7.2. La voz de Leguía

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ha llegado de repente al Perú una voz conocida. Ha llegado desde muy lejos. Ha llegado de improviso.
         En la estancia privada y en la vía pública latía pertinazmente desde hace mucho tiempo esta interrogación:
         —¿Y Leguía?
         A veces una onda sorpresiva soplaba alegremente y una aseveración rotunda circulaba por todas partes:
         —¡Viene Leguía!
         Nosotros salíamos a la puerta de nuestra casa y preguntábamos:
         —¿Cuándo?
         Y nos respondían:
         —¡Muy pronto!
         Pero la onda pasaba furtivamente y nos engañaba.
         Más tarde se aglomeraban alrededor de nosotros las angustias, las murmuraciones, las penas, las inquietudes. La opinión nacional se inquietaba intranquilizadoramente. El país se llenaba de quejas y de gritos airados. Pero siempre había un paréntesis para preguntar:
         —¿Y Leguía?
         Los leguiístas invocaban a Dios con la cara vuelta hacia Londres. Se arrodillaban a la hora de la puesta del sol con el alma inclinada sobre un punto del mapa. Se iluminaban de rato en rato y salían a las calles sonrientes para decir:
         —Ha escrito Leguía.
         Hoy ha sonado repentinamente entre nosotros una voz lejana. La ciudad se ha estremecido. Y los leguiístas se han llenado de alborozo y han gritado:
         —¡Oigamos la voz de Leguía!
         Nosotros hemos salido a la puerta de nuestra casa para rectificar:
         —¡La voz del señor Roberto Leguía!
         Los leguiístas han seguido jubilosos y jocundos:
         —¡Ha hablado Leguía!
         El apellido ha vibrado incesantemente en sus labios enamorados. Han callado el nombre. El nombre no tiene para ellos importancia. El culto es el apellido.
         Nosotros hemos preguntado:
         —¿El señor Roberto Leguía vive en la República Argentina?
         Nos han dicho:
         —Sí. El señor Roberto Leguía vive en la República Argentina.
         Y nos han agregado luego, sin que nosotros lo averiguáramos:
         —El señor Larco Herrera también vive en la República Argentina.
         Hemos callado para volver los ojos al Palacio de Gobierno. Al Palacio de Gobierno han llegado los ecos de la voz lejana. Y han encendido un gesto intranquilo y ácido. El nombre que tiene tantos cultos y tantas devociones no suena bien en el Palacio de Gobierno. Parece que tampoco suena bien en la casa del señor Pardo. Los hombres que tienen inclinaciones leguiístas y que al mismo tiempo tienen aspiraciones electorales lo saben perfectamente.
         El señor Pardo no ha escuchado con indiferencia la voz del señor Leguía. La ha escuchado con desazón. Y ha preguntado después de escucharla:
         —¿Roberto Leguía es aún vicepresidente de la República?
         Ha habido sonrisas de los áulicos, de los corifantes, de los turibularios. Un papel impreso ha hecho las acostumbradas piruetas y los acostumbrados volatines. Las gentes metropolitanas se han callado y le han dirigido una mirada muy honda al señor Pardo.
         Y se ha escrito en las crónicas una frase así:
         “La voz de Leguía llegó por primera vez al Perú el primero de mayo, que es día de efemérides gloriosa, etc., etc.”


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 2 de mayo de 1917. ↩︎