2.10.. Trance histórico
- José Carlos Mariátegui
1He aquí que, en el nombre augusto de la ley, el señor Aníbal Gálvez, juez de primera instancia por la gracia de Dios y del señor Pardo, y autor de El Real Felipe por otra gracia cualquiera, se pone de pie en su estrado y conjura solemnemente a la junta escrutadora para que proclame a los diputados electos por Lima.
Este pequeño gran hombre que ha expurgado nuestra historia, que ha escrito la leyenda de un castillo sombrío, que ha oteado en todo lo pretérito y que ha puesto en el comité directivo del partido liberal la nota serena del hombre uncioso, ponderado, creyente, sagaz y tímido de estatura, es el mismo pequeño gran hombre que fue a la Junta Escrutadora a defender las elecciones del señor Balbuena.
No pudo ser en la Junta Escrutadora un adjunto vibrante y capcioso. La aritmética tornátil de la democracia peruana no tiene en el señor Gálvez un entendedor sabio y perspicaz. Enel juzgado de primera instancia va a alcanzar en cambio el señor Gálvez la notoriedad y fama que no logró en la sesión tumultuaria de la Junta Escrutadora. El señor Gálvez no es hombre de discursos, escamoteos, teatralidades y aspavientos sino hombre de fallos, providencias, monografías y análisis.
Pensando en la actitud de conjuro que ha asumido el señor Gálvez, nos parece verlo hacer asperges de agua bendita en los rincones sigilosos y umbríos que se han tragado al cura Chiriboga.
Y creemos oír al señor Gálvez estas estas invocaciones:
—¡Alma remisa o sojuzgada del cura Chiriboga, vuelve a tu parroquia y vuelve a la Junta Escrutadora!
Pero sentimos que estas invocaciones son estériles.
No sale de rincón alguno el cura Chiriboga. Sigue invisible. Sigue oculto o secuestrado. Sigue ausente de la actividad metropolitana y de la devoción religiosa.
El señor Luis Miró Quesada, saliéndose de su ecuanimidad gobiernista y tranquila, se para en medio de la calle y grita muy fuerte:
—¡Mis credenciales!
El señor Balbuena pasa por el jirón de la Unión y les afirma a las gentes:
—¡El juez Gálvez es mi correligionario! ¡El juez Gálvez es mi adjunto! ¡El juez Gálvez es mi partidario! ¡Pero yo no lo solicito! ¡Yo no lo atajo! ¡Yo no lo cohíbo!
¡El juez Gálvez tiene sus manos libres!
Salimos de la imprenta para preguntar:
—¿Y el señor Prado no protesta? ¿Y el señor Prado no grita? ¿Y el señor Prado no hace bulla?
Nos responden sonoramente:
—¡El señor Prado se atiene a su derecho!
Y llega más tarde a nuestra imprenta una noticia que nos impresiona y nos sacude:
—¡Hoy se reunirá la Junta Escrutadora en el General de Santo Domingo! ¡La Junta Escrutadora se acoge a la justicia divina, después de haberse acogido a la justicia humana!
Y alrededor del señor Miró Quesada, del señor Aníbal Gálvez, de la Junta Escrutadora, de la desaparición del cura Chiriboga y de las reservas del señor Zapata, se concentran los comentarios, las murmuraciones y las malevolencias de la política.
Empieza a envolvernos un torbellino que puede acabar en una vorágine, pero que puede también quedarse en torbellino.
Este pequeño gran hombre que ha expurgado nuestra historia, que ha escrito la leyenda de un castillo sombrío, que ha oteado en todo lo pretérito y que ha puesto en el comité directivo del partido liberal la nota serena del hombre uncioso, ponderado, creyente, sagaz y tímido de estatura, es el mismo pequeño gran hombre que fue a la Junta Escrutadora a defender las elecciones del señor Balbuena.
No pudo ser en la Junta Escrutadora un adjunto vibrante y capcioso. La aritmética tornátil de la democracia peruana no tiene en el señor Gálvez un entendedor sabio y perspicaz. Enel juzgado de primera instancia va a alcanzar en cambio el señor Gálvez la notoriedad y fama que no logró en la sesión tumultuaria de la Junta Escrutadora. El señor Gálvez no es hombre de discursos, escamoteos, teatralidades y aspavientos sino hombre de fallos, providencias, monografías y análisis.
Pensando en la actitud de conjuro que ha asumido el señor Gálvez, nos parece verlo hacer asperges de agua bendita en los rincones sigilosos y umbríos que se han tragado al cura Chiriboga.
Y creemos oír al señor Gálvez estas estas invocaciones:
—¡Alma remisa o sojuzgada del cura Chiriboga, vuelve a tu parroquia y vuelve a la Junta Escrutadora!
Pero sentimos que estas invocaciones son estériles.
No sale de rincón alguno el cura Chiriboga. Sigue invisible. Sigue oculto o secuestrado. Sigue ausente de la actividad metropolitana y de la devoción religiosa.
El señor Luis Miró Quesada, saliéndose de su ecuanimidad gobiernista y tranquila, se para en medio de la calle y grita muy fuerte:
—¡Mis credenciales!
El señor Balbuena pasa por el jirón de la Unión y les afirma a las gentes:
—¡El juez Gálvez es mi correligionario! ¡El juez Gálvez es mi adjunto! ¡El juez Gálvez es mi partidario! ¡Pero yo no lo solicito! ¡Yo no lo atajo! ¡Yo no lo cohíbo!
¡El juez Gálvez tiene sus manos libres!
Salimos de la imprenta para preguntar:
—¿Y el señor Prado no protesta? ¿Y el señor Prado no grita? ¿Y el señor Prado no hace bulla?
Nos responden sonoramente:
—¡El señor Prado se atiene a su derecho!
Y llega más tarde a nuestra imprenta una noticia que nos impresiona y nos sacude:
—¡Hoy se reunirá la Junta Escrutadora en el General de Santo Domingo! ¡La Junta Escrutadora se acoge a la justicia divina, después de haberse acogido a la justicia humana!
Y alrededor del señor Miró Quesada, del señor Aníbal Gálvez, de la Junta Escrutadora, de la desaparición del cura Chiriboga y de las reservas del señor Zapata, se concentran los comentarios, las murmuraciones y las malevolencias de la política.
Empieza a envolvernos un torbellino que puede acabar en una vorágine, pero que puede también quedarse en torbellino.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 14 de junio de 1917. ↩︎