7.11. Hacia la meta

  • José Carlos Mariátegui

 

        1Va a promediar el mes de mayo. Nos acercamos velozmente a los días electorales. Y sentimos ya los anticipos de la emoción.
        Se han callado los tiros. Se ha apagado el rumor de la jornada cívica. Se han atemperado los ademanes procaces.
        Y el señor Balbuena grita en las esquinas:
        —¡Nada de tragedia! ¡Nada de agresión! ¡Nada de injusticia!
        Pasa de rato en rato un automóvil o un coche en gira propagandística. Se oyen vítores agrios y fuertes. Vibra una palpitación democrática de la ciudad.
        Mas enseguida todo se calla.
        Tenemos la sensación de que corremos raudamente hacia las elecciones. Tenemos la sensación de viajar dentro del automóvil del señor Pardo, que parece siempre un automóvil en fuga. Tenemos la sensación del vértigo.
        No es posible, pues, que haya ruidos y explosiones. Nos aturdimos sordamente. No podemos gritar porque la velocidad no nos lo consiente.
        Miramos al sur de la ciudad y vemos al señor Jorge Prado que entra a las fábricas. Miramos al norte y vemos al señor Manuel Torres Balcázar que dirige una arenga a sus prosélitos. Miramos al oeste y vemos al señor Balbuena que se exhibe del brazo del señor Luis Pardo. Miramos al este y vemos al señor Miró Quesada que pasa en automóvil para sentir la fruición del pavimento restaurado.
        Sentimos, luego, que estos cuatro candidatos empiezan a girar alrededor nuestro. Nos agarramos a una mesa para no caer al suelo mareados. Y nos tapamos luego los oídos para no volvernos locos con el vocerío de los hombres que nos afirman:
        —¡Prado y Torres Balcázar!
        —¡Balbuena y Miró Quesada!
        —¡Torres Balcázar y Prado!
        —¡Miró Quesada y Balbuena!
        Nos reportamos.
        Y son entonces las listas de los periódicos las que nos abruman.
        Hay en las calles aseveraciones absolutas:
        —¡La juventud está con Prado!
        —¡La madurez está con Torres Balcázar!
        —¡La ancianidad está también con Prado!
        Y hay contradicciones:
        —¡No es cierto! ¡No es la juventud la que está con Pardo! ¡Es la adolescencia! ¡No es tampoco la adolescencia! ¡Es la lactancia! ¡No es ni siquiera la lactancia! ¡La juventud es esta! ¡La juventud es de Miró Quesada!
        Nosotros nos preguntamos asombrados si en Lima los ciudadanos han resuelto hacer de la edad una frontera política. Y nos preguntamos si serán en este caso los jóvenes o los viejos los que apoyan al gobierno. O si serán los universitarios. O si serán los obreros de la asamblea de las sociedades unidas.
        Es que los candidatos se empeñan en hacer afirmaciones definitivas sobre la adhesión de las distintas categorías de ciudadanos:
        —¡Míos son los universitarios!
        —¡Míos son los intelectuales!
        —¡Míos son los periodistas!
        —¡Míos son los católicos!
        El señor Prado se viste de teniente para ser también dueño de la adhesión de los militares.
        Y el señor Balbuena exclama entonces:
        —¡Yo también soy militar! ¡También me he retratado con uniforme!
        Se enorgullece el señor Prado:
        —¡Usted no ha sido sino soldado! ¡Usted está bajo mis órdenes! ¡Yo soy su teniente!
        El señor Balbuena se queda callado.
        Y el señor Torres Balcázar se ríe con todo el estrépito tremendo de su socarronería:
        —¡Si los militares no votan! ¡Hay que conquistar a los paisanos! ¡No hay que perder el tiempo!
        El señor Balbuena piensa enseguida como el señor Torres Balcázar y dice:
        —¡Exacto! ¡No hay que ponerse uniforme militar! ¡Billinghurst se vistió de coronel una vez y a los pocos días lo derrocaron! ¡Y eso que era coronel!
        Así, entre ironías y avisos en los periódicos, se pasan las horas. El reclamo moderno triunfa en nuestros sistemas democráticos. El cinematógrafo y la rotativa resultan dos elementos principales.
        El mes sigue corriendo como un automóvil que llevase al señor Pardo a Miraflores o que trajese al señor Pardo de Miramar.
        80, 100, 120 kilómetros por hora.
        Miramos nuestro reloj y sentimos que esta es la última madrugada de una semana álgida.
        Mañana será domingo. Habremos entrado en la antesala de las elecciones, después de oír una misa. Nos asomaremos a la fecha de los sufragios.
        Y sabremos talvez quiénes serán con nosotros en el paraíso.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 11 de mayo de 1917. ↩︎