7.9. Gobierno liberal

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Este gobierno del señor Pardo no quiere ser civilista. Por supuesto tampoco quiere ser constitucional. Ve a la cabeza del partido civil al señor Javier Prado. Y ve en la bandera del partido constitucional a la constitución al lado de un sable viejo y mellado. Estamos en vías de persuadirnos de que este gobierno del señor Pardo se llamará en la historia del Perú gobierno liberal.
         Acabamos de hablar con los liberales. Nosotros les hemos dicho, por decirles algo:
         —¿Ustedes están todavía con el gobierno?
         Y ellos nos han respondido:
         —¡Nosotros no estamos con el gobierno! ¡Nosotros estamos en el gobierno! ¡El gobierno es del partido liberal!
         Nos hemos quedado asombrados:
         —¿Ustedes están en el gobierno? ¿El gobierno es del partido liberal?
         Hemos cerrado los ojos y hemos visto luego que el gobierno estrechaba amorosamente entre sus brazos la candidatura del señor Gerardo Balbuena. Hemos sentido que la candidatura del señor Balbuena tiene todas las simpatías del señor Pardo. Hemos oído que aclamaban al señor Balbuena no solo los ciudadanos honestos sino también los pecheros de la traílla gobiernista.
         Y hemos salido en busca del señor Balbuena para abordarle.
         —¡Doctor! ¡Doctor! ¿Es cierto que su candidatura es la favorita del señor Pardo?
         —¡El señor Pardo es partidario mío! ¡Como ese trabajador que me saluda!
         ¡Como este proletario que me acompaña! ¡Como aquel menestral que me vitorea! ¡Como todo el pueblo de Lima!
         —¡Perdón, doctor! Le queríamos preguntar si es usted el candidato del gobierno.
         —¡Yo soy el candidato de todos los hombres sanos y bien intencionados y de todas las instituciones amables y generosas! ¡Si el gobierno que es una institución, me hace también su candidato, magnífico! ¡Bien haya el augur de ustedes!
         —El augur no es nuestro. Es de la ciudad que ha oído su nombre en los labios de los malandrines y de los galloferos.
         —¿Mi nombre en los labios de los malandrines? ¿Mi nombre en los labios de los galloferos? ¡Bien! ¡Encantador! ¡Admirable! ¡Mi nombre contribuirá entonces a la rehabilitación democrática de los malandrines y de los galloferos! ¡Los ciudadanos honrados estamos obligados a rehabilitar a los que no lo son! ¡Seamos caritativos! ¡Seamos amorosos! ¡Seamos cristianos! ¡No hagamos una aristocracia de la virtud cívica! ¡Ustedes son virtuosos! ¡Yo soy virtuoso! ¡Pero no despreciemos a los pecadores si los pecadores se arrepienten!
         En este punto hemos dejado al señor Balbuena. Su palabra no nos ha dicho si el gobierno le da o no todo el amparo de su gracia a su candidatura. Su aseveración ha sido, como siempre, fluida y escurridiza. Hemos sentido que se volatilizaba en el aire antes de llegar a nuestros oídos y a nuestra comprensión.
         Y hemos tornado a decir que el gobierno del señor Pardo se va haciendo poco a poco un gobierno liberal. Hemos pensado que acaso algún día el señor Pardo será presidente de los liberales. Hemos comprendido que en tanto que la figura del señor Javier Prado aleja al señor Pardo del partido civil, la figura del señor Augusto Durand lo acerca al partido liberal.
         Este presidente de la República que corre en automóvil por las alamedas, no es ya civilista. Se escapa del partido civil como una oveja de su aprisco. Y se escapa con la prisa de sus caballos de fuerza.
         Insensiblemente, el gobierno ha caído en poder del partido liberal. Y no ha sido porque el partido liberal haya ido a Chosica para cortar la luz y regresar a Palacio. Ha sido porque las puertas de Palacio han sido abiertas por el señor Pardo para el partido liberal.
         Así es como la candidatura del señor Balbuena se presenta a estas horas nimbada por las predilecciones del señor Pardo. Así es como se ha enseñoreado en el corazón del gobierno. Así es como el anhelo enamorado del régimen le hace un dosel protector.
         Sentimos que en la calle suenan vítores al señor Balbuena. Son recios y procaces. Pensamos que no son los vítores de los ciudadanos honestos sino los vítores de los ciudadanos impuros.
         No sabemos si apenarnos o si regocijarnos.
         Dudamos.
         Y nos parece oír que la voz del señor Balbuena nos dice:
         —¡Ustedes son virtuosos! ¡Yo soy virtuoso! ¡Pero no despreciemos a los pecadores! ¿Me aclaman los malandrines? ¡Es que se rehabilitan!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 9 de mayo de 1917. ↩︎