3.13. En la sala provisoria
- José Carlos Mariátegui
1Ahítas y rebosantes nuestras almas sencillas de “marsellesa”, de democracia y de evocación, llegamos ayer al Palacio Legislativo que nos parece hoy tan maltrecho, tan enfermo y tan desconcertado como este momento de nuestra historia.
Vibraba en nosotros un ardimiento revolucionario de Catorce de Julio que nos hacía imaginar que dentro del Palacio Legislativo encontraríamos a la Gironda.
Y nos engañamos.
No estaba por cierto la Gironda en el palacio legislativo. Eran el señor don Juan Pardo y el señor don Julio César Luna y otros señores semejantes o disímiles quienes allí se juntaban. Y no había bulla, ni controversia, ni enardecimiento, ni discursos.
Había, sin embargo, en esos instantes un vivo interés político.
Sorprendimos comentarios. Atisbamos gestos. Escudriñamos furtivas clandestinidades. Y nos olvidamos totalmente del Catorce de Julio, de la Bastilla y de la Gironda. Nuestro sentido común de criollos recobró su señorío. Volvimos a la percepción de nuestras realidades democráticas.
Un diputado nos dijo:
—¡Este va a ser todo un Catorce de Julio!
Y nos repitió la frase:
—¡Todo un Catorce de Julio!
Miramos al señor don Juan Pardo y se nos ocurrió que no había en su continente convencimiento de presidente de la Cámara de Diputados.
Y advirtiendo el paso discreto y aceitado del señor Salazar y Oyarzábal, tan avizor, tan cauto y tan perspicaz siempre, nos dimos cuenta de que en la entraña del minuto político había algo grave, algo inquietante y algo sigiloso y artero.
Pero rápidamente sentimos en la atmósfera una onda consoladora. El señor Salazar y Oyarzábal se sonreía. El señor Peña Murrieta aparecía en un umbral con la majestad de un vencedor de la olimpiada. El señor Manzanilla se dejaba llevar del brazo por el señor don Juan Pardo.
Sonaba la campanilla del conserje y llegaban de la Plaza de la Inquisición las notas bizarras de una música marcial y republicana.
Todo fue después trámite rutinario y desabrido. Una credencial. Otra credencial. Otra credencial Y el señor Manzanilla poniéndolas a la orden del día.
Vimos que se abrían las puertas del Parlamento para que penetrara el señor don Juan Pardo. Oímos algunos aplausos. Supimos que el señor don Juan Pardo era el primer diputado del último tercio apto para ocupar su escaño.
El señor don Juan Pardo el primero y el señor don Manuel Bernardino Pérez el segundo. Tal vez el único triunfo del gobierno en las elecciones de mil novecientos diecisiete.
Olvidando la audiencia de anteayer preguntamos:
—¿Y el señor Felipe Barreda y Laos? ¿El señor Barreda y Laos no es también diputado?
Nos respondieron:
—¡El señor Barreda y Laos ha sido atajado por el señor Dunstan en la Corte Suprema! ¡Ha traído unas credenciales con muchos entuertos y un “retuerto”!
Terminó la sesión rápidamente.
Salimos de la sala de los escaños. Tornamos a fijarnos en lo maltrecho, enfermo y desconcertado que está el Palacio Legislativo. Aguaitamos por una rendija la sala destruida. Pensamos en las desazones, grimas y nerviosidades que inspirara la trágica farola.
Nos dijimos, aprensivos y desasosegados, que era agorero que la Cámara de Diputados funcionase en el Salón de los Pasos Perdidos que en cualquier momento podría parecerle al país el salón de los malos pasos.
Y, además de malos, perdidos siempre…
Vibraba en nosotros un ardimiento revolucionario de Catorce de Julio que nos hacía imaginar que dentro del Palacio Legislativo encontraríamos a la Gironda.
Y nos engañamos.
No estaba por cierto la Gironda en el palacio legislativo. Eran el señor don Juan Pardo y el señor don Julio César Luna y otros señores semejantes o disímiles quienes allí se juntaban. Y no había bulla, ni controversia, ni enardecimiento, ni discursos.
Había, sin embargo, en esos instantes un vivo interés político.
Sorprendimos comentarios. Atisbamos gestos. Escudriñamos furtivas clandestinidades. Y nos olvidamos totalmente del Catorce de Julio, de la Bastilla y de la Gironda. Nuestro sentido común de criollos recobró su señorío. Volvimos a la percepción de nuestras realidades democráticas.
Un diputado nos dijo:
—¡Este va a ser todo un Catorce de Julio!
Y nos repitió la frase:
—¡Todo un Catorce de Julio!
Miramos al señor don Juan Pardo y se nos ocurrió que no había en su continente convencimiento de presidente de la Cámara de Diputados.
Y advirtiendo el paso discreto y aceitado del señor Salazar y Oyarzábal, tan avizor, tan cauto y tan perspicaz siempre, nos dimos cuenta de que en la entraña del minuto político había algo grave, algo inquietante y algo sigiloso y artero.
Pero rápidamente sentimos en la atmósfera una onda consoladora. El señor Salazar y Oyarzábal se sonreía. El señor Peña Murrieta aparecía en un umbral con la majestad de un vencedor de la olimpiada. El señor Manzanilla se dejaba llevar del brazo por el señor don Juan Pardo.
Sonaba la campanilla del conserje y llegaban de la Plaza de la Inquisición las notas bizarras de una música marcial y republicana.
Todo fue después trámite rutinario y desabrido. Una credencial. Otra credencial. Otra credencial Y el señor Manzanilla poniéndolas a la orden del día.
Vimos que se abrían las puertas del Parlamento para que penetrara el señor don Juan Pardo. Oímos algunos aplausos. Supimos que el señor don Juan Pardo era el primer diputado del último tercio apto para ocupar su escaño.
El señor don Juan Pardo el primero y el señor don Manuel Bernardino Pérez el segundo. Tal vez el único triunfo del gobierno en las elecciones de mil novecientos diecisiete.
Olvidando la audiencia de anteayer preguntamos:
—¿Y el señor Felipe Barreda y Laos? ¿El señor Barreda y Laos no es también diputado?
Nos respondieron:
—¡El señor Barreda y Laos ha sido atajado por el señor Dunstan en la Corte Suprema! ¡Ha traído unas credenciales con muchos entuertos y un “retuerto”!
Terminó la sesión rápidamente.
Salimos de la sala de los escaños. Tornamos a fijarnos en lo maltrecho, enfermo y desconcertado que está el Palacio Legislativo. Aguaitamos por una rendija la sala destruida. Pensamos en las desazones, grimas y nerviosidades que inspirara la trágica farola.
Nos dijimos, aprensivos y desasosegados, que era agorero que la Cámara de Diputados funcionase en el Salón de los Pasos Perdidos que en cualquier momento podría parecerle al país el salón de los malos pasos.
Y, además de malos, perdidos siempre…
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de julio de 1917. ↩︎