7.3. Rueda de molino
- José Carlos Mariátegui
1Hay un solo tema para toda la ciudad que es tan grande. Un tema que monopoliza los comentarios. Un tema que llena los periódicos. Un tema que sube del suburbio al Palacio de Gobierno. Un tema que enciende mil debates.
Ya la ciudad no se ocupa sino de la cotización del trigo y del arancel de la harina. Los molineros y panaderos entran y salen del ministerio de hacienda. El alcalde Luna se encuentra irresoluto entre las exigencias del concepto del pueblo y las exigencias del concepto del gobierno. Unos hombres le recuerdan que es candidato a una diputación y le dicen que es el pueblo el que le va a elegir. Y otros hombres le dicen que en el Perú no elige el pueblo.
Estas gentes limeñas que no parecían preocuparse de la vida y que se quedaban dormidas hasta el mediodía, se han puesto de pie de repente y se han tornado trágicas.
Y han gritado:
—¡El pan está muy chico! ¡La vida está muy cara! ¡Vamos a morirnos de hambre!
El señor Pardo ha tenido que escuchar estos clamores y ha tenido que salir al umbral de su despacho para hablarles a las gentes. El ministro de hacienda ha reunido en su oficina a los obreros. Los fabricantes de pan le han llevado sus cuentas al alcalde. Los molineros han salido alarmados a las calles. Los periodistas han recurrido una vez más a la excelencia del reportaje.
Sorpresivamente el gobierno se ha sentido envuelto en un conflicto que es un conflicto grave. Toda la gente que tiene hambre y que es mucha le ha rodeado para hablarle de las subsistencias. La prensa le ha abrumado con sus apreciaciones y cálculos.
Primero ha clamado la ciudad:
—¡El pan está muy caro!
Más tarde han clamado los panaderos:
—¡La harina está muy cara!
Finalmente han clamado los molineros:
—¡El trigo está muy caro!
El gobierno ha oído alarmado esta serie de clamores. Ha sentido ganas de indignarse contra la ciudad, contra los panaderos y contra los molineros. Pero se ha reportado. Y después de pensar en una ley terrible contra los panaderos o contra los molineros, ha concluido dando una ley terrible contra los revendedores de pan.
Y le ha dicho a la ciudad:
—¡Habrá pan grande!
El gobierno acude al sistema del pan grande para adquirir la simpatía nacional. No le parece fácil conseguir que el pan sea barato. Mas sí le parece fácil conseguir que el pan sea grande.
Y quien padece un fastidio obsesionante con todas estas cosas es el ministro de hacienda. Todas las gentes no le hablan sino del trigo. Él les responde con cifras y cálculos aritméticos. Y las gentes le siguen hablando del trigo.
El país se sonríe y piensa que la sabiduría del ministro de hacienda va a ser poca para un problema tan complejo como el del trigo.
El señor García y Lastres frunce el entrecejo. Cree que estas cuestiones del trigo han sido creadas por la oposición para molestarlo. Le asaltan tentaciones de ordenar a sus papeles que se lo digan al país. Sueña con un grano de trigo que se hace grande como una montaña. Y en una pesadilla siente que este grano de trigo le ahoga.
En el comentario público el trigo es el asunto de las preocupaciones unánimes. La importación del trigo. El impuesto al trigo. La calidad del trigo. El trigo, el trigo, el trigo. Nada más que el trigo.
Y el señor García y Lastres se persuade de que el presente peruano se condensa en un grano que es en estas horas tan simbólico como las espigas del hambre de Egipto.
Ya la ciudad no se ocupa sino de la cotización del trigo y del arancel de la harina. Los molineros y panaderos entran y salen del ministerio de hacienda. El alcalde Luna se encuentra irresoluto entre las exigencias del concepto del pueblo y las exigencias del concepto del gobierno. Unos hombres le recuerdan que es candidato a una diputación y le dicen que es el pueblo el que le va a elegir. Y otros hombres le dicen que en el Perú no elige el pueblo.
Estas gentes limeñas que no parecían preocuparse de la vida y que se quedaban dormidas hasta el mediodía, se han puesto de pie de repente y se han tornado trágicas.
Y han gritado:
—¡El pan está muy chico! ¡La vida está muy cara! ¡Vamos a morirnos de hambre!
El señor Pardo ha tenido que escuchar estos clamores y ha tenido que salir al umbral de su despacho para hablarles a las gentes. El ministro de hacienda ha reunido en su oficina a los obreros. Los fabricantes de pan le han llevado sus cuentas al alcalde. Los molineros han salido alarmados a las calles. Los periodistas han recurrido una vez más a la excelencia del reportaje.
Sorpresivamente el gobierno se ha sentido envuelto en un conflicto que es un conflicto grave. Toda la gente que tiene hambre y que es mucha le ha rodeado para hablarle de las subsistencias. La prensa le ha abrumado con sus apreciaciones y cálculos.
Primero ha clamado la ciudad:
—¡El pan está muy caro!
Más tarde han clamado los panaderos:
—¡La harina está muy cara!
Finalmente han clamado los molineros:
—¡El trigo está muy caro!
El gobierno ha oído alarmado esta serie de clamores. Ha sentido ganas de indignarse contra la ciudad, contra los panaderos y contra los molineros. Pero se ha reportado. Y después de pensar en una ley terrible contra los panaderos o contra los molineros, ha concluido dando una ley terrible contra los revendedores de pan.
Y le ha dicho a la ciudad:
—¡Habrá pan grande!
El gobierno acude al sistema del pan grande para adquirir la simpatía nacional. No le parece fácil conseguir que el pan sea barato. Mas sí le parece fácil conseguir que el pan sea grande.
Y quien padece un fastidio obsesionante con todas estas cosas es el ministro de hacienda. Todas las gentes no le hablan sino del trigo. Él les responde con cifras y cálculos aritméticos. Y las gentes le siguen hablando del trigo.
El país se sonríe y piensa que la sabiduría del ministro de hacienda va a ser poca para un problema tan complejo como el del trigo.
El señor García y Lastres frunce el entrecejo. Cree que estas cuestiones del trigo han sido creadas por la oposición para molestarlo. Le asaltan tentaciones de ordenar a sus papeles que se lo digan al país. Sueña con un grano de trigo que se hace grande como una montaña. Y en una pesadilla siente que este grano de trigo le ahoga.
En el comentario público el trigo es el asunto de las preocupaciones unánimes. La importación del trigo. El impuesto al trigo. La calidad del trigo. El trigo, el trigo, el trigo. Nada más que el trigo.
Y el señor García y Lastres se persuade de que el presente peruano se condensa en un grano que es en estas horas tan simbólico como las espigas del hambre de Egipto.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de mayo de 1917. ↩︎