cornejo.
Y había hablado más o menos así:
—¡Yo no quiero estudiar los papeles del señor Cornejo! ¡Creo doctrinariamente que por ser del señor Cornejo son buenos! ¡Y pienso que lo mismo deben creer ustedes! ¡Si en Puno no ha habido elección, si estos papeles son malos, si se han cisionado los contribuyentes, tengamos en cuenta que el señor Cornejo ha sido aclamado por todo el Perú! ¡El señor Cornejo es un senador nacional!
El señor Molina y el señor Pacheco Vargas, senadores por Puno también, habían sentido tentaciones de protestar contra el señor Belaunde.
Y el señor Balbuena, abogado del señor Pacheco Vargas, había querido interrumpirlo:
—¡Perdón! ¡Tal vez el señor Cornejo ha sido elegido por el Perú! ¡Pero el señor Pacheco Vargas ha sido elegido por Puno! ¡El señor Cornejo es acaso un senador nacional! ¡Pero el señor Pacheco Vargas es solo un senador puneño! ¡Perdón!
El señor Belaunde persistió ardorosamente:
—¡Repare el tribunal supremo en que el señor Cornejo es un senador nacional!
Pero los graves varones de la Suprema se sonreían y el señor Belaunde se sentía desahuciado en el argumento fundamental de su defensa. La Suprema se negaba a pronunciar un voto romántico. Ponía de lado los atributos sonoros del señor Cornejo. Y extendía sobre una mesa sus papeles para barajarlos, analizarlos y pesarlos.
Exasperábase el distinguido orador futurista.
Y nos decía:
—¡Un fracaso de Cornejo sería un fracaso de nuestra democracia! ¡Tenemos que proclamar que Cornejo ha sido elegido legal e intachablemente! Porque si ni Cornejo puede ser bien elegido en el Perú, ¿quién podrá serlo? ¿Qué quedará para nosotros?
Mas los papeles del señor Cornejo han sido buenos. La Suprema ha declarado que el señor Cornejo es un senador de Puno. Tan solo no ha podido declarar al mismo tiempo que es un senador del Perú. El concepto principista y abstracto del señor Belaunde ha salido en derrota. El país ha tenido que someterse al severo criterio jurídico del tribunal.
Anoche pensaría apenado el señor Belaunde:
—¡Este fallo no es completo!
Y el señor Cornejo, que es en el Senado una decoración orgánica y en la Universidad un sociólogo con quevedos y hongo, le respondería al señor Belaunde:
—Ya ve usted, Víctor Andrés, la falta que le hace al Perú el jurado…
En las manos de estos graves varones estaban las credenciales del señor don Mariano H. Cornejo, maestro de oradores, de universitarios y de retóricos, en honor de quien dijimos hace meses que era no un senador puneño sino un senador nacional.
Nuestro amigo el doctor Víctor Andrés Belaunde había ido a una tribuna de la Suprema a hacer la exégesis de la elección y de la senaduría del señor don Mariano H. Cornejo.
Y había hablado más o menos así:
—¡Yo no quiero estudiar los papeles del señor Cornejo! ¡Creo doctrinariamente que por ser del señor Cornejo son buenos! ¡Y pienso que lo mismo deben creer ustedes! ¡Si en Puno no ha habido elección, si estos papeles son malos, si se han cisionado los contribuyentes, tengamos en cuenta que el señor Cornejo ha sido aclamado por todo el Perú! ¡El señor Cornejo es un senador nacional!
El señor Molina y el señor Pacheco Vargas, senadores por Puno también, habían sentido tentaciones de protestar contra el señor Belaunde.
Y el señor Balbuena, abogado del señor Pacheco Vargas, había querido interrumpirlo:
—¡Perdón! ¡Tal vez el señor Cornejo ha sido elegido por el Perú! ¡Pero el señor Pacheco Vargas ha sido elegido por Puno! ¡El señor Cornejo es acaso un senador nacional! ¡Pero el señor Pacheco Vargas es solo un senador puneño! ¡Perdón!
El señor Belaunde persistió ardorosamente:
—¡Repare el tribunal supremo en que el señor Cornejo es un senador nacional!
Pero los graves varones de la Suprema se sonreían y el señor Belaunde se sentía desahuciado en el argumento fundamental de su defensa. La Suprema se negaba a pronunciar un voto romántico. Ponía de lado los atributos sonoros del señor Cornejo. Y extendía sobre una mesa sus papeles para barajarlos, analizarlos y pesarlos.
Exasperábase el distinguido orador futurista.
Y nos decía:
—¡Un fracaso de Cornejo sería un fracaso de nuestra democracia! ¡Tenemos que proclamar que Cornejo ha sido elegido legal e intachablemente! Porque si ni Cornejo puede ser bien elegido en el Perú, ¿quién podrá serlo? ¿Qué quedará para nosotros?
Mas los papeles del señor Cornejo han sido buenos. La Suprema ha declarado que el señor Cornejo es un senador de Puno. Tan solo no ha podido declarar al mismo tiempo que es un senador del Perú. El concepto principista y abstracto del señor Belaunde ha salido en derrota. El país ha tenido que someterse al severo criterio jurídico del tribunal.
Anoche pensaría apenado el señor Belaunde:
—¡Este fallo no es completo!
Y el señor Cornejo, que es en el Senado una decoración orgánica y en la Universidad un sociólogo con quevedos y hongo, le respondería al señor Belaunde:
—Ya ve usted, Víctor Andrés, la falta que le hace al Perú el jurado…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 1 de septiembre de 1917. ↩︎