7.10.. Olor de pólvora - Candidatura liberal

  • José Carlos Mariátegui

Olor de pólvora1  

         Revolución.
         Allá en Bolivia, donde pronunció antes de ayer una palabra evangélica de paz y de concordia el presidente Montes, hay desde ayer hombres que han empuñado la bandera de rebeldía.
         Esos hombres no aspiran como el general Rumimaqui a la resurrección del imperio del Tahuantinsuyo. Protestan contra la elección del señor Gutiérrez Guerra como presidente de la República boliviana. Alzan un estandarte que es para ellos el estandarte de las reivindicaciones.
         Hemos sentido repentinamente que sonaban disparos distantes y nos hemos consternado.
         Todos hemos asomado a nuestros balcones para hacer esta pregunta anhelante:
         —¿Revolución?
         Nos han contestado:
         —¡Revolución!
         Y tras una pausa angustiosa nos han dicho luego:
         —¡Revolución en Bolivia!
         Nosotros, cautos y tímidos escritores, nos hemos dejado caer en nuestro asiento. Ha pasado por nuestra puerta el comentario callejero. Hemos oído que labios ecuánimes decían displicentemente:
         —Es la historia de estas pequeñas repúblicas sudamericanas.
         Un período de paz y una revolución. Una hora de calma y otra de tormenta. No tiene importancia.
         Y el eco ha persistido:
         —Es la historia de estas pequeñas repúblicas sudamericanas.
         Nos hemos puesto a pensar en lo fácil que es para una de estas pequeñas repúblicas sudamericanas amanecer un día entre los disparos y los clamores de una revolución. Los ciudadanos que se acuestan serenamente en las noches pueden ser despertados en la madrugada por los tiros de los ciudadanos que tienen sombríos insomnios. Y los gobiernos que suponen que en la cabecera de su cama vigila el ángel de la guarda, no están libres de que les sorprenda y les estremezca un alba trágica.
         Hay en nosotros en estos minutos de la medianoche profundo miedo y aguda desazón.
         Pensamos que estos tiros venidos desde el sur nos han sacudido a todos los peruanos porque en estos momentos nuestros nervios están hiperestesiados por la agitación del momento democrático que atravesamos.
         Vivimos entre bandos rivales, entre candidatos heroicos, entre clubes denodados y entre tiros al aire. Nuestra sensibilidad se encuentra excitada. El grito de los ciudadanos soliviantados nos quita el sosiego y nos llena de intranquilidad.
         Es explicable que nos inquietemos cuando nos gritan:
         —¡Revolución!
         Somos muy nerviosos.
         Ignoramos si el señor Pardo será tan nervioso como nosotros. Ignoramos si estos tiros vecinos del sur habrán turbado su calma. Ignoramos si esta noticia de revolución llegada de una casa vecina habrá conmovido su espíritu.
         Acaso el señor Pardo filosóficamente se resigna con la inestabilidad de las cosas humanas y dice lo mismo que el comentario callejero:
         —Es la historia de estas pequeñas repúblicas sudamericanas, etc., etc.

Candidatura liberal  

         Es imposible negar que esta candidatura del señor Gerardo Balbuena es una candidatura liberal. Absolutamente imposible. El señor Balbuena abre su cartera a todas las solicitaciones de la cortesía y de la prodigalidad. Aquí estamos nosotros para afirmarlo. Un día el señor Balbuena nos regaló un reloj. Otro día el señor Balbuena nos mandó dulces y juguetes de navidad como a los niños. Acaba de abonar en la peluquería los servicios transitorios de nuestro barbero.
         Y es que el señor Balbuena está en todas partes y en todas ellas es acucioso, servicial y amable. Indiscutiblemente, el señor Balbuena ha nacido para ser candidato y para ser candidato a la diputación por Lima. Nosotros querríamos que lo fuese eternamente y en esto es probablemente en lo único que disentimos con él.
         Ayer encontramos al señor Balbuena en la peluquería. Terminaban de acicalar el peinado del señor Balbuena. Y hubo entre él y nosotros, sin trastornar la labor de los barberos que nos pulían, una conversación breve e interesante.
         Preguntamos nosotros:
         —¿Por quiénes votará usted doctor en las elecciones?
         Y nos respondió el doctor Balbuena:
         —¡Por Miró Quesada y por mí mismo!
         Tuvimos una sorpresa y nos incorporamos súbitamente en el sillón en que nos afeitaban:
         —¿Votará usted por sí mismo, doctor?
         Y el señor Balbuena razonó con la locuacidad perenne de su dialéctica:
         —¡Evidente! ¡Facilitaré mi elección unánime! ¡Y por otra parte yo tengo que ser mi elector más entusiasta! ¡Si yo que les pido a mis ciudadanos sus votos no sostengo personalmente mi aspiración, soy un insensato! ¿Yo pienso que debo ser elegido diputado por Lima? ¡Pues contribuyo a mi elección con mi voto! ¡No hay más!
         El señor Balbuena se había puesto ya de pie y se preparaba para salir de la peluquería. Nos hizo una despedida amistosa. Y silenciosamente dejó pagados los servicios del barbero que nos afeitaba. Solo al marcharnos lo supimos. Y no nos asaltó sino una mortificación: la de no poderle dar las gracias al señor Balbuena.
         Pero nos fue recomendada una solución eficacísima: la de darle las gracias por escrito y públicamente.
         Así lo hacemos.
         El señor Balbuena se empeña en cohecharnos cual si no estuviera muy seguro de nuestra adhesión.
         Y nosotros protestamos. Mas protestamos diciendo:
         —¡No se puede negar que esta es una candidatura liberal! ¡Muy liberal!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 10 de mayo de 1917. ↩︎