6.5. Papel impreso
- José Carlos Mariátegui
1El gobierno se va haciendo poco a poco una casa editora. Está empeñado en adquirir fisonomía de empresa periodística. Quiere comprar un periódico en el Cusco. Quiere comprar un periódico en Arequipa. Quiere inundar de papel impreso toda la república.
Es el gobierno de las economías fiscales, pero encuentra muy armonizado con su concepto pasarse las horas haciendo cuentas sobre tipos, prensas y resmas. Periódico aquí. Periódico allá. Periódico acullá. Los hombres del régimen están resueltos a defenderse con las voces de muchas rotativas.
Las imprentas se fatigan imprimiendo hojas sueltas para todo el país. Este editorial tremendo. Esa carta procaz. Aquel documento emocionante. Toda la dialéctica ditirámbica del pardismo se prodiga en letras de molde. Y el señor Pardo debe estar convencido de que les hace un regalo muy grande a los peruanos.
Pero esta casa editora está sufriendo muchos sinsabores. Se siente ya en quiebra. No hay mercado para sus productos. Las gentes les han declarado el boicot. Y se ríen de los padecimientos gobiernistas.
Vemos a los hombres del régimen salir a las calles para hacerles propaganda a sus papeles.
—¿Han leído ustedes esto? La ciudad se sorprende:
—¡Ah! ¿Y qué es esto?
Los hombres del régimen se salen de quicio y se exasperan.
Y la ciudad se muere de risa mirando cómo cuentan sus ediciones, cómo las envuelven, cómo las distribuyen en la república, cómo las mandan a los hogares de buena voluntad.
El señor Pardo está empapelando al país. Su prodigalidad lo rodea de hombres que escriben en su elogio y honor. Y el señor Pardo no solo quiere laudatorias a su administración. Exige sobre todo invectivas a los ingratos ciudadanos que lo combaten. Frase amarga. Diatriba procaz. Gesto agresivo.
Malignamente, las gentes observan que hay un instante en que el señor Pardo imita a Nuestro Señor y dice como él:
—¡Dejad a los niños que vengan a mí!
Y que es a los chicos vendedores de periódicos a los que el señor Pardo se dirige de esta suerte.
Probablemente, el señor Pardo piensa:
—¡De los niños que pregonan la buena prensa es el reino de los cielos!
Los niños van a donde el señor Pardo y reciben de sus manos el papel impreso para repartirlo por la ciudad.
Mas estos chicos son muy taimados y aviesos. No les gusta fatigarse, correr ni trabajar. Se dan cuenta de que lo que el señor Pardo les entrega es papel impreso. Y no lo cotizan a tanto el ejemplar, sino a tanto el kilo. El sistema métrico decimal tiene sus exigencias.
Tantas ingratitudes y tantas hostilidades desalientan a veces al señor Pardo y a sus amigos. Pero, luego, vuelve a sus espíritus el entusiasmo y torna su actividad a imprimir papeles.
Manos nerviosas trazan epígrafes sonoros para estos papeles que son papeles de todas las cataduras y de todos los linajes. Unos con precio. Y otros gratuitos. Verdad que la caja fiscal desmiente a los gratuitos. Pero verdad también que la caja fiscal es una institución reticente y caprichosa.
El afán del régimen es como para hacer ironías de todo tamaño.
Y la ciudad que lo comprende va a tomar de repente una actitud sonora y se va a poner de pie para decir a gritos:
—¡Este es un gobierno que estimula la cultura nacional! ¡Quiere que todos los peruanos lean! ¡Quiere que la lectura se haga aquí un hábito! ¡Y para crear el hábito quiere que todos los peruanos lean gratuitamente!
Sería una gran explicación.
Tan grande que valdría la pena recomendarla para un editorial gobiernista.
Es el gobierno de las economías fiscales, pero encuentra muy armonizado con su concepto pasarse las horas haciendo cuentas sobre tipos, prensas y resmas. Periódico aquí. Periódico allá. Periódico acullá. Los hombres del régimen están resueltos a defenderse con las voces de muchas rotativas.
Las imprentas se fatigan imprimiendo hojas sueltas para todo el país. Este editorial tremendo. Esa carta procaz. Aquel documento emocionante. Toda la dialéctica ditirámbica del pardismo se prodiga en letras de molde. Y el señor Pardo debe estar convencido de que les hace un regalo muy grande a los peruanos.
Pero esta casa editora está sufriendo muchos sinsabores. Se siente ya en quiebra. No hay mercado para sus productos. Las gentes les han declarado el boicot. Y se ríen de los padecimientos gobiernistas.
Vemos a los hombres del régimen salir a las calles para hacerles propaganda a sus papeles.
—¿Han leído ustedes esto? La ciudad se sorprende:
—¡Ah! ¿Y qué es esto?
Los hombres del régimen se salen de quicio y se exasperan.
Y la ciudad se muere de risa mirando cómo cuentan sus ediciones, cómo las envuelven, cómo las distribuyen en la república, cómo las mandan a los hogares de buena voluntad.
El señor Pardo está empapelando al país. Su prodigalidad lo rodea de hombres que escriben en su elogio y honor. Y el señor Pardo no solo quiere laudatorias a su administración. Exige sobre todo invectivas a los ingratos ciudadanos que lo combaten. Frase amarga. Diatriba procaz. Gesto agresivo.
Malignamente, las gentes observan que hay un instante en que el señor Pardo imita a Nuestro Señor y dice como él:
—¡Dejad a los niños que vengan a mí!
Y que es a los chicos vendedores de periódicos a los que el señor Pardo se dirige de esta suerte.
Probablemente, el señor Pardo piensa:
—¡De los niños que pregonan la buena prensa es el reino de los cielos!
Los niños van a donde el señor Pardo y reciben de sus manos el papel impreso para repartirlo por la ciudad.
Mas estos chicos son muy taimados y aviesos. No les gusta fatigarse, correr ni trabajar. Se dan cuenta de que lo que el señor Pardo les entrega es papel impreso. Y no lo cotizan a tanto el ejemplar, sino a tanto el kilo. El sistema métrico decimal tiene sus exigencias.
Tantas ingratitudes y tantas hostilidades desalientan a veces al señor Pardo y a sus amigos. Pero, luego, vuelve a sus espíritus el entusiasmo y torna su actividad a imprimir papeles.
Manos nerviosas trazan epígrafes sonoros para estos papeles que son papeles de todas las cataduras y de todos los linajes. Unos con precio. Y otros gratuitos. Verdad que la caja fiscal desmiente a los gratuitos. Pero verdad también que la caja fiscal es una institución reticente y caprichosa.
El afán del régimen es como para hacer ironías de todo tamaño.
Y la ciudad que lo comprende va a tomar de repente una actitud sonora y se va a poner de pie para decir a gritos:
—¡Este es un gobierno que estimula la cultura nacional! ¡Quiere que todos los peruanos lean! ¡Quiere que la lectura se haga aquí un hábito! ¡Y para crear el hábito quiere que todos los peruanos lean gratuitamente!
Sería una gran explicación.
Tan grande que valdría la pena recomendarla para un editorial gobiernista.
Referencias
-
Publicado en El Tiempo, Lima, 9 de abril de 1917. ↩︎