3.21. Pasó el veintiocho

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Estamos de nuevo en los días ordinarios del almanaque. Volvemos a las horas inquietas, febriles y sudorosas de la política, del trajín y del trabajo. Se fueron ya la solemnidad, la parada, la pirotecnia, la iluminación, el mensaje, el besamanos y el tedeum. Salimos de la vulgaridad suntuosa para entrar en la vulgaridad sencilla.
         Pasó el veintiocho de julio.
         Esto quiere decir que pasaron los fuegos artificiales, los alborozos inocentes, los fervores populares, los ardimientos patrióticos, los chaqués y los tarros.
         Nuestros espíritus llegan a esta madrugada ahítos de huachafería y de criollismo.
         Todavía sentimos encima el peso del mensaje del señor Pardo. Perdura en nosotros el recuerdo de sus cuarenta columnas. Oímos persistentes el eco de sus airados apóstrofes a la oposición sistemática y malintencionada.
         Vemos al señor Pardo sentado a la diestra del señor don José Carlos Bernales y servido por una guardia de honor de boy scouts.
         Y tenemos a veces la sensación obsesionante de que el señor Pardo no acaba aún ni acabará nunca de leer su mensaje y de que los peruanos hemos sido condenados a que nuestra vida se vuelva una eterna audición del eterno mensaje del señor Pardo.
         Nos preguntamos si una de las cosas que más afligen al país, no será la idea de que el señor Pardo regresará en dos ocasiones más al Congreso para leerle un mensaje igual. Nos imaginamos que el país entero se queda dormido con este vasto papel del señor Pardo en las manos. Es un papel insuflado, histérico, sórdido, baldío y mendaz.
         Nos decimos adivinando que este papel va a concluir asfixiándonos y ahogándonos para siempre.
         Repentinamente llega hasta nosotros una pregunta:
         —¿Y el gabinete?
Nos damos cuenta entonces de que tenemos un gabinete nuevo y de que ese gabinete está en el Palacio de Gobierno como estaba antes el gabinete del señor Riva Agüero.
Pero asimismo como del gabinete del señor Riva Agüero sabíamos que era un gabinete que no se iría así no más, del gabinete nuevo del señor Tudela y Varela sabemos ya que es un gabinete que estará en el Palacio de Gobierno solo hasta una de estas tardes.
         No le tenemos mala voluntad al gabinete del señor Tudela y Varela.
         No.
         Estimamos al señor Tudela y Varela. Y al señor Maldonado. Y al señor Flórez. Y al señor Escardó. Y al señor Arenas. Y al coronel La Fuente. Y recordamos todas las veces que nos han dicho que el coronel La Fuente es un coronel nuestro tal vez porque nuestra hoja es la hoja del General La Fuente.
         Sin embargo, no podemos remediar nuestro convencimiento de que este ministerio es un ministerio precario, un ministerio desabrido, un ministerio lánguido, un ministerio híbrido.
         Estamos seguros de que se caerá al suelo como cosa deleznable y frágil en el momento en que lo desee la travesura de los representantes que es muy grande y muy taimada.
         El gabinete del señor Riva Agüero no se iba así se lo pidieran. Mas se lo per donaban porque era el gabinete de un viejo. Los representantes pensaban mal del gabinete, pero no se lo decían ni siquiera en una votación de carpetazos.
         En tanto el gabinete del señor Tudela y Varela es el gabinete de un mozo. Y lo llevarán y lo traerán de una cámara a otra. Le tirarán de la lengua. Le echarán una zancadilla. El señor Tudela y Varela no se negará nunca a ir al Parlamento para conversar grave o risueñamente con sus amigos de las cámaras.
         Estas expectativas domésticas del ministerio y del congreso hacen que recibamos con placer el regreso de los ardientes días de la política sin que la extinción de los días sonoros de la patria nos apene o nos conturbe.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 31 de julio de 1917. ↩︎